Estudio Bíblico

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Sin santidad nadie verá al Señor.



Introducción.

La semana pasada, mientras en el país estaba sucediendo lo de la tormenta Agatha, y en los días posteriores, el Señor me dio está Palabras, que es una Palabra profética para nosotros, en primer lugar, y en segundo lugar, para el Cuerpo de Cristo y para todas las personas en general y como tal necesitamos tomarla. Les quiero pedir con todo mi corazón, que pongamos mucha atención a ella, y no solo que la escuchemos, sino que meditemos en ella, y pongamos manos a la obra en todo aquello que el Espíritu Santo, por medio de ella, nos enseñe, nos confronte, nos redarguya, nos incite.



Antecedentes.

La Palabra de Dios nos enseña en 1 Cro 12:32 que necesitamos ser entendidos en los tiempos. De hecho, lo profético, principalmente lo referente a los últimos tiempos, siempre va acompañado de señales que al cumplirse anuncian la inminencia de su cumplimiento. En consecuencia, siguiendo esas reglas en la Palabra podemos interpretar los tiempos en razón de lo que está pasando en el mundo y en el país.

Recientemente en Guatemala fuimos afectados por una erupción del volcán de Pacaya que llenó de arena un área aproximada de 2,400 kms. cuadrados, y entre ellos, la capítal de la república. Dos días después, una tormenta tropical llamada “Agatha” provocó una precipitación de lluvias durante 24 horas que fue superior a las provocadas por el huracán “Stan” y el huracán “Mitch” en 3 y cinco días respectivamente. Si a ello le añadimos que por todo el mundo los desastres naturales se están incrementando en número, frecuencia y daño, podemos entender muy claramente que la naturaleza está hablando de la inminencia de los tiempos finales de que habla la Biblia: “Porque se levantará nación contra nación, y reino contra reino; y habrá pestes, y hambres, y terremotos en diferentes lugares. Y todo esto será principio de dolores.” (Mat 24:7-8) y también “Porque sabemos que toda la creación gime a una, y a una está con dolores de parto hasta ahora; y no sólo ella, sino que también nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, nosotros también gemimos dentro de nosotros mismos, esperando la adopción, la redención de nuestro cuerpo.” (Rom 8:22-23).

Hay otras muchas situaciones que están pasando en este tiempo que tienen que ver con otro tipo de señales de las que habla la Biblia (Rom 1:18-21, Mat 24:6-7): incremento de la violencia y la delincuencia, destrucción de la familia por divorcio, migración, aborto, etc., incremento de la sexualidad incontrolada (adulterio, fornicación, homosexualidad, lesbianismo, inmoralidad de todo tipo, etc.), incremento acelerado de la pobreza, crisis económicas más frecuentes y más fuertes, enfermedad, etc.

Quienes hemos vivido en los últimos 50 años hemos sido testigos del tremendo deterioro, no solo del planeta, sino de las condiciones económicas, sociales, morales, políticas, etc., que ha sufrido la vida humana, deterioro que cada día va en aumento en una proporción geométrica, por lo que es fácilmente predecible, que a menos que se produzca un milagro, en los próximos 50 años va a continuar ese deterioro creciente, al punto que el planeta y la vida, según argumentan muchos científicos, va a ser insostenible, es decir, va a ser imposible.

Independientemente de si la vida humana sea viable o no en el planeta dentro de 50 años, todo lo que está sucediendo a nuestro alrededor es innegable que constituyen señales de la inminencia de los últimos tiempos. Ello, por un lado, nos debe alegrar porque indica que el tiempo de nuestra redención definitiva está cercano, pero por el otro lado, también nos debe preocupar, porque escudriñando las Escrituras podemos ver y entender que muchas personas que creen que son sujetas de partir con Cristo en el arrebatamiento y a estar con El en la eternidad, no van a partir con El y es posible que tampoco vivan con El la eternidad. Recordemos que la Palabra compara la segunda venida de Cristo con lo que sucedió en los tiempos de Noé: había mucha gente, a la que Noé había informado de la inminencia del diluvio, pero estaban tan ocupados en sus cosas y en pasarla bien, que no hicieron caso, y finalmente, solo un pequeño remanente fue salvo en la barca (Mat 24:37-44, Luc 17.26-29).

