Estudio Bíblico

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¿Rechazado yo?



¿Rechazado yo?



La historia bíblica.

Gen 29:15-35.
15 Entonces dijo Labán a Jacob: ¿Por ser tú mi hermano, me servirás de balde? Dime cuál será tu salario.
16 Y Labán tenía dos hijas: el nombre de la mayor era Lea, y el nombre de la menor, Raquel.
17 Y los ojos de Lea eran delicados, pero Raquel era de lindo semblante y de hermoso parecer.
18 Y Jacob amó a Raquel, y dijo: Yo te serviré siete años por Raquel tu hija menor.
19 Y Labán respondió: Mejor es que te la dé a ti, y no que la dé a otro hombre; quédate conmigo. 20 Así sirvió Jacob por Raquel siete años; y le parecieron como pocos días, porque la amaba.
21 Entonces dijo Jacob a Labán: Dame mi mujer, porque mi tiempo se ha cumplido, para unirme a ella.
22 Entonces Labán juntó a todos los varones de aquel lugar, e hizo banquete.
23 Y sucedió que a la noche tomó a Lea su hija, y se la trajo; y él se llegó a ella.
24 Y dio Labán su sierva Zilpa a su hija Lea por criada.
25 Venida la mañana, he aquí que era Lea; y Jacob dijo a Labán: ¿Qué es esto que me has hecho? ¿No te he servido por Raquel? ¿Por qué, pues, me has engañado?
26 Y Labán respondió: No se hace así en nuestro lugar, que se dé la menor antes de la mayor.
27 Cumple la semana de ésta, y se te dará también la otra, por el servicio que hagas conmigo otros siete años.
28 E hizo Jacob así, y cumplió la semana de aquélla; y él le dio a Raquel su hija por mujer.
29 Y dio Labán a Raquel su hija su sierva Bilha por criada.
30 Y se llegó también a Raquel, y la amó también más que a Lea; y sirvió a Labán aún otros siete años.
31 Y vio Jehová que Lea era menospreciada, y le dio hijos; pero Raquel era estéril.
32 Y concibió Lea, y dio a luz un hijo, y llamó su nombre Rubén, porque dijo: Ha mirado Jehová mi aflicción; ahora, por tanto, me amará mi marido.
33 Concibió otra vez, y dio a luz un hijo, y dijo: Por cuanto oyó Jehová que yo era menospreciada, me ha dado también éste. Y llamó su nombre Simeón.
34 Y concibió otra vez, y dio a luz un hijo, y dijo: Ahora esta vez se unirá mi marido conmigo, porque le he dado a luz tres hijos; por tanto, llamó su nombre Leví.
35 Concibió otra vez, y dio a luz un hijo, y dijo: Esta vez alabaré a Jehová; por esto llamó su nombre Judá; y dejó de dar a luz.

