Estudio Bíblico

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Módulo 115. Vida laboral.



La satisfacción en el trabajo (2).




¿Quiénes deben ser servidos “como para el Señor”?.

Nuestro trabajo es un servicio que prestamos, de parte de Dios a todos los que tienen relación directa o indirecta con nuestro trabajo. Ello implica entonces, que al hacer nuestro trabajo debemos hacerlo de tal manera que los propietarios de las organizaciones, nuestros jefes, nuestros compañeros, los clientes y proveedores de la empresa, nuestra familia, los pobres y la sociedad entera reciban el máximo beneficio posible, y sin que ello implique que tengamos que hacer algo indebido.

Una responsabilidad que tenemos para con todos ellos, en la medida de lo posible y cuando ellos lo requieran (no debemos forzarlos ni obligarlos a ello pues si lo hacemos obtendremos el efecto contrario al que esperamos: en lugar de que lo reciban los vamos a vacunar en contra de) es compartirles el Evangelio y las bendiciones de entregarle nuestra vida a Cristo y vivir en obediencia a Su Palabra.

Para hacer eso, debemos ganarnos la autoridad moral de compartirles el Evangelio con nuestro propio testimonio de vida transformada y renovada por el Señor, diferente a la vida de las personas que están en el mundo. Con nuestro testimonio de vida, con la evidencia de nuestros comportamientos diferentes, debemos provocar en ellos la curiosidad, la sed de saber, que es lo que nos hace no iguales al mundo (ello implica que debemos ser positivamente diferentes a ellos, con más principios, valores y cualidades positivas que las que tienen ellos). Debemos estar claros que nuestro trabajo es eso, un lugar de trabajo, no un púlpito, y que solo podemos y debemos testificar de Cristo cuando ellos nos lo soliciten. Entonces, nuestra responsabilidad es hacer las cosas de tal manera en nuestro trabajo que se creen las oportunidades de que ellos nos soliciten que les compartamos el evangelio.

En lo que se refiere al área específica del trabajo, también tenemos, por la Palabra, responsabilidades concretas con cada una de las personas a través de las cuales nos relacionamos, y que constituyen actitudes y comportamientos que nos pueden abrir la puerta para compartirles el Evangelio.

Las primeras personas a las que servimos con nuestro trabajo son los miembros de nuestra familia (cónyuge e hijos). El trabajo constituye un canal a través del cual Dios permite que nuestras necesidades y las de nuestra familia sean suplidas. Por ello, por agradecimiento a Dios y por responsabilidad para con los nuestros, el trabajo que realizamos merece nuestro mejor esfuerzo sabiendo que no solo nos está permitiendo desarrollar nuestras habilidades y sacar la mejor de nosotros, preparándonos para el futuro que Dios nos ha preparado, sino que también nos está permitiendo colaborar con El en la administración de Su Creación y en la provisión de nuestras necesidades y las de nuestros seres queridos. La provisión de nuestras necesidades es un trabajo de Dios (Fil 4:19) en el cuál El nos permite co-laborar (1 Tim 5:8) mediante nuestro trabajo, y de paso, nos desarrolla a Su imagen.

Los dueños de la empresa deben obtener las utilidades adecuadas a su inversión y la mejor calidad posible, al costo más razonable y con el menor desperdicio de recursos posibles, y entre ellos, el menor desperdicio posible de nuestro tiempo, para que ellos obtengan la máxima productividad del salario que recibimos. También deben recibir de nosotros el respeto, la honra y la obediencia debida como autoridades delegadas de Dios (Rom 13:1-7). Y todo ello, aunque no sean los propietarios más adecuados y no tomen las acciones más adecuadas que nos gustaría que tomaran. El respeto, la honra y la obediencia es debida a la autoridad de Dios en ellos, y la calidad de nuestro trabajo es porque al final para quien trabajamos, y quién es el dueño de todo es el Señor, además de que ello será nuestra herencia conjunta con Cristo como coherederos de Dios (Rom 8:17).

Nuestros jefes también deben recibir los mejores resultados y la mayor responsabilidad posible en nuestro trabajo, por cuanto han confiado en nosotros al delegarnos un puesto de trabajo y la obtención de un salario, así como también el respeto, la honra y la obediencia debida a la autoridad delegada de Dios en ellos, por cuanto también ostentan esa calidad dada por Dios. Lo que es aplicable, entonces, para los propietarios de la empresa lo es también para nuestros jefes.

