Estudio Bíblico

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Módulo 116. Dones espirituales.



Introducción.


Somos nacidos de Dios. Somos hijos e hijas de Dios. El es nuestro Padre. En calidad de hijos e hijas de Dios somos participantes –aquí y ahora- de la naturaleza divina: poderosa, milagrosa y superior. Esta naturaleza milagrosa y superior de Dios debiera manifestarse en sus hijos: de tal Padre, tales hijos. Como hijos del Señor somos poseedores de su misma naturaleza y debiéramos como tales desplegar en nuestra vida diaria la evidencia no tan solamente de su carácter perfecto sino de sus poderosas facultades divinas. Las Escrituras hacen mucho énfasis en que los hijos e hijas de Dios debiéramos expresar, al menos en alguna medida, esa naturaleza divina, milagrosa y superior. Esta es la razón por la que las Escrituras dicen que el Señor Jesús y sus hijos serán para “señales y presagios” (Isa 8.18).

Las facultades de Dios son constantes, sus atributos son eternos y sus habilidades son inmutables. El no cambia ni evoluciona, El es el mismo ayer, hoy y siempre. Dios siempre es. El es el que Es. El poder de Dios no ha cambiado de dispensación en dispensación. Lo que ha cambiado ha sido la incidencia de ese poder y la manera en que es comunicado en las circunstancias concretas de cada una de las dispensaciones. El Señor del Nuevo Testamento es el mismo Señor del Antiguo Testamento. Pero la revelación de los contactos y tratos de Dios y con los hombres es más gloriosa desde que su Hijo vino a darle a conocer y el modo de comunicación de su gloria es diferente desde que su Espíritu Santo vino a morar en nosotros.

En los días del Antiguo Testamento, el Espíritu Santo, se hallaba allá en los cielos, controlando la situación en la tierra. En el día de Pentecostés, bajó del cielo a la tierra y vino a morar a los cuerpos y mentes “dirigibles” de los redimidos (1 Cor 6:19). Hoy él opera a bordo de nuestros corazones: como siempre, es el mismo. Su centro de operaciones es transferido del cielo a la tierra; su modo de comunicarse ha cambiado desde el exterior hasta el interior. En los antiguos tiempos las cosas preciosas de Dios eran ministradas a los hombres mediante el Espíritu Santo situado en los cielos. Desde el derramamiento de Pentecostés esas mismas “cosas “ poderosas son ministradas a nosotros “por el Espíritu Santo enviado del cielo” (1 Ped 1:12). Esa es exactamente la diferencia de significado en las preposiciones empleadas por el Señor en Jn 14.17 (“Mora con vosotros” (antes de Pentecostés), y “estará en vosotros” (después de Pentecostés).

En la antigua dispensación los hombres experimentaban poder divino; en la nueva reciben poder. En la antigua respondían al poder; en la nueva El les da poder (Luc 10:19). El Espíritu Santo descendía sobre los hombres antes de Pentecostés; hoy, desde que descendió aquel “aguacero” celestial, El los satura y los llena (Hch 2:4, 1:8). En la antigua dispensación las energía de Dios eran impuestas desde el cielo sobre los individuos escogidos para efectuar ciertas tareas específicas. En la nueva dispensación tales energías son distribuidas entre los hombres –entre aquellos que tienen fe para recibirlas-. En la época del Antiguo Testamento ciertos individuos; desde Pentecostés, todos pueden poseer alguna bendita “administración” del Espíritu Santo para la edificación de la Iglesia y para beneficio del sufrido mundo. En el Antiguo Testamento algunos eran para señales y presagios realizados por el Espíritu Santo desde el cielo. En el Nuevo Testamento todos son para señales y presagios ejecutados por el Espíritu Santo desde el interior de ellos. Antes de Pentecostés, Elías en presencia del muerto clamó a Jehová y dijo: “Jehová Dios mío, te ruego que hagas volver el alma de este niño a él”. Eliseo en la casa de la sunamita, fue a la habitación del muerto y mirando al cielo “oró a Jehová”. Después de Pentecostés, Pedro, volviéndose no en dirección al cielo sino hacia el cadáver de la amada Dorcas, pronunció la palabra de autoridad que le dio el Espíritu: “¡Levántate!”. Ella abrió los ojos, se movió, habló, se levantó: “Recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo”.

“No quiero, hermanos, que ignoréis acerca de los dones espirituales. Sabéis que cuando erais gentiles, se os extraviaba llevándoos, como se os llevaba, a los ídolos mudos. Por tanto, os hago saber que nadie que hable por el Espíritu de Dios llama anatema a Jesús; y nadie puede llamar a Jesús Señor, sino por el Espíritu Santo. Ahora bien, hay diversidad de dones, pero el Espíritu es el mismo. Y hay diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo. Y hay diversidad de operaciones, pero Dios, que hace todas las cosas en todos, es el mismo. Pero a cada uno le es dada la manifestación del Espíritu para provecho. Porque a éste es dada por el Espíritu palabra de sabiduría; a otro, palabra de ciencia según el mismo Espíritu; a otro, fe por el mismo Espíritu; y a otro, dones de sanidades por el mismo Espíritu. A otro, el hacer milagros; a otro, profecía; a otro, discernimiento de espíritus; a otro, diversos géneros de lenguas; y a otro, interpretación de lenguas. Pero todas estas cosas las hace uno y el mismo Espíritu, repartiendo a cada uno en particular como él quiere. Porque así como el cuerpo es uno, y tiene muchos miembros, pero todos los miembros del cuerpo, siendo muchos, son un solo cuerpo, así también Cristo. Porque por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos o libres; y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu. Además, el cuerpo no es un solo miembro, sino muchos. Si dijere el pie: Porque no soy mano, no soy del cuerpo, ¿por eso no será del cuerpo? Y si dijere la oreja: Porque no soy ojo, no soy del cuerpo, ¿por eso no será del cuerpo? Si todo el cuerpo fuese ojo, ¿dónde estaría el oído? Si todo fuese oído, ¿dónde estaría el olfato? Mas ahora Dios ha colocado los miembros cada uno de ellos en el cuerpo, como él quiso. Porque si todos fueran un solo miembro, ¿dónde estaría el cuerpo? Pero ahora son muchos los miembros, pero el cuerpo es uno solo. Ni el ojo puede decir a la mano: No te necesito, ni tampoco la cabeza a los pies: No tengo necesidad de vosotros.” (1 Cor 12:1-21).