Hay tres pasajes de la Escritura que son muy claros al respecto: Mat 7:21-23, Mat 25:1-14 y Luc 14:15-24.



Mat 7:21-23:
“No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad.”

En este pasaje claramente Jesús enseña que los que entrarán en el Reino de los Cielos son aquellos que hacen la voluntad del Padre, no los que desarrollen mucho activismo eclesiástico.
La voluntad del Padre es Su Palabra escrita, es decir, el cumplimiento de sus mandamientos y principios que están indicados en ella. Por otro lado la Palabra también nos indica que la voluntad del Padre es que el carácter de Su Hijo sea formado en nosotros (Rom 8.29), lo que implica que manifestemos el fruto del Espíritu: amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fidelidad, mansedumbre y dominio propio.
Es decir, los que entrarán en el Reino de los cielos serán aquellos que se hayan esforzado (2 Tim 2:1) por vivir en todos los aspectos de su vida y con todo su ser, un estilo de vida como el de Jesús, que no es otra cosa que un caminar continuo en santidad que, por lo menos implica tres aspectos: poner a Dios en primer lugar en todas las cosas, resistir al pecado y agradar a Dios en todo lo que hagamos (Col 3.22-24). Ello es lo que incluye el primer y más importante mandamiento que implica el cumplimiento de toda la Escritura (Mat 22:36-40).
Podemos ser muy exitosos, estar llenos de bendición y aún manifestar muchos dones, pero si no vivimos en un estilo de vida de santidad creciente –aunque no sea perfecta-- (Prov 4:18, Fil 1:6), no entraremos en el Reino de los Cielos, no veremos al Señor (Heb 12.14), porque sin santidad nadie verá al Señor.
La pregunta que necesitamos hacernos en relación con este pasaje es: ¿estamos viviendo en un estilo de vida de santidad creciente? ¿Son Dios, nuestro Padre, el Señor Jesucristo y el Espíritu Santo, la prioridad en nuestras vidas? ¿Nuestro carácter y nuestras vidas se están transformando de una manera creciente en el carácter de Cristo y en una vida como la de El? ¿Nuestras vidas están manifestando de una manera creciente el fruto del Espíritu (Gal 5:22-23) o siguen estando dominadas por las obras de la carne (Gal 5.19-21)?



Parábola de la diez vírgenes (Mat 25:1-14):
“Entonces el reino de los cielos será semejante a diez vírgenes que tomando sus lámparas, salieron a recibir al esposo. Cinco de ellas eran prudentes y cinco insensatas. Las insensatas, tomando sus lámparas, no tomaron consigo aceite; mas las prudentes tomaron aceite en sus vasijas, juntamente con sus lámparas. Y tardándose el esposo, cabecearon todas y se durmieron. Y a la medianoche se oyó un clamor: !!Aquí viene el esposo; salid a recibirle! Entonces todas aquellas vírgenes se levantaron, y arreglaron sus lámparas. Y las insensatas dijeron a las prudentes: Dadnos de vuestro aceite; porque nuestras lámparas se apagan. Mas las prudentes respondieron diciendo: Para que no nos falte a nosotras y a vosotras, id más bien a los que venden, y comprad para vosotras mismas. Pero mientras ellas iban a comprar, vino el esposo; y las que estaban preparadas entraron con él a las bodas; y se cerró la puerta. Después vinieron también las otras vírgenes, diciendo: !!Señor, señor, ábrenos! Mas él, respondiendo, dijo: De cierto os digo, que no os conozco. Velad, pues, porque no sabéis el día ni la hora en que el Hijo del Hombre ha de venir.”

