Estudio Bíblico

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Visión Cristiana del Matrimonio (artículo).



VISIÓN CRISTIANA DEL MATRIMONIO
Por José L. González
www.semilla.org


El ideal cristiano para el matrimonio dista mucho de la realidad y del ideal que el mundo y nuestra cultura nos ofrecen. El cancionero popular, lleno de añoranzas por amores prohibidos, de corazones rotos por engaños y traiciones, de deseos y fantasías íntimos expresados impúdicamente, documentan ampliamente esa realidad.


Pacto de Mutua Edificación

Tristemente, aún el matrimonio cristiano puede distar del modelo bíblico. Dependiendo de cuándo entró el Señor a nuestras vidas con poder (antes o después de casados), y qué grado de madurez en el Señor y en nuestra vida emocional hemos alcanzado, la distancia entre nuestra realidad y el ideal evangélico puede ser enorme o simplemente grande. Dice la palabra que “No hay justo, ni aún uno,” (Romanos 3:10) de modo que no importa cuán “maduros” seamos en el Señor, cuando se trata de rectitud, nadie alcanza la medida que Dios requiere, sólo Cristo y nosotros sólo en Él.

Esto quiere decir que después de entrar en la gracia de Dios, toda nuestra vida será un peregrinaje, un continuo proceso de restauración de la imagen de Dios en nosotros. El matrimonio cristiano hace de este proceso su enfoque central, los esposos dedicándose a la tarea de amarse el uno al otro, para ayudarse a crecer y a reflejar mejor a Cristo.

“De este modo, todos llegaremos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a una humanidad perfecta que se conforme a la plena estatura de Cristo….Más bien, al vivir la verdad con amor, creceremos hasta ser en todo como aquel que es la cabeza, es decir, Cristo. Por su acción todo el cuerpo crece y se edifica en amor, sostenido y ajustado por todos los ligamentos, según la actividad propia de cada miembro“. (Efesios 4:13, 15, 16)

El matrimonio cristiano es un “pacto para el mutuo crecimiento espiritual”, ya que ambos procuran y se alían para la mutua perfección. Y como la tercera Persona de la unión entre un hombre y una mujer cristiana es Cristo mismo (“Donde dos o más están reunidos en mi nombre…), Su presencia emana el amor que alcanza y transforma a todos los miembros de la familia.


El Evangelio transforma nuestra idea de Autoridad y Sujeción

Tal vez el efecto principal que el Evangelio tiene es el de colocarnos bajo el Señorío de Cristo. Lo que Jesús nos ofrece es su “yugo”. Jesús dijo que su yugo es “fácil,” creo yo que porque se trata de un yugo amoroso que es libremente aceptado. Y su carga es “ligera” porque él mismo se encarga de sobrellevar el mayor peso, el de nuestra culpa, aliviando la opresión de nuestra carne y la presión de las tentaciones e influencias mundanas.

El hombre natural rehúye la autoridad, porque lo que conoce como autoridad suele ser egoísta, caprichoso, opresivo y despótico. Ante tal experiencia es normal tratar de evitar encuentros innecesarios con la autoridad. Pero, la anti-lógica del Reino nos enseña a procurar cobijarnos bajo la autoridad benévola de Dios, cuyas reglas y mandamientos son para nuestro bien.

Por otro lado, el ser humano rechaza la sujeción y se rebela contra la obediencia, porque su experiencia (y la voz de su Adversario) le dice que quienes se imponen sobre él le causarán abuso, negligencia, arbitrariedad e injusticia. A la verdad, su experiencia corrobora que quienes detentan la autoridad abusan de ella, rebasando los límites de su jurisdicción, y rigiendo según su parecer advenedizo y para su propio beneficio, y no el de sus seguid ores.

Esta distorsión de lo que es la autoridad y la sujeción surge y se reproduce en el seno de la familia. Comienza para cada uno de nosotros en nuestra niñez, cuando aprendemos a acatar y a sujetarnos a la autoridad. Cuando formamos nuestra pareja, con la que negociamos un arreglo mutuamente satisfactorio sobre cómo ejercer y acatar la autoridad, multiplicándose este ejemplo en los hijos de la familia que formamos.

Sin embargo, cuando Cristo entra en nuestra alma, Él nos coloca bajo su amoroso yugo y nos enseña a acatar y a ejercer la autoridad debidamente, o sea libremente y por amor. En realidad, no podemos ser líderes, criar, enseñar, pastorear, tratar o dirigir debidamente a nadie que no amamos, porque todas las relaciones humanas, incluyendo las de autoridad, se deben de basar en el amor. (1)

Lo primero que se aprende (idealmente en la niñez, y si no, luego de nuestra conversión, como adultos) es la sujeción. Porque, el que no sabe obedecer no podrá dirigir debidamente, ya que el que no ha aprendido a acatar tampoco ha aprendido a ejercer la autoridad.

