Estudio Bíblico

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Restauradores de relaciones.



RESTAURADORES DE RELACIONES.
Ministerio Reyes y Sacerdotes.
Guatemala, C. A.
Lic. Gustavo A. Bianchi S. Pastor.



Dios es un Dios relacional.

En la Palabra de Dios encontramos suficientes evidencias para declarar que sin ningún lugar a dudas, Dios es un Dios relacional.

En primer lugar, siendo un solo Dios, es tres Personas distintas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo (Gen 1), en perfecta relación, armonía y unidad.

En segundo lugar, siendo Dios Todopoderoso, no necesitaba crear al ser humano para ejercer la administración de la tierra (Gen 2:15, Gen 1:28). El es quién sustenta todas las cosas con la Palabra de Su Poder (Heb 1:3). Sin embargo, lo creó, no para administrar la tierra en primera instancia, sino para tener comunión y relación con El y para darse a Si mismo (Cant 2:14, Sant 4:5). Como Dios es Amor, necesitaba una persona semejante a El para amar, porque el amor que no se da, es una negación del amor. Por ello, Dios busca adoradores en Espíritu y en Verdad (Jn 4:23), porque la adoración es el nivel más alto del amor.



Hechos a imagen y semejanza.

Por cuanto los seres humanos, varones y mujeres, fuimos hechos a imagen y semejanza de Dios, desde el principio de nuestra creación, fuimos diseñados por Dios como seres relacionales.

Inmediatamente después de crear al varón, y establecer una relación con él a través de sus instrucciones (Gen 2:17-19) el siguiente acto creativo de Dios fue la creación de la mujer por cuanto “no es bueno que el hombre este solo” (Gen 2.18), ampliándole la gama de relaciones interpersonales.

Cuando Dios nos salva por medio de Jesucristo, lo primero que hace es “ponernos” en el Cuerpo de Cristo para que comencemos a desarrollar relaciones sanas y santas de acuerdo a Su plan original para los seres humanos, relaciones de unidad, interdependencia, complementariedad, especialización, etc.)

De esa cuenta, el mandamiento más importante de la ley es un mandamiento de dos dimensiones: amar a Dios y amar al prójimo (Mat 22:36-40). De tal manera que podemos afirmar, sin ningún lugar a dudas, que los seres humanos fuimos hechos y diseñados para relacionarnos sanamente, en primer lugar, con Dios (adoración), en segundo lugar con otras personas (justicia) y en tercer lugar, con la creación (mayordomía). Por ello la Palabra de Dios, también, cuando establece prioridades para el creyente, nos instruye en Mat 6:33 a buscar en primer lugar el Reino de Dios (al Rey, adoración) y su justicia (relación con otros) y todas las cosas (mayordomía) nos serán añadidas. Esto es lo que significa e implica la vida y vida en abundancia que es la que Cristo vino a traer para nosotros (Jn 10.10) y también la prosperidad que Dios desea para todos sus hijos (3 Jn 2).

Derivado de lo anterior, la vida del ser humano debería estar ordenada de acuerdo a esas prioridades: primero las relaciones (con Dios y con las demás personas) y después las cosas. Sin embargo hoy, derivado de las características de la sociedad, la cultura y el tiempo en que nos ha tocado vivir, vivimos, en una gran mayoría de casos, luchando en contra de prioridades trastornadas: primero las cosas y después las personas (y entre ellas, Dios en último lugar), siempre y cuando nos convenga en orden a la prioridad de las cosas.



La caída y su efecto en las relaciones.

El trastorno de las prioridades de la vida humana es derivada del hecho de que los seres humanos originales, Adán y Eva, desobedecieron a Dios y la prioridad de las cosas que El les había ordenado, y pecaron, razón por la cual la iniquidad (rebelión contra Dios) y su manifestación, el pecado, invadieron el ser espiritual del hombre y se convirtieron en el ADN espiritual que fue transmitido a todos sus descendientes hasta ahora. Por ello la Palabra de Dios nos dice claramente, que por el pecado de uno (Adán) todos los demás seres humanos (sus descendientes) fuimos constituidos pecadores (Rom 5:17-19).

