Estudio Bíblico

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Módulo 116. Dones espirituales.



OPERACIÓN DE LOS DONES.



1 Comenzando a operar en los dones.

Por lo general, todo hijo o hija de Dios (al margen de la edad), que ha nacido de nuevo en Cristo funcionará primero en el don de “servicio”, que también se conoce como el ministerio de ayudar.

La función de ayudar es doble: general y de dirección. La primera parte, o función general, es la relacionada con todos los servicios, funciones u operaciones de prestar ayuda a otros. En esta función es que es manifestada y probada la fidelidad de cada persona, y como el principio bíblico establecido por Jesús es que el que es fiel en lo poco, será promovido a más, una vez establecida la fidelidad, Dios habla y la esfera del servicio de cada uno puede ser ampliada y expandida, orientándola hacia lugares y/o posiciones de mayor alcance y responsabilidad (Mat 25:14-30, Luc 19:11-27),

El llamamiento del Espíritu Santo a veces puede venir a través de una voz audible, aunque más frecuentemente Dios utiliza el testimonio interno del acuerdo del Espíritu Santo con el deseo individual, impulsado por el don personal de cada uno, confirmado, también, por lo general, por otros.

Un ejemplo escritural notable de lo anterior se encuentra en Hch 13:1-5, cuando el Cuerpo está reunido (vrs. 1) y adorando al Señor y ayunando (vrs. 2), “dijo el Espíritu Santo: apartadme a Bernabé y a Saulo para la obra a que los he llamado”. En este pasaje se hacen claro los prerrequisitos para el llamado: los llamados, antes que serlo por hombres, lo son por el Señor, en ese orden, pero deben ser reconocidos igualmente por ambos. Después de ello, son reconocidos como habiendo sido puestos aparte en una función particular del Cuerpo mismo.

Los que quieren ejercer un oficio sin haber sido reconocidos o puestos aparte por otros hombres piadosos tienen que recordar la parábola de Jesús acerca de los convidados a la boda (Luc 14:7-14) que en el versículo 11 enseña acerca de un invitado ambicioso que se sentó en un lugar principal de la mesa antes que le llamarán: “Porque cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla, será enaltecido.”



2 La operación de los dones.

“Pero todas estas cosas las hace uno y el mismo Espíritu, repartiendo a cada uno en particular como él quiere.” (1 Cor 12:11).

“Mas ahora Dios ha colocado los miembros cada uno de ellos en el cuerpo, como él quiso.” (1 Cor 12.18).

“¿Qué, pues? Oraré con el espíritu, pero oraré también con el entendimiento; cantaré con el espíritu, pero cantaré también con el entendimiento.” (1 Cor 14:15).

Nosotros podemos anhelar los dones, pero en realidad, recibir alguno no depende de lo que nosotros queramos sino de lo que Dios quiere, pues El reparte a cada uno como El quiere, según su decisión soberana y perfecta.

Los dones nos son dados por el Espíritu Santo para que operemos en ellos, lo que implica que somos nosotros quienes decidimos cuando entrarán en operación, porque el Espíritu de Dios siempre va a querer que operemos en ellos, siempre está dispuesto a fluir a través de nosotros.

Para operar en ellos no tenemos que esperar a sentir algo, recibir una indicación específica para operar en ellos, o ver algo en especial. Todo lo que necesitamos es ceder nuestra voluntad a Dios, tener fe y fluir en la misma dirección que el Espíritu Santo.

“Es necesario que él crezca, pero que yo mengüe.” (Jn 3.30).

“Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí.” (Gal 2:20).

“Porque no me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree; al judío primeramente, y también al griego. Porque en el evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe, como está escrito: Mas el justo por la fe vivirá.” (Rom 1:16-17).

Cuando creemos, cedemos nuestra voluntad al control del Espíritu Santo, quién como dueño de los dones, comienza a fluir de acuerdo a las necesidades presentes en ese momento, en los dones que sean necesarios para suplirlas.

Obviamente, este es el ideal tras del cual debemos ir en nuestro caminar cristiano, pero en la práctica, esto no sucede de la noche a la mañana, pues para ello nuestra fe necesita dejar de ser una semilla y convertirse en un árbol, pero la forma de desarrollar nuestra fe para poder fluir en todos los dones que el Espíritu Santo tiene, comienza cediendo nuestra voluntad al Espíritu Santo para manifestar a través de nosotros uno o algunos de sus dones, y por el ejercicio, poco a poco, vamos a ir adquiriendo la fe necesaria para que se incremente el número de dones en los que podemos fluir.