En este pasaje vemos claramente que tanto las vírgenes sensatas como las insensatas estaban a la espera de la venida del Señor; es más, sabían más o menos la hora de la venida.
Tanto las vírgenes sensatas como las insensatas tenían lámparas (tipo de la Palabra, Sal 119:105) y tanto unas como otras tenían aceite (tipo del Espíritu Santo).
Pero las vírgenes insensatas no habían sido diligentes con lo que tenían (la Palabra y el Espíritu Santo), se habían descuidado y sus lámparas se estaban apagando. Ello determinó que cuando vino Su Señor (el arrebatamiento de la Iglesia) para recoger a la novia (la Iglesia) para las bodas del Cordero, las vírgenes insensatas se quedaron fuera (lo que es tipo de que tendrían que pasar por la tribulación).
Ello, de nuevo, nos habla que no es suficiente creer en el Señor Jesucristo del diente al labio, sino con el corazón, y ello implica un estilo de vida de creciente búsqueda de la Palabra y del Espíritu Santo para que nuestra lámpara no se apague, sino que siempre esté encendida y preparada para la venida de Cristo en cualquier momento.
La pregunta que nos tendríamos que hacer al respecto de este pasaje sería, entre otras, ¿Si Cristo viniera ahora mismo por Su Iglesia, encontraría en mí una persona que está buscando de El en Su Palabra y del Espíritu Santo? ¿Estoy realmente apasionado por El y por buscar de El, o solo estoy haciendo el mínimo esfuerzo (2 Tim 2.1)? ¿Lo que pienso, hago, siento, digo, en lo más profundo de mi corazón tiene por objeto agradarlo a El y estar listo para su venida, o es para agradarme a mí?



Parábola de la gran cena (Luc 14:15-24).
“Oyendo esto por uno de los que estaban sentados con él a la mesa, le dijo: Bienaventurado el que coma pan en el reino de Dios. Entonces Jesús le dijo: Un hombre hizo una gran cena, y convidó a muchos. Y a la hora de la cena envió a su siervo a decir a los convidados: Venid, que ya todo está preparado. Y todos a una comenzaron a excusarse. El primero dijo: He comprado una hacienda, y necesito ir a verla; te ruego que me excuses. Otro dijo: He comprado cinco yuntas de bueyes, y voy a probarlos; te ruego que me excuses. Y otro dijo: Acabo de casarme, y por tanto no puedo ir. Vuelto el siervo, hizo saber estas cosas a su señor. Entonces enojado el padre de familia, dijo a su siervo: Vé pronto por las plazas y las calles de la ciudad, y trae acá a los pobres, los mancos, los cojos y los ciegos. Y dijo el siervo: Señor, se ha hecho como mandaste, y aún hay lugar. Dijo el señor al siervo: Vé por los caminos y por los vallados, y fuérzalos a entrar, para que se llene mi casa. Porque os digo que ninguno de aquellos hombres que fueron convidados, gustará mi cena.”

En este pasaje la Palabra nos enseña que habían personas que estaban invitadas por el Señor a las bodas, pero por motivos de agendas personales, asuntos personales que atender, gustos, etc., no acudieron a la invitación.
Si bien es cierto que esta Palabra ha sido interpretada correctamente como que los invitados eran los judíos, que rechazaron la invitación, y por el contrario, la invitación si fue atendida por los indignos (los gentiles en este caso), toda Palabra profética (y esta lo es) tiene una doble referencia, ello nos indica que también es aplicable a dos grupos de personas en la iglesia (tal como nos lo enseña el mismo Jesús en las siete cartas a las siete iglesias de Apo 2 y 3): las que vencen y las que no, las que estarán con Cristo y las que no.
Debemos recordar que la Palabra nos enseña claramente que solo los esforzados, los valientes, los perseverantes, los apasionados, alcanzarán el Reino de los Cielos (Mat 11:12).
Al respecto necesitamos hacernos la pregunta: ¿Sinceramente nos estamos esforzando en vivir el estilo de vida y en alcanzar la santidad y el fruto del Espíritu que Dios espera de nosotros o solo estamos haciendo lo mínimo o menos de lo que Dios nos ha estado requiriendo? ¿Hasta cuando vamos a seguir así?