Si estudiamos cuidadosamente las consecuencias del pecado de Adán en Gen 3:7-24, vamos a poder observar que las tres relaciones del ser humano fueron afectadas.

En primer lugar se rompió la relación con Dios. El lugar de reunión de Dios con Adán y Eva era el huerto, pero cuando ellos pecaron, en primer lugar, la relación que antes era abierta y franca, se convirtió en una relación de temor, miedo, vergüenza, etc., y además fueron sacados del
huerto y Dios puso en la entrada querubines que la guardaran e impidieran el acceso.

En segundo lugar, la relación entre ellos mismos perdió su armonía y simetría, siendo la semilla de todos los conflictos interpersonales y sociales que se han manifestado a lo largo de todas las edades y actualmente. Primero Adán culpó a Eva y luego el Señor les informa que como consecuencia del pecado, el hombre se enseñoreará de la mujer, que es la semilla de la cual posteriormente surgieron la discriminación, el abuso, el autoritarismo, la violencia, la pobreza, etc.

En tercer lugar, la relación de ellos con la creación también se deterioró totalmente: los animales, que antes de ello no atacaban al ser humano, a partir de la serpiente, le atacarán y éste a su vez, los atacará; la tierra producirá cardos y espinos, el trabajo se endureció, etc., lo que constituye la semilla de la cual en el transcurso del tiempo surgió la codicia, la avaricia, el deterioro ecológico, el deterioro ambiental, etc.

Como podemos observar, la caída puso todas las relaciones del ser humano (con Dios, con otros y con la creación) en una situación de desorden y deterioro progresivo.



La solución de Dios al desorden y deterioro progresivo.

Jn 3:16 dice que de tal manera amó Dios al MUNDO que envió a Su Hijo al mundo para salvar al mundo. Notemos que la Palabra dice que Dios amó al mundo, y la palabra que se tradujo del griego mundo es la palabra “cosmos” que implica no solo las personas sino todo lo creado. De tal manera que Dios amó a toda su creación por lo cual envió a Su Hijo para que todo lo que había sido deteriorado, secuestrado del plan original de dios, fuera rescatado como lo dice Luc 19:10: que Jesús vino a rescatar TODO lo que se había perdido.

Lo anterior significa que Dios envió a Jesucristo a rescatar las personas y sus relaciones con Dios, con sus semejantes y con la creación entera. A partir del rescate de las personas y su relación con Dios (Reino de Dios, amor a Dios, adoración y Señorío), se inicia un proceso que debe desarrollarse y desembocar en la restauración de las relaciones con otras personas (justicia, amor al prójimo, la regla de oro; Jn 13:35) y con la creación misma (mayordomía; Rom 8:19-21, Col 1:15-20, 1 Ped 4.10, Col 3:22-24).



El Reino de Dios y las relaciones.

El Reino de Dios es básicamente, como cualquier reino terrenal, un reino de leyes, ordenanzas, mandamientos, etc., pero, contrario o por encima de los reinos terrenales, es un “lugar” de relaciones restauradas, sanadas y justas donde ocupan el lugar preponderante la calidad de las relaciones entre todos los componentes del Reino.:

• Del Rey con los súbditos y de los súbditos con el Rey.
• De los súbditos entre sí.
• De los súbditos con la creación.

Y ello se manifiesta y evidencia en tres aspectos fundamentales y centrales:

• El mandamiento más importante de la ley (Mat 22:36-40) y la preeminencia del amor (1 Cor 13).
• La regla de oro (Mat 7:12) para las relaciones entre los seres humanos.
• La amplitud y el alcance del Reino (Col 1:15-20) y la mayordomía (Mat 25:14-19) (Col 3:22-24).

De hecho, después de la salvación, el principio más importante, preeminente, primordial, esencial, fundamental del Reino es el mandamiento del amor. Este mandamiento es acerca de las relaciones, no de la ley; es acerca de a quién y como debemos amar, de lo que debe dirigir nuestros intercambios de todo tipo con Dios y con los demás, es decir, de la forma en que debemos vivir y actuar con respecto a Dios y a las demás personas. Y ese mandamiento se traduce en un principio fundamental y sencillo de acción: la regla de oro (Mat 7:12) que tiene que ver con relaciones más que con creer, y que es el fundamento del hacer.



