Estudio Bíblico

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María, la madre de Jesús.



MARIA, LA MADRE DE JESÚS.



Introducción.

Mucho se ha hablado de la actitud de nosotros los cristianos evangélicos respecto a María, y la mayoría de ello, enfatizando solamente en un aspecto de nuestra actitud: el rechazo de la idolatría y/o entronización de ella. Sin embargo, nuestra actitud hacia María no se circunscribe solamente a ello, sino a otros muchos aspectos que tomamos en cuenta y de los cuales vamos a hablar en este estudio, comenzando con el hecho de que la tenemos en alta estima y consideración por la clase de mujer que fue al aceptar ser la madre de Jesús, en medio de circunstancias tan difíciles como fueron las que rodearon el nacimiento de Jesús.



Lo que los cristianos evangélicos creemos de María.

En primer lugar, creemos todo lo que la Palabra de Dios nos dice de María. En consecuencia, creemos que María fue una mujer de carne y hueso, como cualquier otra mujer de carne y hueso pero virtuosa, escogida por Dios siendo virgen para ser la madre de Jesucristo, y que permaneció en ese estado virginal hasta el momento del nacimiento de Jesús tal como nos lo enseñan las Escrituras (Mat 1:25). Vemos en ella (y admiramos) no solo a la madre terrenal de Jesús, sino a una mujer real, con una fe grandísima en el Señor, que era una mujer admirable, porque para servir a Dios desafió los principios del mundo en los que vivía y a la que Dios la escogió para una tarea muy especial que la pondría en un lugar prominente y por la cual la considerarían un ejemplo.

Segundo, era una jovencita de no más de dieciocho años, y más probablemente, de acuerdo a las tradiciones judías vigentes en ese tiempo, no mayor de dieciséis años. Es decir, casi una niña. Sin embargo, ante la anunciación del Angel de que concebiría un hijo del Espíritu Santo, manifestó un tremendo grado de madurez, al aceptar tal situación. No se puso a pensar en el que dirán, o en las consecuencias posibles de su decisión (rechazo de José y apredreamiento por supuesto adulterio), ni si la situación económica que atravesaría haría posible el sostenimiento de esa nueva vida, etc. Ninguna consideración natural tuvo para aceptar esa decisión. Ella sabía que era Dios quien estaba diciéndolo, y ante ello solo había una respuesta posible: la de siempre, la obediencia. Si hoy los cristianos ejerciéramos más frecuentemente en nuestra vida ese tipo de obediencia, seguramente no solo nuestras vidas y nuestras familias fueran diferentes, sino que posiblemente también el mundo que nos rodea. Pero ello no es un pretexto para no comenzar desde ahora a ejercer ese tipo de obediencia. Por ello, María es un ejemplo permanente para nosotros, un ejemplo de la obediencia a manifestar respecto a la Palabra y las instrucciones de Dios. Más adelante, ella se encargará de hacernos ese recordatorio nuevamente en las bodas de Caná cuando Jesús ya está en los 30 años de edad: “Haced todo lo que El os dijere” (Jn 2:5).

Tercero, la aparente ingenuidad con la que obedece el deseo de Dios, nos hace recordar que Jesús nos enseñaría, más adelante, que el Reino de los cielos hay que recibirlo como niños, tal como lo hizo María (Mar 10:15, Luc 18:17): “El que no recibe el Reino de Dios como un niño, no entrará en él”.

Otro ejemplo que nos da María a su corta edad, es el ejemplo de la humildad y la prudencia (Luc 2:19). No salió apresuradamente a darle a todo el mundo la noticia de la escogencia que Dios había hecho de ella, ni se ensoberbeció por esa elección, antes bien, reconoció que no merecía esa escogencia, porque ella misma necesitaba de un Salvador dada su condición de pecadora tal como ella misma lo expresa a su parienta Elizabeth (Luc 1.47-48).



Lo que los cristianos evangélicos no admitimos acerca de María.

Básicamente, no aceptamos de ninguna manera, que se le quiera despojar de su total humanidad, tal como la Biblia la enseña, y con ello se le despoje de su calidad de ejemplo de mujer, esposa y madre, que Dios quiere que sea para toda mujer de fe, creyente en Jesucristo. Al asignarle una divinidad que nunca tuvo ni fue el plan de Dios para ella, se le despoja de la segunda calidad más importante que ella tiene (la primera es la de ser la madre terrenal de Jesús): su calidad de ejemplo para toda mujer que quiera ser verdaderamente piadosa de acuerdo al modelo de Dios. En razón de ello, rechazamos lo siguiente.