Necesitamos entender claramente esto: Jesús no vino para establecer categorías o etiquetas como las que solemos usar dentro del Cuerpo de Cristo en este tiempo, tales como creyente, cristiano, convertido, evangelizados, etc. El vino a buscar una sola clase de personas: discípulos, cuya característica fundamental es que fueran como Su maestro (Mat 10:25, Hch 11:26), que pusieran todo otro aspecto de su vida en segundo plano (Luc 14:26, Luc 14:33), en verdad, no solo en palabras o intenciones. Y El nos mandó a ser sus discípulos y a hacer a otros discípulos (Mat 28.18-20) no creyentes, convertidos, evangelizados, cristianos, etc.
Por cierto, en referencia al término “cristiano”, la Palabra nos enseña en Hch 11.26 que a los discípulos (los que cumplían con la característica de ser como su Maestro, Cristo) fue a los que se les llamó cristianos.
No basta creer de una manera superficial (los demonios también creen, y no solo eso, también tiemblan delante de El, Sant 2.19). Necesitamos creer de una manera tal que el Señorío de Cristo (obediencia a Sus enseñanzas, obediencia a Su Palabra, vivir bajo los principios y valores que El vivió) sea manifiesto totalmente en nuestras vidas, todos el tiempo, en todos los aspectos, roles y momentos (Rom 10:8-10).
Una vida “cristiana” superficial no es suficiente delante de Dios. Quizá lo sea a nuestros ojos, pero no a los ojos de El, tal como nos lo enseña Jer 48:10: “Maldito el que hiciere indolentemente la obra de Jehová,” (y esa obra no se refiere solamente a ministerio, sino a la forma de vivir nuestra propia vida). En el mismo sentir, Pablo a los Efesios (que habían creído –Efe 1.15-16-) les amonesta en Efe 5:14-17 para que sean diligentes en vivir de acuerdo con la voluntad de Dios: “Por lo cual dice: Despiértate, tú que duermes, y levántate de los muertos, y te alumbrará Cristo. Mirad, pues, con diligencia cómo andéis, no como necios sino como sabios, aprovechando bien el tiempo,porque los días son malos. Por tanto, no seáis insensatos, sino entendidos de cuál sea la voluntad del Señor.



Otras Escrituras que nos hablan en la misma dirección y con total seriedad son:
Ose 4:6. “Mi pueblo fue destruido, porque le faltó conocimiento. Por cuanto desechaste el conocimiento, yo te echaré del sacerdocio; y porque olvidaste la ley de tu Dios, también yo me olvidaré de tus hijos.”
Luc 14:25-27. “Grandes multitudes iban con él; y volviéndose, les dijo: Si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre, y madre, y mujer, e hijos, y hermanos, y hermanas, y aun también su propia vida, no puede ser mi discípulo. Y el que no lleva su cruz y viene en pos de mí, no puede ser mi discípulo.”
Isa 57:15. “Porque lo dice el excelso y sublime, el que vive para siempre, cuyo nombre es santo: Yo habito en un lugar santo y sublime, pero también con el contrito y humilde de espíritu, para reanimar el espíritu de los humildes y alentar el corazón de los quebrantados.”
1 Ped 1:13-16. “Por tanto, ceñid los lomos de vuestro entendimiento, sed sobrios, y esperad por completo en la gracia que se os traerá cuando Jesucristo sea manifestado; como hijos obedientes, no os conforméis a los deseos que antes teníais estando en vuestra ignorancia; sino, como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir; porque escrito está: Sed santos, porque yo soy santo.”



Conclusión.
Amados y amadas de Dios y nuestros, este tiempo y los siguientes por venir es necesario que constantemente examinemos nuestro caminar en el Señor de acuerdo a lo que nos enseña en Su Palabra, atendamos Sus requerimientos que seguramente cada uno hemos recibido de El respecto a los cambios que es necesario hacer en nuestras vidas, avivemos el fuego del amor que se apropió de nosotros en algún momento después de nuestra conversión, apasionémonos por El de acuerdo a Su amor, gracia y misericordia que El nos ha manifestado desde siempre, y vivamos vidas delante de El que sean cartas abiertas, que no haya nada en ellas que puedan desagradarle a El. En pocas palabras, es necesario que nos consagremos a El plenamente, sin limites, y nos consagremos a vivir para El vidas santas que glorifiquen Su Nombre, que todo lo que pensemos, hagamos y digamos sea digno de El (Col 3:22-24).

08 Jun 2010
Referencia: Santidad.