La Regla de Oro (Mat 7:12).

Este principio fundamental que debe ser el marco de referencia para todas las relaciones ocasionales o permanentes, afectivas o laborales, familiares o sociales, etc., y todo aquello que hagamos que siempre tiene que ver con otras personas directa o indirectamente, nos dice que hagamos y/o procedamos con los demás como nos gustaría que ellos procedieran con nosotros, y que no les hagamos a los demás lo que no nos gustaría que nos hicieran a nosotros. Este principio, al final de cuentas, es una de las formas concretas de la aplicación de otro principio general y permanente del Reino en la tierra, que es el principio de la siembra y la cosecha (Gal 6:7). Y notemos que en esta regla de oro la base de todo es que primero siembro y después cosecho.

Es evidente, que por ser hechos a imagen y semejanza de Dios que es amor, todos nosotros, los seres humanos, hombres o mujeres, niños y niñas o ancianos y ancianas, pobres o ricos, todos en absoluto, tenemos una necesidad básica que es la necesidad de amar y ser amados. Por lo tanto, una aplicación práctica de este principio sería la de amar a otros, a todos aquellos con quienes nos encontremos, de tal manera que posteriormente, al momento de la cosecha, recibamos el amor que necesitamos. Eso fue exactamente lo que hizo Dios con Jesucristo en relación a la Iglesia. Dios quería tener una familia, hijos e hijas que le amaran, por lo cual, en aplicación a sus propias leyes y principios, primero envió a Su Hijo en un acto supremo de amor (Jn 3.16). Y la Palabra claramente nos dice, además de que así lo comprueba nuestra experiencia de vida como creyentes, que nosotros amamos a Dios porque El nos amó primero (1 Jn 4:19), y nosotros le servimos a El porque El nos sirvió primero, le damos a El porque El nos amó primero (1 Cro 29.14).

Lo interesante de esta regla es que podemos comenzar a aplicarla inmediatamente que la conocemos y en el círculo inmediato en el que nos movemos: con nuestro cónyuge, nuestros hijos, nuestros padres. No se trata de comenzar afuera de nuestra familia. Más bien se trata de comenzar en nuestro círculo íntimo e irnos extendiendo posteriormente a los círculos de relaciones contiguos. Por ello, cuando Pablo les da instrucciones a Timoteo y a Tito respecto a los requisitos para ancianos, menciona como un requisito fundamental que gobiernen bien su casa, es decir, que apliquen esta regla en casa, con su familia. Si lo hacen así estarán capacitados para gobernar la iglesia, pero si no lo hacen, tampoco lo podrán hacer en la iglesia y por lo tanto no están preparados para asumir un puesto de liderazgo en ella.

El problema del mundo actual, donde hay tanta carencia de amor en los comportamientos cotidianos de tantos miles de personas, y donde toda la problemática que el mundo y las personas en él están enfrentando, es precisamente la carencia de amor, el reinado y la extensión del egoísmo en sus manifestaciones más radicales, porque todos están esperando ser amados, en lugar de amar. Todos están esperando que los demás den el primero, segunda y tercer paso antes de dar algún paso nosotros en esa dirección. Si nos atreviéramos todos al mismo tiempo a dar el primer paso, a hacernos vulnerables para comenzar a amar a los demás, a tomar decisiones considerando nuestra responsabilidad de amar a los demás (Efe 4:1-3, Col 3:12-15) probablemente en un solo día, el mundo sería total y radicalmente diferente y los grandes problemas que nos agobian se comenzarían a solucionar y en corto plazo podríamos tener un mundo totalmente diferente (y eso no es un sueño ni una utopía, de hecho es lo que va a suceder cuando Jesús, en su segunda venida, establezca el Reino milenial (Isa 11.1-10).



Aplicaciones prácticas de la regla de oro.

