Estudio Bíblico

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Trabajo, nuestro primer ministerio.



El trabajo, nuestro primer ministerio.



Introducción.

En el tema anterior estudiamos sobre el valor espiritual del trabajo, en cualquier lugar y en cualquier actividad que desarrollemos, que no esté expresamente prohibida en la Biblia, es decir, que sea lícita.

Aún cuando en la tradición cristiana el trabajo en el área que llamamos secular ha sido menospreciado, puesto debajo del trabajo que se hace en la Iglesia, delante de Dios no existe ninguna distinción entre uno y otro. La Biblia no distingue nunca entre trabajo secular y trabajo eclesiástico, y para ambos manifiesta que debemos hacerlo de la mejor manera posible como para el Señor.

Es más, cuando la Biblia se refiere al trabajo, además de su valor espiritual, recibe el tratamiento de un ministerio de parte de Dios y de hecho, es tratado como el primer ministerio que Dios le dio a los seres humanos, antes que los ministerios dentro de la iglesia, y con el mismo valor que éstos.


Versículo clave.

Gen 2:15: “Tomó, pues, Jehová Dios al hombre, y lo puso en el huerto de Edén, para que lo labrara y lo guardase.”


Versículos de apoyo.

Gen 2:5, Gen 2:8, Gen 2:17-28.


Desarrollo del tema.

En la ciudad de Birmingham, estado de Alabama, Estados Unidos, un policía se convirtió al cristianismo. Pero cuando desempeñaba su trabajo presenciaba tales cuadros de pecado y desgracia, que por un tiempo su esposa y él pidieron a Dios que les abriera la puerta de otro empleo. Oraron, pero no se recibió respuesta. Por fin, un día él dijo a su esposa: “Me parece que hemos cometido un error: Hemos implorado que se me conceda cambiar de empleo, pero empiezo a creer que Dios me ha colocado como policía a propósito. Ahora voy a pedirle que me ayude a servir donde estoy”. Así principió su vida de magníficos servicios. Su influencia sobre los demás policías creció tanto que pronto lo nombraron director de detectives. Fue el instrumento que Dios usó para convertir a varios criminales.

Muchas veces, nosotros, al igual que ese policía, pensamos que estamos en un trabajo de los que llamamos secular, y nos sentimos frustrados porque todos, después de conocer a Cristo, lo que queremos es servirle, y según nosotros, y lo que hemos aprendido tradicionalmente en la Iglesia, nuestros trabajos seculares no son un servicio que hacemos para Dios. Más bien lo vemos como una actividad que nos aparta de Dios. Pero ello, de acuerdo al diseño de Dios, no debe ser así.

En el principio, Dios creó al hombre para que trabajara el huerto, labrándolo y cuidándolo. El huerto era la Creación de Dios, y por lo tanto, Su propiedad. Por lo tanto, Dios puso a Adán en el huerto para que le sirviera como administrador en Su propiedad. Y desde entonces, todo ser humano que nace, y eso nos incluye a cada uno de nosotros, Dios le da la misma asignación: trabajar en una parte de Su Creación.

Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra. Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó. Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra. (Gen 1:26-28).

