Estudio Bíblico

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Negarnos a nosotros mismos.



ENSEÑANZAS DE DISCIPULADO.
MADUREZ.

ENSEÑANZA No. 2.
NEGARNOS A NOSOTROS MISMOS.



Objetivos de la enseñanza.
Reconocer un elemento esencial del discipulado y su importancia: la negación de nosotros mismos.
Conocer, interiorizar y practicar lo que significa negarnos a nosotros mismos.
Capacitarnos y entrenarnos para reconocer las señales de una falta de negación de nosotros mismos, para trabajar en entregarle esa área de la vida al Señor.
Reconocer las áreas primordiales de nuestra vida donde necesitamos negarnos a nosotros mismos con mayor prioridad.



Introducción.
Jesús, en Mat 28.18-20, nos enseñó y mando lo que se conoce como la Gran Comisión: ir y hacer discípulos en todas las naciones, bautizándolos en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar (conocer, interiorizar y practicar) todo aquello que El nos ha mandado.
La Gran Comisión, es por lo tanto, un mandato para hacer discípulos (no solo salvos, sino discípulos), y una característica del discípulo es guardar (conocer, interiorizar y practicar) todo lo que El nos ha mandado, Su Palabra. En esto consiste precisamente el Señorío de Cristo, en obedecer Su Palabra, y sin ese Señorío en nosotros no hay salvación, como nos lo enseña Rom 10:8-10.
Por lo tanto, podemos decir sin temor a equivocarnos que el discipulado consiste en desarrollar el Señorío de Cristo en todas las áreas, actividades y relaciones que abarque nuestra vida. O lo que es lo mismo, desarrollar la obediencia a la Palabra de Dios en todos los aspectos de la vida, no solo en algunos. Eso es esencialmente lo que significa Mat 6:33, Mat 28.18-20, Rom 10:8-10.
Obviamente, para enseñar a otros a ser discípulos, entonces, primero yo tengo que ser uno de ellos, porque no puedo dar lo que no tengo, no puede enseñar lo que no he aprendido, no puede pedir a otros que pongan en práctica lo que yo mismo no practico. Por lo tanto, la obediencia a la Palabra de Dios en todos los planos de mi vida debe ser una prioridad en el discipulado.



Obediencia y negación de nosotros mismos.
El señorío de nuestra vida implica a quién le obedecemos realmente. Si nuestra obediencia a Jesús es predominante, entonces El es el Señor de nuestra vida, pero si antes que a Jesús obedecemos a otras cosas (nuestras ideas, sentimientos, pensamientos, o los de alguien más, el dinero, la inseguridad, el dolor, etc.) entonces esa cosa a la que obedecemos es el señor de nuestras vidas.
Por ello en Mat 16:24, Mar 8:34 y Luc 9:23, Jesús establece como un requisito del discípulo, el negarse a sí mismo, y si, como vimos en el apartado anterior, el discipulado es también la obediencia a la Palabra de Dios en todos los planos de la vida, entonces negarnos a nosotros mismos y obediencia a la Palabra son dos partes complementarias del mismo proceso.
Negarnos a nosotros mismos implica negarnos a seguir lo que nosotros pensamos, sentimos o creemos que es lo que deberíamos ser y hacer que no está de acuerdo con lo que Dios dice, para darle paso a la obediencia de lo que al respecto dice la Palabra de Dios.
Por ello, como no puede haber discipulado sin obediencia, no puede haber obediencia sin negarnos a nosotros mismos.
Por lo tanto la negación de nosotros mismos es el primer paso de la obediencia.



Obediencia e iniquidad.
La esencia de la iniquidad, (el ADN del pecado, el ADN del diablo), la fuente del pecado, y la razón de la maldición (el que nos vaya mal) en todas las áreas de la vida (Isa 14:12-15, Gen 3.1-7, 1 Sam 15:22-23, Prov 16:25) es el “yo”, el “ego”, el “yo mismo”, el “nosotros mismos”.
Por lo tanto la obediencia, que en esencia es negarnos a nosotros mismos, es un paso fundamental, además de en el proceso de establecer el Señorío de Cristo en nuestras vidas, de nuestra libertad en Cristo, de la vida abundante, del disfrute de las bendiciones en la vida terrenal y en la vida eterna (Luc 18:29-30, Prov 3:5-8 NVI). Y Dios quiere bendecirnos (que nos vaya bien).



Iniquidad y endiosamiento.
Cuando Dios creó el mundo y al ser humano, lo creó todo para que fuera perfecto, para que la bendición de El estuviera en todo y la vida en la tierra fuera perfecta (Gen 1:1-31). La única condición para ello era la obediencia, su Señorío efectivo sobre la vida del ser humano (Gen 2:15-17).
Sin embargo, esa perfección, en primer lugar se perdió en el primer Edén, cuando el Lucero, hijo de la mañana (que era perfecto en todos sus caminos), por la multitud de sus contrataciones fue lleno de iniquidad y pecó (Ezeq 28.15-16). El proceso entonces que siguió este ser en su vida fue: obediencia, contrataciones, iniquidad, pecado.
El factor distorsionante fueron sus contrataciones: sus pensamientos, su agenda, sus deseos, sus planes, sus maquinaciones, contrarias a lo que Dios había establecido. El había sido creado para cumplir con la voluntad, el propósito y el diseño de Dios. Sin embargo, se llenó de sus propios pensamientos, no de los de Dios (esa es la esencia de la iniquidad). Como consecuencia de llenarse de iniquidad (“si mismos”, desobediencia a Dios, el ADN de la maldad), pecó, y como resultado de su pecado fue echado de la presencia de Dios (el lugar de la bendición, de la vida abundante, de la perfección, de que le fuera bien en la vida).
Su pecado consistió en querer ser como Dios (Isa 14:12-14), es decir, endiosarse a sí mismo.