La subestimación es algo que hacemos cuando le restamos valor a alguien, le reducimos su valor intrínseco que tiene como una persona creada a imagen de Dios y también cuando pensamos de nosotros mismos más alto de lo que deberíamos (Rom 12:3). De acuerdo con la regla de oro, si subestimamos a otros, nosotros mismos seremos subestimados como resultado. Y seguramente ninguno de nosotros queremos serlo. Por lo tanto, necesitamos cuidar mucho de no subestimar a nuestros semejantes, sea de una forma activa (discriminación, insultos, frases hirientes y humillantes, etc.) o pasiva (ignorarlos).

La ignorancia pasiva puede asumir diversas formas, como por ejemplo, no tomar en cuenta ni valorar sus sugerencias, no pedir perdón ni restaurar las relaciones con otros cuando hemos cometido errores o faltas en su contra, poner oídos a las críticas públicas y/o privadas que les hacen a otros ya sea que solo las guardemos en nuestra mente o las repitamos (lo que es peor aún), no pedir sus opiniones ni reconocer sus buenos resultados, descalificarlos, tener favoritismos por otros, etc.

Aliento, animo, estímulo. Todos nosotros lo necesitamos, por lo menos, esporádicamente para continuar adelante en el a veces duro camino de la vida. Por ello, para obtener ese aliento que necesitaremos tarde o temprano, necesitamos sembrar aliento a otros, lo que implica extenderles nuestro apoyo cuando se encuentren en dificultades, levantarlos cuando estén caídos, creer con ellos en sus sueños y estar dispuestos a esforzarnos junto con ellos para alcanzarlos, caminando la milla extra, en suma, creer en la otra persona.

Todos nosotros somos resultado de que alguien más creyó en nosotros, principalmente como creyentes: Dios creó en nosotros cuando aún éramos pecadores, y sigue creyendo en nosotros a pesar de nuestras imperfecciones, pecados, errores, fallas, etc. Si Dios cree en nosotros, lo que de gracia hemos recibido démoslo también de gracia (Mat 10:8), creyendo en las demás personas no importando sus actuales limitaciones. Recordemos que en la parábola de los talentos (Mat 25:11-30), el Señor le da a cada uno de sus siervos según su capacidad, creyendo en que cada uno de ellos va a lograr los mejores resultados y en ningún momento, para estimularlos, compara los logros de uno con los del otro, sino los estimula a ambos de acuerdo a sus propias características y condiciones.

Perdón y paciencia. Todos nosotros, en nuestra vida diaria, constantemente necesitamos ser perdonados y que otros tengan paciencia con nosotros por nuestras debilidades, incapacidades, fallas, etc. La mejor manera de obtener ese perdón y esa paciencia para con nosotros es otorgándola a otros. La Palabra de Dios claramente nos enseña que si no perdonamos a otros, nosotros mismos no vamos a ser perdonados (Mat 6:14-15, Efe 4:1-3, Efe 4:32, Col 3:12-14) y que nos es necesaria la paciencia juntamente con la fe a fin de obtener las promesas de Dios (Heb 6:12).

En varios pasajes de la Escritura la Palabra nos exhorta a vivir otorgando perdón, a perdonar como un estilo de vida (hasta 70 veces siete, Mat 18.22), porque todos nos equivocamos contínuamente y necesitamos ser perdonados. Si doy perdón, voy a ser perdonado, si doy paciencia, voy a recibir paciencia. Y ambas cosas (ser perdonados y que nos tengan paciencia) son necesidades continuas en nuestra vida.

Ser escuchados y comprendidos. En un mundo tan complejo y apurado como el de hoy, una de las necesidades fundamentales de toda persona es ser escuchado y comprendido. Las personas están tan apuradas y tan llenas de ocupaciones, que la mayor parte de las veces no nos escuchan, tal vez nos oyen, pero no nos escuchan porque están escuchando sus propios pensamientos respecto a una infinidad de situaciones que los están bombardeando todo el tiempo. Y como no nos escuchan, tampoco nos comprenden. Si nosotros queremos ser escuchados y comprendidos, y es seguro que sí, lo primero que necesitamos es disponer nuestros oídos, nuestra mente y nuestro corazón para escuchar y comprender a otros, lo que implica estar dispuesto a invertir tiempo, a parar en medio de nuestra vida tan ajetreada, a aprender a escuchar y concentrar nuestra atención en otras personas y no en nosotros mismos ni en nuestros propios pensamientos, a esforzarnos por comprender a la otra persona. Cuando así lo hagamos, no solo vamos a ser escuchados y comprendidos, sino que va a aumentar nuestro círculo de relaciones y de personas dispuestas a escucharnos, comprendernos y apoyarnos en las situaciones cotidianas de la vida.