Si bien es cierto que vamos a tener una fuidez especial en alguno o algunos de ellos, ello no implica que los demás dones no se manifiesten cuando sea necesario. Jesús, quién vive en nosotros, y para quién trabajamos, fluyó en todos los dones, y El nos dejó indicado que las mismas y aún mayores obras que las que El hizo serían las que nosotros haríamos (Jn 14:12). Ello, entonces, significa la posibilidad de fluir en todos los dones de la manera en que El lo hizo para gloria de Dios.



3 ¿Cómo descubrir mis dones espirituales?

Para descubrir nuestros dones, necesitamos que se den cuatro situaciones fundamentales:

• El primero de ellos es haber nacido de nuevo. Recordemos que todos los dones, salvo los motivacionales, son dados a las personas hasta el momento de nacer de nuevo. Y aún los dones motivacionales, a pesar de tenerlos desde nuestro nacimiento, su plena operación solo sucede cuando los colocamos bajo la dirección del Espíritu Santo, y ello solo puede suceder cuando nacemos de nuevo. Recordemos que antes de nacer de nuevo, tenemos los ojos entenebrecidos para que no nos resplandezca la luz del Evangelio además de que no entendemos las cosas espirituales, las cuales nos parecen locura porque andamos en lo natural.

• Creer en los dones espirituales. Obviamente, si no creemos en ellos, no voy a estar interesado en descubrirlos. Además, debemos recordar que la activación y la operación de los dones sucede por fe y para fe.

• Estar dispuestos a servir al Cuerpo de Cristo. Los dones solo operan en beneficio colectivo, de los demás, no en nuestro propio beneficio. Solo cuando estamos dispuestos a alentar, exhortar, animar, edificar, consolar, y en fin, servir a los demás, Dios va a activar sus dones en nosotros, porque son precisamente para eso, para beneficio y bendición de la vida de otros.

• Y todo ello acompañado de comunión con el Padre, que es el Propietario de los dones, quién dirige toda su operación y determina los beneficios y bendiciones que quiere impartir a nuestros semejantes que son los beneficiarios de los dones.

Esas cuatro situaciones que mencionamos anteriormente, se deben complementar con cinco pasos que necesitamos en el proceso de descubrir nuestros dones

• El primero de ellos es que necesitamos conocer la amplia gama de todos los dones posibles, lo que significa que necesitamos explorar las posibilidades de todos ellos en nosotros mediante un estudio bíblico profundo y concienzudo de todos los dones espirituales. Recordemos que la Palabra de Dios no bendice la ignorancia:

“Mi pueblo fue destruido, porque le faltó conocimiento. Por cuanto desechaste el conocimiento, yo te echaré del sacerdocio;...” (Ose 4:6).

• Buscar situaciones de bendición a otros en las cuales el Espíritu Santo pueda sacar a luz la operación de los dones que ha puesto en nosotros. Ello implica empezar a servir al Señor y a otros en cualquier oportunidad que sea posible y en cualquier actividad que sea posible, ya sea testificando, predicando, exhortando, enseñando, sirviendo en la escuela de niños, como ujier, en fin, en cualquier posición que Dios ponga a nuestro alcance. La práctica se va a constituír en la mejor evidencia de cuales dones a puesto Dios en nosotros. La Palabra de Dios dice:

“Todo lo que te viniere a la mano para hacer, hazlo según tus fuerzas; porque en el Seol, adonde vas, no hay obra, ni trabajo, ni ciencia, ni sabiduría....”(Ecle 9:10).

• Examinar nuestro interior: aquello que nos produzca gozo, satisfacción, un sentido de utilidad, realización personal, etc., puede ser un indicio inicial. Sin embargo no debemos dejarnos llevar por las emociones porque son engañosas. Necesitamos seguir haciendo lo que hemos hecho y seguir explorando otras posibilidades. Lo mejor no es auto definir o auto decidir el o los dones que tenemos. Recordemos lo que dice la Palabra de Dios al respecto:

“Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá? Yo Jehová, que escudriño la mente, que pruebo el corazón, para dar a cada uno según su camino, según el fruto de sus obras.” (Jer 17:9-10).