En cuanto a nuestros compañeros de trabajo, en cierta forma, ellos son como clientes directos para nosotros, por cuanto para sus tareas, y por ser parte de la misma organización, que debe funcionar como un engranaje, en su trabajo, en mayor o menor grado, dependen de que nosotros cumplamos con el nuestro para que ellos puedan realizar adecuadamente el suyo. De hecho, en la administración moderna, se les llama “clientes internos”. Nosotros debemos realizar de la mejor manera posible nuestro trabajo para que ellos no encuentren ninguna ocasión de estorbo, obstáculo o dificultad en el de ellos de parte nuestra.

Los clientes y los proveedores también son beneficiarios de nuestro trabajo en la medida en que, en lo referente a los clientes, nos esmeramos por producir un artículo con una buena calidad que supla en el mayor grado posible sus necesidades, y en lo que se refiere a los proveedores, haciendo nuestro trabajo con tal calidad, que los clientes demanden suficientes productos de los que producimos, y con ello, nuestros pedidos de insumos y materiales a los proveedores sean más voluminosos, además de generar los suficientes recursos para pagarles en tiempo. Por otro lado, ambos, clientes y proveedores, también son beneficiarios de nuestro trabajo en la medida que les proveemos, en sus relaciones con nosotros y nuestras organizaciones, de un trato cordial, amable, amigable y respetuoso. Esa es una forma práctica de mostrar amor hacia nuestro prójimo tal como nos lo enseña la Palabra de Dios y la enseñanza acerca de quién es nuestro prójimo en la enseñanza del buen samaritano.

Los pobres también son beneficiarios de nuestro trabajo en la medida en que éste nos permite generar recursos suficientes para apoyar, en alguna medida, sus necesidades. Los creyentes, independientemente del volumen de recursos económicos que manejemos, estamos llamados, por el amor que Dios ha derramado en nuestros corazones, a suplir las necesidades de los pobres en la medida de nuestras posibilidades y en unidad con el resto del Cuerpo de Cristo, que sumando recursos unos con otros, pueden llegar a ser significativos para hacer un buen trabajo en esta área de acción. Los pobres, según lo que leemos en la Palabra, no son responsabilidad del gobierno ni de las organizaciones no gubernamentales ni las de caridad. Son responsabilidad del pueblo de Dios, como las manos de Dios en este mundo. Además, quién da al pobre, Dios se convierte en su deudor, lo que implica que El velará por nosotros ya que lo que sembramos, eso mismo cosecharemos. (Efe 4:28, Prov 19:27, Prov 11:10-11, Prov 14:34).

La sociedad en su conjunto también es beneficiaria directa de nuestro trabajo, puesto que los artículos y/o servicios que producimos, agregan un valor a los productos, y por ese valor se generan impuestos (el impuesto al valor agregado, por ejemplo), además de que generan impuestos sobre las utilidades (impuesto sobre la renta), que percibe el gobierno, y por medio de los cuales puede financiar servicios que benefician a toda la nación tales como el de la seguridad (policía y ejército), la salud pública (hospitales), la justicia (los tribunales), la construcción de infraestructura (caminos, aeropuertos, puertos, edificios escolares) y otros más.

En otro sentido, el trabajo bien hecho, eficiente, eficaz, diligente, responsable, y duro también constituye un testimonio para ganar el respeto de los de afuera, de los incrédulos, además de los beneficios adicionales que puede traer para quién lo desarrolla como son bonificaciones, reconocimientos, promociones, ascensos, etc. Un día de trabajo bien hecho y honesto respalda nuestra profesión de fe y señala a la verdad del Evangelio mucho más que nuestras palabras, tal como lo evidenciaron José, Daniel, Nehemías, Mardoqueo y otros personajes bíblicos. Y ello, aunque los demás se burlen de nosotros y traten de ejercer presión de grupo para que seamos como la mayoría (mediocres). En el fondo de su corazón, verán la diferencia, y Dios, mediante nuestro testimonio sin palabras, obrará en ellos.


Mantener el trabajo en su lugar.

Un situación que muchas veces es causa de malestar en la vida de las personas trabajadoras es el problema del lugar que el trabajo debe ocupar en sus vidas en relación con una serie de otras situaciones y actividades tales como familia, estudios, iglesia, etc., y que tienen que ver con la distribución del tiempo de que disponen para todo ello, y, dentro de ello, el tiempo que absorbe el trabajo, que por lo general, es la porción de nuestras actividades que tiene más asignación de este limitado recurso.

En este sentido podemos decir que el problema en realidad no está en el tiempo que dedicamos al trabajo en sí, sino en la consideración que hacemos respecto al trabajo, las razones o motivaciones de nuestras acciones y en la clase de personas que somos en él.