Gen 30:1-24.
1 Viendo Raquel que no daba hijos a Jacob, tuvo envidia de su hermana, y decía a Jacob: Dame hijos, o si no, me muero.
2 Y Jacob se enojó contra Raquel, y dijo: ¿Soy yo acaso Dios, que te impidió el fruto de tu vientre?
3 Y ella dijo: He aquí mi sierva Bilha; llégate a ella, y dará a luz sobre mis rodillas, y yo también tendré hijos de ella.
4 Así le dio a Bilha su sierva por mujer; y Jacob se llegó a ella.
5 Y concibió Bilha, y dio a luz un hijo a Jacob.
6 Dijo entonces Raquel: Me juzgó Dios, y también oyó mi voz, y me dio un hijo. Por tanto llamó su nombre Dan.
7 Concibió otra vez Bilha la sierva de Raquel, y dio a luz un segundo hijo a Jacob.
8 Y dijo Raquel: Con luchas de Dios he contendido con mi hermana, y he vencido. Y llamó su nombre Neftalí.
9 Viendo, pues, Lea, que había dejado de dar a luz, tomó a Zilpa su sierva, y la dio a Jacob por mujer.
10 Y Zilpa sierva de Lea dio a luz un hijo a Jacob.
11 Y dijo Lea: Vino la ventura; y llamó su nombre Gad.
12 Luego Zilpa la sierva de Lea dio a luz otro hijo a Jacob.
13 Y dijo Lea: Para dicha mía; porque las mujeres me dirán dichosa; y llamó su nombre Aser.
14 Fue Rubén en tiempo de la siega de los trigos, y halló mandrágoras en el campo, y las trajo a Lea su madre; y dijo Raquel a Lea: Te ruego que me des de las mandrágoras de tu hijo.
15 Y ella respondió: ¿Es poco que hayas tomado mi marido, sino que también te has de llevar las mandrágoras de mi hijo? Y dijo Raquel: Pues dormirá contigo esta noche por las mandrágoras de tu hijo.
16 Cuando, pues, Jacob volvía del campo a la tarde, salió Lea a él, y le dijo: Llégate a mí, porque a la verdad te he alquilado por las mandrágoras de mi hijo. Y durmió con ella aquella noche.
17 Y oyó Dios a Lea; y concibió, y dio a luz el quinto hijo a Jacob.
18 Y dijo Lea: Dios me ha dado mi recompensa, por cuanto di mi sierva a mi marido; por eso llamó su nombre Isacar.
19 Después concibió Lea otra vez, y dio a luz el sexto hijo a Jacob.
20 Y dijo Lea: Dios me ha dado una buena dote; ahora morará conmigo mi marido, porque le he dado a luz seis hijos; y llamó su nombre Zabulón.
21 Después dio a luz una hija, y llamó su nombre Dina.
22 Y se acordó Dios de Raquel, y la oyó Dios, y le concedió hijos.
23 Y concibió, y dio a luz un hijo, y dijo: Dios ha quitado mi afrenta;
24 y llamó su nombre José, diciendo: Añádame Jehová otro hijo.



Introducción.

Esta historia, muchas veces tendemos a verla como la historia romántica del amor entre Jacob y Raquel, pero detrás de esa historia, hay algunas otras: es una historia de la irresponsabilidad de un padre que jugó con los sentimientos de sus hijas y de su yerno, y por sobre todo, una historia de rechazo, sus consecuencias en la vida de una familia, y la inutilidad de nuestros esfuerzos humanos por librarnos del rechazo, que es de lo que vamos a compartir hoy.

El fundamentos de esta historia de rechazo está en Génesis 29:17-18 y 30: los ojos de Lea eran delicados, pero Raquel era de lindo semblante y de hermoso parecer. Y Jacob amó a Raquel. Y la amó también más que a Lea.

En otras palabras, aparte de que Labán jugó con los sentimientos de sus hijas y por sus actitudes las puso en una competencia de aceptación-rechazo, cosa que los padres no podríamos ni deberíamos hacer, Jacob, al estar en una situación comprometida, también se hizo parte de esa situación rechazando a una y amando más a la otra, y todo ello de una manera abierta o directa (hay otra forma de rechazo, encubierta o indirecta, sutil) y acentuó la competencia de aceptación-rechazo entre las hermanas.

Y esta historia nos compete a todos y todos podemos aprender de ella, porque todos hemos sido rechazados en algún momento de nuestra vida, y también hemos rechazado a otros.

Jacob, inicialmente amaba a Raquel, tanto que sirvió por ella siete años que le parecieron pocos porque la amaba. Pero en lugar de recibir a Raquel, Labán se aprovecha de la situación y le da a Lea por Raquel, y cuando Jacob se da cuenta, al reclamarle a Labán, rechaza de manera directa a Lea: “Venida la mañana, he aquí que era Lea; y Jacob dijo a Labán: ¿Qué es esto que me has hecho? ¿No te he servido por Raquel? ¿Por qué, pues, me has engañado?” (Gen 29:25). Y por los siguientes años también la siguió rechazando porque la Palabra dice, en Gen 29:30: “amó a Raquel más que a Lea”. Además Jacob sirvió a Labán por 14 años para tener a Raquel, mientras que por Lea no trabajó ni un día.

Pero esa situación de rechazo y menosprecio, no pasa desapercibida para Dios: le da la oportunidad de reivindicación a Lea (queda embarazada) porque Raquel era estéril.



La historia del rechazo.