Jesús mismo nos dio ejemplo de acatar la autoridad. A la edad de 12 años, cuando sus padres lo encontraron en el Templo, donde había maravillado a los mejores doctores de la Ley de su día, “volvió a Nazaret, y estaba sujeto a ellos” (Lucas 2:51). Durante sus casi tres años de ministerio público, Jesús declaró repetidamente (2) que él no venía por cuenta propia, sino que había sido “enviado”, para hacer la voluntad de su Padre y para declarar Su mensaje. Dice la Biblia que “aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia; y habiendo sido perfeccionado, vino a ser autor de eterna salvación para todos los que le obedecen” (Hebreos 5:8 y 9).


Sujeción y Autoridad en el Matrimonio Cristiano

Una de las mentiras más dañinas que ha usado Satanás contra la humanidad es la perversión de la autoridad que Dios ordenó dentro del matrimonio. La prepotencia (abuso del poder) del varón hacia su mujer tiene consecuencias incalculables en sufrimiento humano. La injusticia que el niño ve en su hogar hace que rechace la autoridad y deshonre a su padre (y a su madre), robándose años de vida y acarreándose mayor infelicidad para sí y para los suyos. Tal vez por eso que la obra postrera del Espíritu Santo en la tierra será “volver el corazón de los hijos hacia los padres y de los padres hacia los hijos” (Malaquías 4:6).

Desgraciadamente, el demonio, el mundo y la carne se han aliado para tergiversar el mandato de Dios, y esto ha traído hasta dentro del seno de la iglesia el abuso de la autoridad masculina, en relación a lo que Dios ordena.

El hombre y la mujer fueron creados, son y siempre serán COMPLETAMENTE IGUALES ante Dios. Ambos fue ron creados “a imagen y semejanza de Dios”. Ambos fueron igualmente redimidos en la cruz y ambos nacen de nuevo exactamente de la misma manera. Ambos reinarán con Cristo por los siglos de los siglos y juzgarán a los ángeles. Espiritualmente hablando, no hay distinción alguna entre el varón y la mujer.

Dios los diseñó DIFERENTES, NO DESIGUALES, para que, apoyándose mutuamente, puedan ambos cumplir misiones distintas en la tarea de ejercer dominio y de gobernar la tierra como mayordomos de Dios. Ambos dependen mutuamente, ya que “en el Señor ni el varón es sin la mujer, ni la mujer sin el varón; porque así como la mujer procede del varón, también el varón nace de la mujer; pero todo procede de Dios” (1 Corintios 11:11 y 12).

Esta igualdad esencial, con diferenciación de roles, la vemos en las Tres Personas de las Santísima Trinidad, ya que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son iguales y se honran mutuamente entre sí. Cada uno tiene su papel diferente, pero ninguno es superior ni inferior al otro. Cuando, en la plenitud de los tiempos le tocó al Hijo encarnarse para redimir al hombre, el Padre se convirtió en la cabeza de Cristo. “Cristo es la cabeza de todo varón, y el varón es la cabeza de la mujer, y Dios la cabeza de Cristo” (1 Corintios 11:3). Pablo compara la relación de Cristo con el Padre con la relación de la esposa con su marido. Ambas son relaciones de subordinación, pero NO DE INFERIORIDAD.

Escribe Pablo: “como la iglesia está sujeta a Cristo, así también las casadas lo estén a sus maridos en todo” (Efesios 5:24). La iglesia se subordina a Cristo en un pacto mutuo de amor, no por temor ni por obligación. Las casadas también, se deben de subordinar a sus esposos por amor, no por obligación. Dios no le dio autoridad a ningún marido para “demandar o requerir” el amor y la obediencia de su mujer. El amor no se fuerza, y el mandamiento es el amor. Las obligaciones conyugales son obligaciones de conciencia hacia Dios, de complacer por amor, libremente dado, al consorte. Ninguno está obligado a acceder a las demandas egoístas, o malsanas, a veces fruto de una adicción sexual.


El Concepto Cristiano del Matrimonio

En una ocasión, cuando le preguntaron a Jesús qué pensaba del divorcio, les respondió recordándoles el diseño divino del matrimonio. Desde la creación del mundo, Dios creó al varón y a la hembra, quienes a su tiempo dejarán a su padre y a su madre y se unirán en la unión más perfecta que puede haber entre dos seres humanos. El matrimonio es una unión tan completa que, según Jesús, ya no serán dos, sino “una sola carne”.

El matrimonio cristiano es mucho más que la mera unión física del marido y su mujer; es en una unión completa. La unidad del matrimonio incluye la fusión física de sus cuerpos, de la cual se ocasiona la concepción de un nuevo ser humano, compuesto perfectamente de los ingredientes físicos de ambos. Pero los consortes hacen además pacto con Dios. Y como ambos están en Cristo, su objetivo es seguir a Cristo juntos. Buscan ser uno en su manera de pensar, sujetos a su pacto y al papel que Dios le asigna a cada cual, aprendiendo a caminar con amor y respeto.