En primer lugar, que ella haya sido concebida sin pecado. Ella, igual que cualquier otro ser humano, tal como lo dice la Biblia, fue concebida en pecado (Sal 51:5), y tuvo una naturaleza pecadora igual que todos nosotros (Ecle 7:20, Rom 3:10), tal como ella misma lo reconoce (Luc 1:47-48). Sin embargo, siendo una mujer con una naturaleza pecadora, se sobrepuso a ello, creyéndole a Dios, y posteriormente, creyendo en Jesucristo como su Señor y Salvador. Después del nacimiento de Cristo la encontramos en el templo, ofreciendo sacrificio para su purificación (Luc 2:22-24), que no hubiera necesitado si hubiera sido sin pecado como Cristo. Si ella hubiera nacido sin pecado, no habría necesitado una ofrenda de purificación ni un salvador

En segundo lugar, que ella haya sido virgen toda su vida. La Biblia enseña que María era virgen en el momento del nacimiento de Cristo (Mat 1:25), cuando tuvo a su primogénito (si ella solo hubiera tenido un hijo, a Jesús, entonces hubiera sido el unigénito, no el primogénito, es decir, primero entre dos o varios). La Biblia no nos da razón para creer que ella permaneció virgen toda su vida. Ninguno de los pasajes que hablan de la virginidad de María infieren que ella debía mantenerse virgen después del nacimiento de Cristo. Más bien, se da a entender que después que nació Cristo, María y José tuvieron relaciones normales como esposo y esposa. Afirmar que María permaneció virgen toda su vida infiere que ella no obedeció la voluntad de Dios para las mujeres casadas, (1 Cor 7:5) y esta idea realmente no la honra. El hecho de que María posteriormente hubiera tenido relaciones sexuales con José en nada demerita el hecho de que es la madre terrenal del Señor Jesucristo. Sin embargo, pretender sostener la permanente virginidad de María, un hecho que la misma Palabra de Dios evidencia que no fue así, solo contribuye a que algunos enemigos de Cristo ridiculicen a la propia María, nieguen a Cristo y lo ridiculicen también, junto con aquellos que pretenden sostener esa doctrina. La Biblia también habla varias veces de los hermanos de Jesús, asociándolos claramente con María como la madre de ellos (Mat 13:55-56, Mat 12:46-47, Mar 3:31-32, Luc 8.19-20, Jn 2:12, Gal 1:19).

Tercero, que sea la madre de Dios. Dios es pre-existente, sin padre ni madre, ni genealogía. El hecho de que Jesús se haya encarnado y nacido de María, se refiere a Jesús el hombre, despojado de toda su gloria, un hombre de carne y hueso, no a Dios (Fil 2:5-8). En consecuencia, ella es la madre de Jesús, no de Dios. Algunos enseñan que María debe ser llamada la madre de Dios, una expresión que nunca se usa en la Biblia. El razonamiento es que ella es la Madre de Jesucristo, y El es Dios. Aunque a primera vista el razonamiento parece aceptable, si ella fuera la madre de Dios, tendríamos que inferir que la criatura era la madre del Creador: es decir, que María, quien nació en un momento particular de la historia, era la madre de todo lo relacionado con Dios, quien ha existido desde la eternidad (Gén 1:1; Jn 1:1-3, 14). María fue la madre de la naturaleza humana de Cristo, pero no de su naturaleza divina, la cual ha existido desde la eternidad (Jn 8:57-58).

Cuarto, ni la Palabra de Dios ni Jesucristo fomentan la glorificación de María que es tan común ahora, más bien, Jesús pone las cosas en la perspectiva correcta en Luc 11:27-28. Dar a María la gloria que debemos dar a Dios no es la forma correcta de honrarla. Si alguien tratara de honrar a otro dándole un título falso, el supuesto honrado ¿se sentiría honrado? Probablemente pensaría que el otro es terriblemente ignorante, o que se burla de él. Si alguien fuera a ser honrado probablemente preferiría que dijeran algo agradable y verdadero acerca de lo que realmente es o ha hecho.

Quinto, la oración a María. La Biblia consistentemente enseña que la oración debe dirigirse a Dios el Padre. En la Biblia no hay un solo ejemplo de alguien que tratara de ir a Jesús o a Dios el Padre por medio de María. Por el contrario, hay varios pasajes que nos enseñan que la única manera de llegar al Padre es a través de Jesucristo (1 Ti 2:5, Jn 14:6), y que solamente El es mediador entre Dios y los hombres.



Conclusión.
No le hacemos ningún favor a María perdiendo de vista la perspectiva de que ella fue una mujer común y corriente, de carne y hueso, llamada por Dios por Su gracia y misericordia infinitas, a una gran misión, así como cada hombre y cada mujer es llamada por Dios para Su obra en el mundo. Necesitamos aprender de María como mujer, madre, y esposa, en lugar de perder el gran valor de su ejemplo, divinizándola y exaltándola a un lugar que ella nunca quiso tener, y contradiciendo todo lo que la Palabra de Dios nos enseña.



22 Dic 2009
Referencia: Personajes.