Iniquidad, endiosamiento y ser humano.
Adán también fue creado para la obediencia a Dios, garantía de que su vida y la de todo alrededor iba a ser llena de perfección, y por lo tanto, de abundancia, de bien, de gozo, de satisfacción, etc., (Gen 2:15.17).
Pero cuando empujado por la serpiente decidió por sí mismo, por sus propios pensamientos, contrarios a los de Dios (Gen 3:5) comer del árbol que Dios había dicho que no comiera, se llenó también de iniquidad, desobedeció a Dios y pecó (Gen 3:6), y por ello, fue echado del Edén (igual que satanás antes, Gen 3:23-24) y su vida quedó echa una desgracia (Gen 3:7-19).
Notemos algo importante: la serpiente tentó a Eva en la misma forma que el diablo había tentado a Dios (“seréis como Dios”, Gen 3:5), es decir, con la promesa de endiosarse, que en esencia, significa hacer lo que se le diera la gana, establecer sus propias normas, pensar sus propios pensamientos, decidir sus propios caminos, hacer sus propios propósitos, etc., olvidándose que era un ser creado, y por ende dependiente de su Creador, en un ser que rechaza a su Creador y se vuelve “independiente”, o lo que es lo mismo, desobediente a Dios (1 Sam 15:22-23)



Definición de iniquidad (endiosamiento).
Decidir por nosotros mismos, independientemente de Dios, sobre nuestras vidas (y sobre las vidas de los demás, y las cosas de nuestro alrededor).
Vivir por nuestros propios pensamientos, sentimientos, decisiones, voluntad, normas (y pretender que los demás obedezcan también a ellas).
Desobediencia a Dios y a Su Palabra.
Asumir el lugar de Dios en nuestras vidas, o dárselo a alguien o algo más.



La solución.
Dios, en Cristo, pagó el precio del perdón (cancelación de la sentencia) de nuestra iniquidad y de nuestros pecados (Isa 53:5-6, 8, 10-11), y al recibir por gracia por medio de la fe (Efe 2:8-9) lo que Cristo hizo por nosotros en la Cruz, no solo recibimos ese perdón sino también una nueva naturaleza (la naturaleza de Dios, 2 Cor 5:17, 1 Ped 1:23, 2 Ped 1:4), un nuevo ADN, para que vivamos ya no siguiendo la naturaleza de la iniquidad, sino la naturaleza divina, obedeciendo la Palabra de Dios, restaurando el Señorío de Cristo y Sus propósitos (2 Cor 5:18-20, Col 1:18-20, Rom 8:19-21).
Lo que a nosotros nos queda, además de recibir lo que Cristo hizo por nosotros, es liberar nuestra mente (Rom 12:2, Efe 4:22-24) de los pensamientos, sentimientos, decisiones, voluntad, normas, etc., que fueron el resultado de ese anterior, viejo y muerto ADN (iniquidad, endiosamiento, 2 Cor 10:4-6), y sustituirlos por los de Dios (3 Jn 2, Sal 1.1-3, Jos 1:8) manifestados a nosotros claramente en Su Palabra, para que la perfección de Dios se vaya restaurando gradualmente en nosotros y todo nuestro alrededor (Mat 6:33), y comencemos a vivir dentro de las bendiciones de la obediencia (Deut 28:1-14), la vida abundante (Jn 10:10), la vida en incremento y prosperidad (Prov 4.18, 3 Jn 2), los planes de bien de Dios para nosotros (Jer 29:11). Y ese proceso de restauración se llama: negación de nosotros mismos, obediencia, renovación de la mente, vestirnos del nuevo hombre, santificación, adoración, etc.
En ese proceso nosotros somos participantes activos (1 Cor 3:9, 2 Cor 6:1), ayudados por Dios a través de Su Espíritu Santo (Fil 1:6, 1 Tes 5:23).



Preguntas de autoevaluación.
Defina con sus propias palabras lo que significa morir a nosotros mismos.
Defina con sus propias palabras lo que significa iniquidad y/o endiosamiento.
¿Por qué es importante, en sus propias palabras, morir a nosotros mismos?
¿Qué se requiere para morir a nosotros mismos?
En principio, ¿en qué áreas de su vida considera que es más urgente morir a sí mismo?
¿Qué va a hacer al respecto? ¿Cuándo? ¿Cómo?
¿Cuáles van a ser las metas a alcanzar para evidenciar que lo ha logrado?




22 Ene 2010