Los consortes cristianos son administradores conjuntos de su pacto matrimonial, en el cual Dios ha depositado un inmenso poder, comenzando con el poder inigualado de cooperar con El en la procreación de la próxima generación. Dios le delega a cada matrimonio el poder de decidir su forma de vida y de cómo han de tratarse mutuamente con tal de que sus decisiones encajen dentro de sus lineamientos generales y que ambos estén de acuerdo. Como cada cual determina libremente cuáles son los dictados de su conciencia y los límites de su consentimiento, los consortes cristianos caminan en mutua sujeción.

Jesús dijo: “Donde dos o más estén reunidos en mi nombre, allí estaré yo.” Esto hace del matrimonio cristiano como una pequeña iglesia local. La Biblia dice que la unión de un hombre y una mujer es una representación de la unión de Cristo con la iglesia. Unidos a Cristo, el marido y su mujer se convierten en “uno” en El, por El y para El. “Lo que Dios unió, no lo separe el hombre”.


Perspectiva Cristiana del Amor Conyugal

El amor conyugal es la relación más íntima, satisfactoria y completa que pueden experimentar un varón y una mujer, en el contexto del matrimonio, un compromiso absoluto de fidelidad, mutuo apoyo y sujeción a Dios. Por esa razón el enemigo ha enfocado todo su poderío para destruir el matrimonio y para abusar de la capacidad sexual de los individuos fuera del orden divino.

En el acto de amor conyugal ambos se entregan totalmente el uno al otro, confiando sus cuerpos, sensaciones y emociones sin barreras ni tapujos de ninguna clase. Esa completa vulnerabilidad es prácticamente imposible de obtener de otra manera, y merece la protección de un pacto inquebrantable de lealtad y de unidad superior a toda otra relación humana. En el acto de amor conyugal el marido y su mujer alcanzan a experimentar la fusión total de un abrazo que los hace realmente “uno”, ya no más dos, sino uno. Y, naturalmente, de ese abrazo se engendran seres que poseen las características genéticas del uno y del otro en una combinación única e inexplicable.

El amor conyugal tiene que ser cultivado con inversiones constantes, diarias, intencionales, de gestos y ocasiones que refuerzan, confirman, adornan y expresan el amor. Aquí la creatividad de los cónyuges puede des plegar toda su gama, en cariños, recuerdos, momentos, lugares, ocasiones y gestos especiales, que dan significado y textura al amor mutuo. La comunicación, íntima, constante, positiva y sincera es el elemento principal, ya que el amor es una relación, y las relaciones se nutren de la comunicación. Los estilos de comunicación varían de persona en persona y de pareja en pareja, pero la prioridad de estar juntos, vivir juntos y enfrentar los retos juntos es constante. Hay quienes hablan, ríen, juegan, disfrutan de experiencias juntos sin hablar, etc. Todo es factible si conduce al mutuo conocimiento, deleite y crecimiento.

Algunas veces el marido busca que su mujer lo complazca valiéndose de argumentos religiosos, demandando que ella cumpla su “deber”, supuestamente para honrar a Dios como si estuviera bajo una obligación espiritual. Ese argumento es legalista y opresivo, en lugar del mandamiento del amor que es liberador. Este tipo de “ministración” es egoísta y auto-complaciente. Lo espiritual sería que ejerza la paciencia y longanimidad de Cristo, entregando su vida por ella, “para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra” (Efesios 5:25).

En el matrimonio cristiano, cada consorte debe de preocuparse por cumplir SU deber, dejando en manos de Dios el poder de ayudar al otro a cumplir el deber propio. “Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella” (Efesios 5:25). “Así también los maridos deben amar a sus mujeres como a sus mismos cuerpos. El que ama a su mujer, a si mismo se ama. Porque nadie aborreció jamás a su propia carne, sino que la sustenta y la cuida, como también Cristo a la iglesia…. Grande es este misterio; mas yo digo esto respecto de Cristo y de la iglesia. Por lo demás, cada uno de vosotros también ame a su mujer como a sí mismo y la mujer respete a su marido (Efesios 5:28-33).


Notas.

(1) Recuerdo al General (en retiro) Paul Cerjan, quien al aceptar la presidencia de Regent University en Virginia exhortó a los profesores compartiéndoles una advertencia que él recibiera como un joven oficial. Según nos contó, un viejo General le dijo: “No puedes comandarlos, si no los amas.” Y agregó nuestro presidente: “Uds. no podrán enseñarles, si no los aman.”

(2) 33 veces hace referencia a ello tan sólo en el Evangelio de San Juan.


www.porminacion.org


21 Feb 2009
Referencia: Matrimonio (01)