En relación con la consideración que hacemos del trabajo, que va a determinar las razones o motivaciones de nuestras acciones y la clase de personas que somos en el, el problema consiste en que podemos llegarlo a convertir en nuestro dios. Ello sucede así cuando nos volvemos adictos a él, considerándolo nuestra principal o única fuente de satisfacción y por ello eliminamos todos los demás intereses de la vida, tales como la vida personal, familiar, amistades, iglesia, recreación, etc. Al convertirlo en nuestro dios, el trabajo pasa a ocupar por entero nuestro corazón, porque para nosotros, lo hemos convertido en nuestro tesoro (Mat 6:21).

Si bien es cierto, el trabajo puede ser una de las principales fuentes proveedoras de satisfacción y realización personal, hacer depender ambas (satisfacción y realización) únicamente del trabajo es un espejismo (Ecle 2:11), porque la vida es más que lograr una mejor paga, un trabajo de mayor categoría, un buen ingreso económico, una promoción, o unas buenas condiciones laborales tales como plan de jubilación, seguro médico, bonificaciones y premios, etc.

Es pertinente, entonces, que nos hagamos la siguiente pregunta: ¿Qué dicen nuestras acciones acerca de lo que es más importante para nosotros? ¿No estamos tendiendo a honrar a Dios de labios mientras vivimos para otro dios menor, esperando del trabajo (o cualquier otro dios que vamos coleccionando en nuestra vida) más de lo que puede darnos?.

La alternativa sana frente a este problema consiste en tener claro que la satisfacción verdadera y permanente solo le viene a la persona que deposita su confianza en el control soberano de Dios y luego vive responsablemente. La vida es corta, la riqueza es efímero, y por encima de ellas, la relación de uno con Dios y la gente es más importante que cualquier otra cosa. El éxito en la vida no consiste en la riqueza ni en las promociones, ni en los altos estándares materiales de vida que nos ha vendido el mundo, sino que en vivir de acuerdo con los mandamientos de Dios (Ecle 12.13-14), y en este sentido, el trabajo debe ser una oportunidad de vivir de acuerdo con ellos, pero no lo única oportunidad. Necesitamos construir y administrar el equilibrio entre todas las actividades de nuestra vida y ello comienza con ver el valor que Dios le da a nuestro trabajo como fuente de realización personal, oportunidad de servir al prójimo y un servicio para la gloria de Dios, pero no como la única fuente de ello, sino como una más de la varias partes y actividades importantes, todas las cuales requieren nuestra atención balanceada, y que son:

• Nuestra relación con Dios.
• Nuestra vida personal (espíritu, alma y cuerpo).
• Nuestro cónyuge.
• Nuestros hijos e hijas.
• Nuestra familia y amigos.
• Nuestro trabajo.
• La iglesia.
• La vida social y comunitaria.

Muchas veces, la adicción al trabajo deviene de una mala perspectiva respecto a la fuente verdadera de nuestra provisión. Porque no vemos a Dios, sino lo que vemos es nuestro trabajo, ponemos en él nuestra esperanza y fuente de provisión, olvidándonos que el trabajo solo es un medio, pero no la fuente. Al perder esta perspectiva, obviamente, convertimos al trabajo, nuestro esfuerzo, la empresa, nuestros jefes, etc., como nuestros proveedores, en lugar de Dios, hasta que ello nos absorbe completamente, volviéndonos adictos al trabajo bajo el argumento de que demos trabajar arduamente para garantizar esa provisión.

Sin embargo, la experiencia de muchos nos indica que aunque el trabajo duro, diligente, eficaz, eficiente, responsable y hasta sacrificial en algunos momentos es importante, él no puede garantizarnos la provisión de nuestras necesidades. Son innumerables los casos en que personas cuyo trabajo reune estas características, por situaciones coyunturales, de un día para otro son despedidas y quedan desempleadas a pesar de su buen desempeño y su capacidad, con el consiguiente cúmulo de frustración, decepción, ira, etc., porque hicieron de su trabajo su dios, y este resultó ser un dios tan falso como un billete de dos quetzales (no existen legalmente, por lo tanto son indiscutiblemente falsos).

El trabajo arduo es una responsabilidad del creyente, pero debemos realizarlo por el motivo correcto, teniendo claro que no siempre equivale al éxito medido en seguridad económica. La seguridad económica solo podemos tenerla en Aquel que ha prometido ser nuestro proveedor y que nada nos faltará (Sal 23), el Dios Altísimo. Aunque hay lugar para el trabajo arduo (debemos trabajar arduamente), es Dios quien bendice nuestros esfuerzos (Sal 127). Ello implica que no necesitamos vivir afanados por el trabajo (Mat 6:25ss), sino que debemos buscar en él, el Reino de Dios y su justicia (Mat 6:33) sabiendo que si El no está con nosotros bendiciendo nuestro esfuerzo, en vano nos esforzamos, (Sal 127), lo que implica que la bendición económica proviene de El, de Su Gracia, y no de nuestras obras (aunque la fe sin obras es muerta).