No puede haber una plena y aceptable conformidad al modelo divino de adoración en una iglesia en donde los dones espirituales son despreciados o se les descuida, como tampoco lo puede haber en una donde se hace abuso de ellos.
Los dones espirituales no son una opción en la Palabra: si se acepta uno de ellos se deben aceptar todos los demás y si se rechaza uno de ellos, se deben rechazar todos los demás también.

Claramente la intención de Dios es que su pueblo fuese iluminado en lo concerniente a los dones, a todos los dones, no solo algunos, no solo los que les gusten, o los que les parezcan. Todos. Son una unidad. La ignorancia a la que se refiere Pablo mediante el Espíritu no es ignorancia respecto de la existencia de los dones, sino la concerniente a sus usos, empleo y control.

Los dones son diversos pero el Dador es uno solo. Los afluentes son muchos pero la Fuente es una sola y la misma. La variedad de los dones, ministerios y operaciones es la variedad de la unidad, no de la división; la diversidad es corporativa, no competitiva. En el bautismo en el Espíritu, el Espíritu Santo no tan solamente ha descendido del cielo a la tierra. También ha dividido su omnipotencia y omnisciencia en muchas partes más o menos iguales para distribuirlas entre los hijos del Señor: los dones espirituales.



Dos aclaraciones respecto a los dones espirituales.

En el lenguaje común cristiano, por dones reconocemos las habilitaciones de Dios para desarrollar una función o un oficio dentro del Cuerpo de Cristo, y básicamente en el ámbito eclesiástico y en las actividades relacionadas con este. Si bien es cierto en estos estudios vamos a utilizar ese mismo significado es importante hacer dos comentarios aclaratorios.

El primero es en el sentido de que todo lo que recibimos de parte de Dios es un don (regalo) porque la palabra don significa precisamente eso: un regalo que no merecemos, sino que nos es dado por la misericordia y gracia de Dios. Y en este sentido, todo lo que tenemos y somos es un don de parte de El, porque nada tenemos que no nos haya sido dado por El.

“Porque ¿quién te distingue? ¿o qué tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿por qué te glorías como si no lo hubieras recibido?” (1Cor 4:7).

Entonces, don, en realidad es todo lo que tenemos: salvación, redención, justificación, santificación, fe, un destino glorioso, familia, bienes, trabajo, habilidades, características físicas y psicológicas, bienestar, comodidad.

Alguien podrá argumentar que todo lo material o “secular” como familia, bienes, trabajo, habilidades, características físicas y psicológicas, bienestar, comodidad, etc., no son espirituales, lo cual no es cierto. Claramente la Palabra de Dios no solo nos dice que todo lo que existe ha sido hecho por Dios (Rom 11:36), y Dios es espiritual, entonces todo tiene una raíz espiritual, sino que más claramente aún, en Heb 11:3 la Palabra dice que todo lo que existe en lo natural primero existe en lo espiritual; que todo lo natural fue hecho por lo espiritual:

“Por la fe entendemos haber sido constituido el universo por la palabra de Dios, de modo que lo que se ve fue hecho de lo que no se veía.” (Heb 11:3).

Como consecuencia de lo anterior, entonces, lo que nosotros llamamos dones espirituales, es decir, las habilitaciones de Dios para el servicio a El, en realidad son solo una parte mínima, aunque no por ello menos importante, de todos los dones que El nos ha dado como regalo por el hecho de ser sus hijos e hijas amados.

En segundo lugar, es importante aclarar que esas habilitaciones no son solo para el servicio en el ámbito eclesiástico. Esa es una restricción auto-impuesta que le hemos hecho a los dones, puesto que Dios no solo se mueve en el ámbito eclesiástico o de las actividades eclesiásticas, sino que Dios se mueve en el mundo entero, porque todo es de El, por El y para El.

“Porque de él, y por él, y para él, son todas las cosas. A él sea la gloria por los siglos. Amén.” (Rom 11:36).

Por otro lado, como los dones son para hacer la obra de Dios y para suplir necesidades, no solo en el ámbito eclesiástico existen obras por hacer para Dios y necesidades para suplir en Su nombre. Es necesario, entonces, que abramos nuestra mente, renovándola por medio del entendimiento de la Palabra, para que proyectemos esas habilitaciones que Dios nos ha dado para Su gloria y para bendecir a Su pueblo y a todos los que El ha puesto a nuestro alrededor, en todos los ámbitos de nuestra vida, de una manera intencionada, con fé, y para la exclusiva gloria de nuestro maravilloso Señor y Salvador y de nuestro Padre Celestial, y para que más y más personas que no le conocen, lo conozcan y entreguen sus vidas a El.

En consecuencia de lo anterior, es evidente la necesidad de desechar nuestros paradigmas religiosos, y aún mundanos, que hemos manejado respecto a la operación de los dones espirituales, para entrar en la dimensión de la plenitud de su operación y de la voluntad de Dios de impactar el mundo con la manifestación plena de ellos.




25 Ene 2012