Estudio Bíblico

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Consagración.



EL LLAMADO.


Luc 14:26.

“Aborrecer” = no poner en primer lugar, o tener más en cuenta.
“Venir a El” = sin afectos que nos aten al mundo y a la carne.
Si por causa de la familia, parientes, amigos, trabajo o profesión posponemos las cosas o el llamamiento de Dios, estamos equivocándonos porque debemos reconocer que nosotros, al aceptar a Cristo, hemos entregado nuestras vidas bajo Su señorío y autoridad.
Todo lo que podamos dejar para seguirlo a El no es comparable en nada con Su sufrimiento sobre la cruz, ni con las recompensas que El nos proveerá (Luc 10:29-31).
No se puede entregar el poder del evangelio a personas que tengan un carácter siempre diluido e inestable.
Para servir al Señor debemos estar completamente consagrados a El, renunciando a todo aquello que se interponga entre nosotros y Dios.
Como el llamado y los dones de Dios son irrevocables, si no lo hacemos así, no vamos a estar tranquilos, ni satisfechos; sino todo lo contrario.
Vamos a vivir una gran batalla interna, entre el Espíritu que nos anhela celosamente (Sant) y la carne que nos quiere alejar del llamado, hasta que resolvamos el conflicto del lado del llamado.
No hay opción. Para eso fuimos creados (Efe 2.10).
La consagración no es definitiva, más bien experimentamos cada vez nuevos niveles de consagración, es continua (Prov 4:18, Fil 1:6).
Es antes que cualquier cosa, a acompañar a Cristo. El estar debe preceder al hacer.
• Primero: “síganme”.
• Segundo: “os haré pescadores de hombres”.

Una de las responsabilidades de la Iglesia en general es fomentar y cultivar los ambientes en los que nacen los llamados ministeriales y la vida consagrada, ayudando a las familias cuando alguno de sus miembros se sienta llamado a seguir el camino del ministerio.
Estas personas llamadas son un don de Dios y surgen en las Iglesias, en las organizaciones de la iglesia, y ante todo, en las familias
La responsabilidad por los llamados es de toda la iglesia que debe pedirle al Señor la abundancia de llamados en oración ferviente y constante.
Los ministros ya establecidos tienen la especial responsabilidad de estimular, formar, entrenar, apoyar y lanzar (enviar) los llamados, no solo mediante la invitación personal sino principalmente por el testimonio de una vida de fidelidad, gozo, entusiasmo y santidad.
Necesitan preparar a los futuros ministros para que vivan en una sólida espiritualidad (estilo de vida cristiano bíblico) y comunión con el Príncipe de los pastores, en docilidad a la acción del Espíritu Santo que los hará especialmente capaces de discernir las expectativas del pueblo de Dios y los diversos dones para trabajar en común.
Han de insistir especialmente en la conversión contínua y en el constante encuentro con el Señor.
Los ministros formadores (docentes) han de preocuparse por acompañar y guiar a los potenciales ministros hacia una madurez afectiva y espiritual que los haga aptos y capaces de vivir en comunión con sus hermanos.
Han de promover también en ellos la capacidad de observación crítica de la realidad circundante que les permita discernir sus valores y contravalores, pues esto es un requisito indispensable para establecer un diálogo constructivo con el mundo de hoy.




07 Dic 2008
Referencia: Santidad.