¿Cómo mantener el equilibrio?.

En primer lugar, y por encima de todo, debemos desearlo, anhelando obedecer a Dios, convencidos de que El pide de nosotros ese balance y equilibrio. Sin esa convicción, mantener el equilibrio no pasará de ser una intención, y la intención es buena pero insuficiente para alcanzarlo. Una vez tenemos esa convicción, se debe traducir en compromisos concretos, tales como:

• Organizar nuestra vida de oración alrededor de todas esas áreas que hemos señalado como importantes y que requieren asignación de tiempo, esfuerzo y recursos para atenderlas. El considerarlas constantemente en oración no solo nos ayuda a mantenernos concientes de ellas sino también nos ayuda a pensar positivamente en como darles atención y a buscar la ayuda de Dios para lograr darles esa atención y lograr que se mantengan en equilibrio.

• El poder darles atención a todas esas áreas y actividades adicionales al trabajo va a requerir de nosotros que le establezcamos límites al trabajo para impedir que consuma toda nuestra energía. Ello no implica que extraordinaria y eventualmente, no le asignemos tiempo adicional, por situaciones coyunturales. Una forma de establecerle límites es asignando una hora máxima de salida o una hora límite para regresar a nuestra casa y asignándole a las demás actividades tiempos específicos después de la jornada laboral. Si no lo hacemos así, el trabajo va a tender a absorber todo el tiempo que no tengamos asignado para otras cosas.

• Esa asignación de tiempo y esos límites al tiempo de trabajo deben quedar incluidos en nuestra agenda de la misma manera en que incluimos lo relacionado con el trabajo.

• Para poder disfrutar de las actividades adicionales al trabajo, a las cuales les asignamos tiempo, y que ese tiempo sea un tiempo de calidad, también es importante no solo vigilar el cumplimiento de los tiempos asignados, sino también el vigilar el uso que hacemos de nuestra energía emocional en el trabajo, no permitiendo que este nos consuma tal cantidad de ella que no nos deje nada para las otras actividades (“llevarnos” el trabajo y sus problemas en nuestra mente).

• El trabajo es una actividad que consume grandes dosis de energía, por lo tanto, para ser eficientes y eficaces, necesitamos tomar tiempos cada día, semana y año para descansar, reflexionar y ver la vida desde la perspectiva correcta, recuperando nuestra perspectiva y energías físicas y emocionales. Dios mismo nos enseñó la necesidad de ello cuando, a pesar de ser Dios Omnipotente, Todopoderoso, se tomó un día de descanso después de seis días consecutivos de trabajo (Gen 1). (no permitir que el trabajo se convierta en una esclavitud psicológica).


Poner nuestro trabajo a trabajar para nosotros.

Por efecto de los problemas y consecuencias derivadas del pecado, lo que Dios diseño para ser una fuente constante de motivación, satisfacción y realización personal para nosotros, puede llegarse a convertir en todo lo contrario: una fuente de amargura, frustración, presión y desánimo. Que sea lo uno o lo otro va a depender, la mayor parte de las veces y en la mayor parte de las circunstancias y situaciones, de una decisión nuestra.

En lugar de que el trabajo obre en mi contra como fuente de todo lo malo y trabaje en mi contra, puedo ponerlo a trabajar a mi favor, considerando los problemas y las circunstancias involucradas en él como oportunidades para ayudarme a moldear mi carácter para llegar a ser más semejante a Cristo, como parte del “pensum” de Dios para desarrollar la madurez espiritual en mí.