Un corazón de una mujer que dice “ahora me amará mi marido porque le di un hijo”, es una mujer que experimenta un tremendo dolor en su corazón por el rechazo. Y lo que sucedió con Lea en su tiempo sigue sucediendo hoy: ¿cuantas mujeres no piensan que teniendo un hijo la pareja se casará con ellas, o dejará a la otra mujer, o tal vez se enamore de ella? pero si vemos la Palabra nos damos cuenta que esas soluciones no funcionan, no sirven. Lea, una mujer grandemente menospreciada y afligida, a pesar de concebir varias veces no logra ser amada por su marido.

Hay un momento en que recibimos tanto rechazo que llegamos a funcionar movidos por el rechazo todo el tiempo, tal como Lea que vivió toda su vida tomando decisiones para tratar de ganar la aceptación de Jacob (desde el exterior) en lugar de superar el rechazo (desde su corazón). Y Lea estaba en tal círculo de rechazo que no se daba cuenta de que sus reacciones y sus respuestas no iban a funcionar y perseveraba una y otra vez en la misma situación. Siempre nos van a rechazar o vamos a experimentar que somos rechazados (cuando en realidad no lo somos) y la salida no está en buscar soluciones de las personas hacia nosotros. Más bien la solución está en nuestro interior, no en el exterior. Usar los mismos métodos humanos que no funcionan, es tontería. Para no seguir usando los mismos métodos que no funcionan necesitamos recurrir a Dios para buscar otras soluciones.

Maldito el hombre que pone sus ojos en el hombre (Jer 17:5-6). Y en la historia de Lea podemos ver esta verdad puesta en acción. La obsesión de Lea era Jacob, no Dios (aunque lo alababa, pero no lo alababa en primer lugar, tal como lo demuestran los nombres de sus hijos: hasta el cuarto, Judá, alabó a Dios).

Aún como cristianos, ponemos los ojos en las personas, en lugar de en Dios. Nuestra vida, nuestros ojos, nuestras decisiones, lo que hagamos, debe ser por Él, todo se trata de El, por Él y para Él.

Al darse cuenta Raquel de que Lea le había dado cuatro hijos a Jacob, siente envidia (se siente rechazada también) y le reclama a Jacob que no le da hijos, y como ella no podía darle hijos entonces le da a su sierva para darle hijos a través de ella. Y Raquel, en lugar de acudir a Dios en busca de respuestas, también se inclina por soluciones humanas que tampoco le resultaron (Prov 16:25).

Posteriormente, entran en escena las mandrágoras que recolecta Rubén para su mamá Lea. La mandrágora es una planta con una florecita morada muy bonita y se usaba antiguamente con motivos medicinales y posiblemente ayudaba a la fertilidad. Rubén le lleva a Lea unas flores de estas y Raquel lo ve y le pide a Lea que le de a ella también, pero como Lea estaba lastimada por el rechazo ante la petición de Raquel le reclama que también no solo le quería quitar a su marido sino también las flores (una persona rechazada, cuando se relaciona con otras personas, muy probablemente va a reaccionar desde su dolor: va a “morder” a otros así como ella ha sido “mordida” por otros). Y Raquel, también lastimada (círculo de rechazo y dolor: me rechazas, yo te rechazo; me lastimas, yo te lastimo, ojo por ojo), le contesta con menosprecio y dolor, que le da a su marido por las plantas (¿a qué persona le gustaría ser intercambiada por una flor?). En pocas palabras, Raquel dispone de Jacob como un objeto, se lo “presta, alquila” a Lea.

Hay muchos frutos que puede generar el rechazo: resentimiento, defensividad (antes de que me rechacen, rechazo), rebelión a la autoridad, intolerancia (todos me van a rechazar, todos son imperfectos), criticismo, incapacidad para dar y aceptar amor, reaccionan con hostilidad y severidad, tender a rechazar a personas parecidas a quienes nos rechazaron con anterioridad,

La sanidad del rechazo no es cuestión de un instante, es un proceso de menos a más, un camino que pasa por el perdón, pensar lo bueno –lo que Dios piensa de nosotros-- en lugar de lo malo, y aprender a manejar los sentimientos –sobre toda cosa guardada guarda tu corazón porque de Él mana la vida--.