Lo mejor es dejar que en el ejercicio de nuestro servicio a Dios y a los demás, los demás comiencen a reconocer y a manifestarnos el don que tenemos. Al fin de cuentas, los beneficiarios del don son ellos, los que pueden percibir mejor los dones que Dios nos ha dado, por los beneficios que reciben de su operación a través de nosotros, son ellos. En todo caso, lo mejor de los dones no es saber cual tiene uno, sino ministrar para bendecir la vida de los demás, aunque no sepamos en cual don lo estamos haciendo. En última instancia, es más importante operar en ellos que definirnos en función de alguno o algunos de ellos.

• Evaluar la eficiencia de nuestro servicio al Señor y a los demás. Al asignarnos dones a cada uno de nosotros, El no nos los da como adornos, nos los da para que operemos en ellos porque El espera resultados del ejercicio de los dones para su gloria; la iglesia local debe beneficiarse de ellos a la vez que se verá el crecimiento y madurez personal de la persona que ejerce uno o más dones. Por supuesto que ello no significa que para ser eficientes tengamos que recurrir a métodos y actitudes humanas, ni ponernos a competir con otros por alcanzar mayores niveles de eficiencia, prestigio, posición, etc. Si una persona tiene un don, por naturaleza, será eficiente y sentirá libertad y bendición en lo que está haciendo, aunque los demás no lo reconozcan. Debe saber, sin lugar a dudas, que aunque los demás no reconozcan su trabajo en el Señor, el Señor no se olvida de ello y lo anota en su libro de memorias para que en su tiempo, nos haga llegar la recompensa.

El parámetro para servir no debería ser nunca lo que pueda obtener de mi servicio, sino lo que los demás va a recibir de él, y lo que Dios va a ser agradado por él. No todo lo que hacemos por y para el Señor y los hermanos es un servicio agradable a sus ojos, solo lo que hacemos con un corazón obediente, contrito y humillado delante de El le es agradable:

“No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad.” (Mat 7:21-23).

“Conforme a la gracia de Dios que me ha sido dada, yo como perito arquitecto puse el fundamento, y otro edifica encima; pero cada uno mire cómo sobreedifica. Porque nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo. Y si sobre este fundamento alguno edificare oro, plata, piedras preciosas, madera, heno, hojarasca, la obra de cada uno se hará manifiesta; porque el día la declarará, pues por el fuego será revelada; y la obra de cada uno cuál sea, el fuego la probará. Si permaneciere la obra de alguno que sobreedificó, recibirá recompensa. Si la obra de alguno se quemare, él sufrirá pérdida, si bien él mismo será salvo, aunque así como por fuego.” (1 Cor 3:10-15).

• Finalmente, algo que ya mencionamos anteriormente: espera la confirmación de sus hermanos y hermanas en Cristo, del Cuerpo, ya que los dones son para el Cuerpo, en consecuencia, los demás los reconocerán además de que el Espíritu Santo dará la confirmación que se necesite. No “coma” ansias por saber o reconocer el o los dones que están operando en usted. Mejor opere en ellos, y si algún día llega a saber cual o cuales son (que va a llegar a suceder en su momento), que bueno, pero si no, igual, siga bendiciendo al Cuerpo que para eso fuimos llamados: para ser de bendición a todas las familias de la tierra (Gen 12:1-3).

“Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos, o higos de los abrojos? Así, todo buen árbol da buenos frutos, pero el árbol malo da frutos malos. No puede el buen árbol dar malos frutos, ni el árbol malo dar frutos buenos. Todo árbol que no da buen fruto, es cortado y echado en el fuego. Así que, por sus frutos los conoceréis.” (Mat 7:16-20).