En 2 Tim 2:15 Pablo nos instruye que procuremos con diligencia, presentarnos delante de Dios como obreros que no tenemos nada de que avergonzarnos, que aplicamos bien la Palabra de Verdad. Ello implica que en todo lugar y en cualquier trabajo, las circunstancias que nos rodean, los problemas que se presentan, los retos y desafíos que son puestos delante de nosotros, son oportunidades para aplicar nuestra fe y los principios de la Palabra en nuestras relaciones con los demás y con Dios. Al igual que resulta muy fácil sostener que el Señor es nuestro proveedor cuando tenemos la billetera y/o la chequera con muy buenos saldos, resulta fácil sostener nuestros principios cristianos en las circunstancias favorables, pero así como el oro se prueba en el fuego, nuestras convicciones y principios son sometidos a su máxima prueba de consistencia en nuestra vida en medio de las crisis, los problemas, los retos, las dificultades. Y ello no es la excepción en lo que se refiere a nuestro trabajo. Todas esas cosas son las llamas que avivan el fuego al que es sometido el oro de nuestra fe para ser refinado, y deben ser oportunidades en medio de las cuales el Nombre del Señor sea exaltado por nuestro carácter y forma de enfrentarlos, y no al revés:

“Mas el Dios de toda gracia, que nos llamó a su gloria eterna en Jesucristo, después que hayáis padecido un poco de tiempo, él mismo os perfeccione, afirme, fortalezca y establezca. A él sea la gloria y el imperio por los siglos de los siglos. Amén.” (1 Ped 5:10-11).

“Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas, sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia. Más tenga la paciencia su obra completa, para que seáis perfectos y cabales, sin que os falte cosa alguna. Y si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada.” (Sant 1:2-5).

Nuestro trabajo y cualquiera que sean sus circunstancias, incluyendo las negativas, son la oportunidad diaria de establecer, desarrollar, fortalecer y afirmar el carácter de Cristo y la imagen de Dios en nosotros, desarrollando, por los menos, ciertas habilidades y destrezas con las que El nos ha dotado para superarnos, tales como la creatividad (buscar nuevas soluciones para viejos problemas), la iniciativa (no esperar que sean otros los que traigan la solución o la innovación, hacernos parte activa de buscarla y aplicarla), la responsabilidad (cumplir con lo esperado, en el tiempo esperado, siempre, independientemente de las circunstancias, la presión del grupo, etc.), la excelencia (mantener siempre la calidad y, de ser posible, superarla siempre que sea posible) la justicia (no modificar nuestros principios ni la calidad de nuestra relación con los demás independientemente de cómo nos sintamos, hagan lo que hagan, digan lo que digan), la paciencia (fortaleza de carácter, dominio propio en medio de lo negativo), el amor incondicional (amar a los que nos hacen daño, devolver el mal con el bien), etc.

Igualmente, los problemas y las circunstancias contrarias en nuestros trabajos son oportunidades para mejorar nuestra intimidad con el Señor en diversas formas:

• Buscando su sabiduría y dirección para resolver los problemas (ello requiere de buscarlo a El).
• Darle acción de gracias, alabanza y adoración, no por el problema, sino por lo que El va a sacar de bueno en nosotros y para nosotros en medio del problema.
• Exaltando Su Nombre en medio del problema, haciendo lo correcto a pesar de ello.

Recordemos que tenemos Su promesa incondicional e independiente de las circunstancias y de nosotros, de que a su tiempo El recompensará el trabajo leal que se hace para Su gloria pues El no es injusto para olvidar la obra de amor que nosotros hacemos para El y para los demás (y recordemos que el trabajo es algo que hacemos para Dios, para los demás y para nosotros).

“Siervos, obedeced a vuestros amos terrenales con temor y temblor, con sencillez de vuestro corazón, como a Cristo; no sirviendo al ojo, como los que quieren agradar a los hombres, sino como siervos de Cristo, de corazón haciendo la voluntad de Dios; sirviendo de buena voluntad, como al Señor y no a los hombres, sabiendo que el bien que cada uno hiciere, ése recibirá del Señor, sea siervo o sea libre.” (Efe 6:5-8).

“Siervos, obedeced en todo a vuestros amos terrenales, no sirviendo al ojo, como los que quieren agradar a los hombres, sino con corazón sincero, temiendo a Dios. Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres; sabiendo que del Señor recibiréis la recompensa de la herencia, porque a Cristo el Señor servís.” (Col 3:22-24).

Los problemas, las circunstancias difíciles, los retos y las dificultades que nos presenta el trabajo como también los que nos presenta la vida en general, en suma, deben “sacar” de nosotros lo mejor, no lo peor:

“No paguéis a nadie mal por mal; procurad lo bueno delante de todos los hombres. Si es posible, en cuanto dependa de vosotros, estad en paz con todos los hombres. No os venguéis vosotros mismos, amados míos, sino dejad lugar a la ira de Dios; porque escrito está: Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor. Así que, si tu enemigo tuviere hambre, dale de comer; si tuviere sed, dale de beber; pues haciendo esto, ascuas de fuego amontonarás sobre su cabeza. No seas vencido de lo malo, sino vence con el bien el mal.” (Rom 12:17-21).

25 Ene 2012