La Palabra nos enseña que aún Jesús fue rechazado por aquellos a quienes Él vino a bendecir (Jn 1:11, Mat 27:27-31), y peor aún, lo denigraron, se burlaron de Él, lo golpearon, lo humillaron, lo lastimaron física y emocionalmente, pero ello no impidió que cumpliera su propósito. El decidió caminar en amor, no en rechazo. Y al recibir el rechazo que recibió, Él pagó el precio para que nosotros fuéramos libres del rechazo, y nos enseñó el camino: el perdón y el amor por delante en todas nuestras relaciones.

No permitamos que el rechazo nos aleje de relaciones que nos pueden bendecir y edificar, que pueden enriquecer, formar, madurar y crecer nuestras vidas a través de las circunstancias, aunque sean difíciles. Y muchas veces es a través de situaciones aparentemente de rechazo o difíciles que Dios enriquece nuestras vidas (1 Ped 5:8-10).



Conclusión.

“En un caluroso día de verano, un niño decidió ir a nadar en la laguna detrás de su casa. Salió corriendo por la puerta trasera, se tiró al agua y nadaba feliz. No se daba cuenta de que un cocodrilo se acercaba. Su mamá, desde la casa, miraba por la venta y vio con horror lo que sucedía. Corrió enseguida hacia su hijo, gritándole, gritándole lo más fuerte que pudo. Oyéndola, el niño se alarmó y giró nadando hacia su mamá, pero fue demasiado tarde. Desde el muelle, la mamá agarró al niño por sus brazos justo cuando el cocodrilo mordía sus piernitas. La mujer tiraba de los brazos del niño con todas sus fuerzas. El cocodrilo era más fuerte, pero la madre era mucho más apasionada, y su amor le confería unas fuerzas sobrehumanas. Un hombre que escuchó los gritos se apresuró hacia el lugar con una pistola y disparó repetidas veces al cocodrilo. El niño sobrevivió y, aunque sus piernas sufrieron mucho y debieron ser sometidas a varias cirugías, aún pudo llegar a caminar. Cuando salió del trauma, un periodista le preguntó al niño si podría ver las cicatrices de sus piernas. El niño levantó la colcha y se las mostró. Ante el gesto de preocupación que reflejó el rostro del periodista, el niño , con enorme orgullo, se desprendió de la camiseta y señalando a las cicatrices de sus brazos, le dijo: “Las cicatrices que usted debe ver son estas, las que dejaron las uñas de mi mamá presionando con fuerza para que el cocodrilo no me tragara. Tengo estas cicatrices porque mi mamá no me soltó en ningún momento, y me salvó la vida.”

Si, llevamos cicatrices, pero por un momento dejemos de ver las nuestras y veamos las que Jesús sufrió porque esas son las cicatrices que Él permitió en Su propio cuerpo para rescatarnos del rechazo y por El somos salvos, benditos, aceptos en El (Efe 1:6). El nos acepta y si Él nos acepta ¿que nos importa que los demás no lo hagan, no nos saluden, no sean amables con nosotros? ¿Porque vamos a sufrir por ello si el ya pagó el precio? No veamos nuestras cicatrices que los demás o nosotros mismos hemos causado, veamos las que Él tiene en su cuerpo por causa de cada uno de nosotros y de nuestro rechazo hacia Él a través del pecado.

¿Porque no pensamos lo bueno? ¿porque en nuestro corazón pensamos lo malo de los demás, lo peor de la gente? Nadie tiene la obligación de aceptarnos porque en nosotros no hay nada bueno; lo único que tenemos es el valor que El, por Su amor, no por nuestras obras ni méritos –que no teníamos ninguna—pagó por nosotros y por ese valor, deberíamos pensar lo mejor de otros así como Cristo piensa lo mejor de nosotros, y reflejarlo a El en nuestras actitudes, pensamientos y corazón.

La vida a veces nos infringe daños, pero cuando una cicatriz nos duela, enfoquémonos en las verdaderas marcas, las provocadas a Jesús en la Cruz. El no se resignó a perdernos y las clavos que le atravesaron son para nosotros un ancla que evita que el mar del pecado y la iniquidad nos traguen. Eso es gracia, el don inmerecido de Su amor por cada uno de nosotros, que es eterno, que vive y permanece para siempre.









11 Dic 2013