4 El desarrollo de los dones.

El desarrollo de los dones nunca sucede en el vacío ni en la teoría ni en lo individual. Es un desarrollo eminentemente práctico, en el trabajo colectivo dentro del Cuerpo de Cristo, supliendo las necesidades de las personas a nuestro alrededor. Cada uno, individualmente, como miembro del Cuerpo de Cristo, debemos recordar que somos los ojos y los oídos de Dios para reconocer los lugares en donde existan necesidades para suplir, y como manos y pies de Cristo estamos llamados a ir a donde está la necesidad y usar los recursos de todo tipo que El nos ha dado para ministrar esa necesidad, para suplirla en Su Nombre. El es nuestro Pastor y ha prometido que El suplirá todas nuestras necesidades, y lógicamente, lo hará a través de su Cuerpo, en primera instancia, si encuentra alguien disponible que se ponga en la brecha por El delante de la necesidad, a través de Su Cuerpo.

Por ello, no solo debemos estar atentos a todas las necesidades que Dios permita que estén a nuestro alrededor así como buscar otras que no sean tan evidentes en nuestros alrededores, para hacer algo para que sean suplidas, sino es más, debemos, en la medida que nos sea posible, crear condiciones en las cuales no solo nosotros, sino también otros hermanos y hermanas en Cristo, usemos colectivamente los dones que Dios nos ha dado, lo que implica crear lugares u oportunidades no solo eventuales sino permanentes (programas de trabajo multidimensionales) para que todos podamos ministrar de acuerdo a los dones que Dios nos ha dado. Nadie en la iglesia local debiera quedarse sin un lugar y una oportunidad constante de servir a otros y poner en acción lo que de gracia hemos recibido del Señor.

“Y yendo, predicad, diciendo: El reino de los cielos se ha acercado. Sanad enfermos, limpiad leprosos, resucitad muertos, echad fuera demonios; de gracia recibisteis, dad de gracia.” (Mat 10:7-8).

El desarrollo de los dones que Dios nos ha dado va a requerir de nosotros un compromiso múltiple:

• En primer lugar, con nuestro Señor Jesucristo, que murió por nosotros en la Cruz del Calvario, y derramó su Preciosa Sangre sanadora y libertadora, para que nosotros pudiéramos recibir esos dones preciosos. El y solo El es la fuente de la cual saltan los ríos de agua viva que alimentan el fluir de los dones en nosotros, El es nuestra fuente de madurez y ejemplo a seguir en el proceso de discipulado o crecimiento interno que cada uno de nosotros necesita caminar para ser eficiente en la ministración de los dones que El ha puesto en nosotros. Y el es el mejor ejemplo de la eficiencia en el uso de los dones, ejemplo que estamos llamados a imitar como sus discípulos.

“Porque el amor de Cristo nos constriñe, pensando esto: que si uno murió por todos, luego todos murieron; y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos.” (2 Cor 5:14-15),

“Sed imitadores de mí, así como yo de Cristo.” (1 Cor 11.1).

• Con el Cuerpo de Cristo: no solo son nuestros hermanos y hermanas, sino que están constantemente esperando más de Dios para ser fortalecidos, afirmados y establecidos en El a través de los dones que El ha puesto en cada uno de nosotros.

“Si yo hablase lenguas humanas y angélicas, y no tengo amor, vengo a ser como metal que resuena, o címbalo que retiñe. Y si tuviese profecía, y entendiese todos los misterios y toda ciencia, y si tuviese toda la fe, de tal manera que trasladase los montes, y no tengo amor, nada soy. Y si repartiese todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregase mi cuerpo para ser quemado, y no tengo amor, de nada me sirve. El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.” (1 Cor 13:1-7).

• Con la obra de Cristo en el mundo: el mandato evangelístico de llevar la reconciliación de Dios con los hombres y mujeres de todo el mundo, lengua, raza y nación sobre el planeta, y el mandato cultural que implica redimir a la creación entera de la esclavitud y corrupción a la cual fue sometida por causa del pecado, mediante la mayordomía responsable de ella por medio de los dones que Dios nos ha dado y de paso, suplir las necesidades materiales, emocionales y espirituales de todo ser humano que se encuentre en nuestro camino, como el viajero con el que se topó el buen samaritano:

“De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas. Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación; que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación. Así que, somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios. Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él.” (2 Cor 5:17-21).

“Porque el anhelo ardiente de la creación es el aguardar la manifestación de los hijos de Dios. Porque la creación fue sujetada a vanidad, no por su propia voluntad, sino por causa del que la sujetó en esperanza; porque también la creación misma será libertada de la esclavitud de corrupción, a la libertad gloriosa de los hijos de Dios.” (Rom 8.19-21).


26 Ene 2012