Esta asignación de Dios al ser humano fue antes que cualquier asignación para que trabajara en el templo o en la Iglesia. Por ser una asignación de Dios, un servicio que hacemos para El, el trabajo podemos considerarlo, sin ningún lugar a dudas y aunque ello choque con nuestra forma de pensar, como un ministerio. Como el primer ministerio que Dios le dio y repartió a los hombres. Bíblicamente, aunque alguien diga lo contrario así es, y así será porque Dios no cambia.
Dios nunca modificó ese mandato hacia los seres humanos, ni a pesar de la caída ni a pesar del diluvio. Cuando fue la caída, la maldición de la desobediencia no vino sobre el trabajo sino sobre las condiciones en las cuales el trabajo iba a ser realizado: “Y al hombre dijo: Por cuanto obedeciste a la voz de tu mujer, y comiste del árbol de que te mandé diciendo: No comerás de él; maldita será la tierra por tu causa; con dolor comerás de ella todos los días de tu vida. Espinos y cardos te producirá, y comerás plantas del campo. Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres, y al polvo volverás.” (Gen 3:17-19). Y cuando fue el diluvio, una vez terminado, cuando Noé Noé salió del arca, lo primero que Dios hizo fue reiterarle a El y a sus hijos ese mandato: “Bendijo Dios a Noé y a sus hijos, y les dijo: Fructificad y multiplicaos, y llenad la tierra.” (Gen 9.1).
La Palabra de Dios nos dice en Rom 11:36: “Porque de él, y por él, y para él, son todas las cosas. A él sea la gloria por los siglos. Amén.”. También Deut 10:14 dice: “He aquí, de Jehová tu Dios son los cielos, y los cielos de los cielos, la tierra, y todas las cosas que hay en ella.” En consecuencia, todas las cosas lícitas que hay en la tierra son del Señor, aún cuando terrenalmente aparezcan a nombre de alguna persona. Esa persona, sea que lo reconozca o no, lo crea o no, lo haga bien o no, desde la perspectiva de Dios, solo es un administrador, y tendrá que dar cuenta de su administración, tal como lo dice la parábola de los talentos (Mat 25:14-30). Pero en última instancia, la propiedad de todas las cosas, y ello incluye la propiedad de la empresa, el negocio, la tierra, o la organización en la cual nosotros trabajamos, es de Dios.

Por lo tanto, cuando nosotros trabajamos en cualquier cosa que sea lícita, es decir, que la Biblia no califique como pecado, estamos trabajando, en última instancia para Dios, y cuando trabajamos para Dios, lo que en realidad tenemos no es un trabajo, sino un ministerio.

La definición de ministerio, bíblicamente hablando, es la de un trabajo o servicio que hacemos para Dios y para las personas, y cuando nosotros trabajamos, aún cuando sea en lo secular, el trabajo siempre cumple esas condiciones: es servicio a Dios por cuanto en última instancia, todas las cosas son de El, y es un servicio a las personas por cuanto a través de nuestro trabajo nosotros producimos un artículo o un servicio que las personas necesitan para suplir alguna necesidad.

Por ello, la Palabra de Dios, cuando se refiere al trabajo, nos dice: “Siervos, obedeced en todo a vuestros amos terrenales, no sirviendo al ojo, como los que quieren agradar a los hombres, sino con corazón sincero, temiendo a Dios. Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres; sabiendo que del Señor recibiréis la recompensa de la herencia, porque a Cristo el Señor servís.” (Col 3:22-24).


Conclusión.

El trabajo es el primer ministerio que Dios nos da, tanto a hombres como a mujeres, para servirle a El y servir a nuestro prójimo. Por lo tanto, necesitamos hacerlo como para El, de la mejor manera que nos sea posible. Nuestro rendimiento en el trabajo, entonces, no tiene que ser el mínimo, sino el máximo, independientemente del salario que recibimos, porque es un ministerio que hacemos como para Dios.

Dios le ha puesto a usted donde se encuentra ahora, porque sabe que allí es donde puede rendir el mejor servicio para El.

Por ello, necesitamos proponernos en nuestro corazón, a partir de ahora mismo, que nuestro trabajo va a ser hecho con entusiasmo, poniendo nuestro mejor esfuerzo y nuestras mayores energías y ganas para hacerlo bien. ¿Qué cambios puede hacer a partir de hoy en su trabajo para lograrlo?


Oración final.

Señor, te damos gracias en el Nombre de Jesús por Tu Palabra, porque ella es Verdad, y te pedimos que por el poder de tu Espíritu Santo en nosotros, en este momento Tu nos impartas una nueva y refrescante visión respecto a nuestros trabajos, que los veamos no como una tarea que tenemos que hacer sino como una oportunidad de servirte a Ti y servir a nuestro prójimo, como un ministerio genuino que viene de parte Tuya para nosotros, en tu bondad y misericordia, y permítenos también que alcancemos la fuerza, el aliento, la sabiduría y la inteligencia de poder hacer nuestro trabajo de la mejor manera posible, como buenos administradores de tu multiforme gracia.



10 Nov 2008