Las situaciones descritas son solo algunas de las posibles aplicaciones del principio de la regla de oro que se nos pueden presentar diariamente. Por supuesto, que en la multitud de relaciones que establecemos todo el tiempo, y en la variedad de temas y situaciones que estas abarcan, no podríamos desarrollar todas las posibilidades, pero lo que si es seguro es que si aplicamos este principio a todas las interacciones que realicemos, veremos asegurado el éxito, recibiremos bendición y la calidad de nuestra vida y de las personas con las que realizamos esas interacciones se incrementarán significativamente. Y si convertimos esta forma de vivir en una cadena o en una pirámide que va abarcando cada día más y más personas, que es en esencia traer el Reino de Dios a la tierra y que Su voluntad sea hecha aquí en la tierra como en el cielo (Mat 6.10) es seguro que nuestro mundo, en algún momento (corto, mediano o largo plazo), sería transformado por el poder más grande que existe en el universo: el poder del amor, que es, en última instancia, el poder de Dios.


Conclusión:

Todos los creyentes estamos llamados a realizar algo más trascendente que nosotros mismos: construir el Reino de Dios en la tierra (Mat 6:10), lo que implica vivir en función del Reino y no de nosotros mismos (Mat 16:24-25), y vivir en función del Reino significa vivir en función de Dios (el Rey), amándolo y obedeciendo sus mandamientos (Jn 14:23), y en función de los demás (los súbditos), amándolos y sirviéndoles (Jn 3.16, Mar 10:42-45).

Por supuesto que esa forma y ese estilo de vida no es fácil, comenzando porque es contrario a la forma de pensar en la que fuimos educados, lo que implica un cambio de pensamiento, radical y contínuo, así como también es contrario a la forma de pensar de la mayoría de personas que viven en el mundo y con las que nos relacionamos diariamente, y que por lo tanto, no actuarán de la misma manera que nosotros, sino muy probablemente al contrario, causándonos problemas, aflicción, contrariedad, etc. Pero de una cosa si podemos estar conscientes: a pesar de las contrariedades y de las dificultades que podamos enfrentar, es una mejor manera de vivir, una mayor calidad de vida, y la única forma posible y factible de transformar el mundo en el cual vivimos.

Recordemos que tenemos la promesa del Padre de que nuestras dificultades, contrariedades, aflicciones, etc., obrarán a favor de nosotros, los que le amamos y cumplimos sus instrucciones, y contribuirán a formar el carácter de Cristo en nosotros que es Su voluntad (Rom 8:28-29), la cual es agradable, buena y perfecta (prosperidad, plenitud de vida, vida abundante, etc.) (Rom 12.2). Esas circunstancias contrarias nos perfeccionarán como es la promesa de Prov 27:17: “hierro con hierro se aguza (afila), y el hombre con el hombre”, lo que nos hará más útiles, más plenos, mejor formados y preparados para servir a los propósitos de Dios y seguir Sus planes para con nosotros que son planes de bien y no de mal para darnos un futuro y una esperanza (Jer 29:11) y que llevan nuestra vida de aumento en aumento (Prov 4.18).

A pesar de esos momentos grises y hasta negros que podamos enfrentar, podemos estar seguros que los momentos de amor, gozo, paz, etc., que podamos vivir serán mayores y más plenos de acuerdo a lo que Dios nos ha prometido, y El no es hombre para que mienta ni hijo de hombre para que se arrepienta, y si El lo ha dicho, El lo hará (Num 23.19).




22 Nov 2008
Referencia: Relaciones.