Estudio Bíblico

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Módulo 115. Vida laboral.



Ética cristiana del trabajo.



La visión cristiana del trabajo.

De todo lo que hemos analizado anteriormente podemos concluir que la visión cristiana del trabajo implica, por lo menos, tres puntos o temas:

• La realización personal y como resultado de ello, la obtención de un beneficio personal.
• El servicio a los hombres y como resultado de ello, un beneficio a la comunidad.
• El servicio a Dios.

Y como consecuencia de ello, podríamos definir, entonces, el trabajo como “el consumo de energía física o mental, o ambas, en el servicio a los demás, que da como fruto la realización personal del trabajador, el beneficio de la comunidad y la gloria de Dios. Realización, servicio y adoración (o cooperación con los planes de Dios) se entrelazan, tal como suele suceder con nuestros deberes para con Dios, los demás y nosotros mismos.

Para que el trabajo sea una fuente de satisfacción para el trabajador es necesario que se den dos situaciones:
a) Una actitud adecuada de parte del trabajador hacia su trabajo (que deriva de un concepto correcto de lo que éste significa para él, para Dios y para los demás), y
b) Relaciones laborales adecuadas.

Si bien es cierto los trabajadores y los ejecutivos pueden estar muy motivados para trabajar, sin embargo pueden sentirse frustrados, insatisfechos, desmotivados, etc., por las constantes pugnas entre ambas partes, y/o con los propietarios. De ello deviene la necesidad de que las relaciones laborales (entre propietarios, ejecutivos y trabajadores) sean lo mejor posible, y de ello deviene también la responsabilidad de los creyentes de promover que estas relaciones sean justas en todas sus direcciones de acuerdo con los principios de la Palabra de Dios.

Según Dios, el trabajo no es un proyecto individual aislado; más bien es un proyecto social, cooperativo, de todas las partes entre sí y hacia El, con el objeto de alcanzar el bien común y las mejores condiciones cualitativas de vida que sea posible alcanzar para todas las personas. A fin de alcanzar esa proyección social y cooperativa en el trabajo, es importante que se supriman todas las fuentes de conflicto que sea posible entre los empresarios y sus trabajadores y ejecutivos, y entre trabajadores y ejecutivos, y ello solo es posible lograrlo cuando se establecen relaciones justas entre todas las partes.



Relaciones justas.

Las relaciones justas son el resultado de la consideración del valor de la persona, independientemente de cualquiera de sus características, como un ser creado a la imagen de Dios (aunque esta pueda estar distorsionada temporalmente por el pecado).

Al considerar el valor de la persona, inmediatamente nos surgen tres ingredientes colaterales que son imprescindibles de considerar si de verdad queremos establecer relaciones justas con ellas y entre todos. Esos tres ingredientes son:

• El amor, que requiere de nosotros una actitud positiva que les diga a los demás: “estoy a tu disposición”.
• La dignidad, que significa. “tú importas”.
• El respeto, que implica el reconocimiento en vez de la crítica.

Todo ello nos lleva al principio de la reciprocidad que se expresa en la conocida como “Regla de Oro” contenida en Mat 7:12, a saber: que no le hagamos a los demás lo que no queremos que ellos nos hagan a nosotros, y que hagamos con los demás, los tratemos, como nosotros quisiéramos ser tratados de estar en su misma situación. Este principios, en el área laboral, lleva, en su aplicación a por los menos tres cosas:
• La eliminación de las discriminaciones de cualquier tipo en el trabajo.
• La participación equitativa de todos en la toma de decisiones y en la distribución de las utilidades derivadas del trabajo cooperativo.
• Un énfasis importante en la cooperación y el trabajo en equipo.

Ello también se deriva de dos criterios sumamente importantes en la ética social cristiana:

• La dignidad del trabajo honesto y útil y la imperativa necesidad de dignificarlo no solo en su valoración social sino también en lo referente a las condiciones necesarias para realizarlo (las condiciones de trabajo o laborales).

• La legitimidad de cierta propiedad privada puesto que el producto del trabajo es como la prolongación de la propia personalidad de la persona trabajadora. Si bien la Biblia nos presenta a Dios como el dueño de toda la tierra (Gen 15:7, Sal 24.1) también podemos ver que Dios no tenía ningún problema en que su pueblo poseyera algunas cosas para su bien y para remediar las necesidades ajenas (la propiedad en función social). Levítico 19:9-16 presenta una serie de preceptos de justicia social relacionados con ello.

En suma, entonces, la ética social cristiana relacionada con el trabajo apunta directamente al establecimiento, desarrollo y mejoramiento continuo de relaciones laborales justas, que en su base, son el resultado del servicio mutuo y del respeto mutuo.



El servicio mutuo.

Es un derivado de la Regla de Oro (Mat 7.12) y está expresamente mencionado por nuestro Señor Jesucristo en Mar 10:42-45:

“Mas Jesús, llamándolos, les dijo: Sabéis que los que son tenidos por gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas, y sus grandes ejercen sobre ellas potestad. Pero no será así entre vosotros, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, y el que de vosotros quiera ser el primero, será siervo de todos. Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos.

Va más allá de un ajuste conveniente, circunstancial o utilitario: servir para que nos sirvan, o servir para servirnos después nosotros, o servirnos para ganar posiciones, ascensos, prestigio, reconocimiento, etc. Más bien apunta a una forma de vida centrada en los otros y en sus necesidades como seres humanos (físicas, emocionales, mentales y espirituales), por lo menos tanto como en las nuestras, si no más (Fil 2:4 y 5:8).

Implica buscar el bienestar del otro no solo el propio, usar el trabajo para ayudar a las personas a desarrollarse, y no usar a las personas para llevar a cabo el trabajo como único fin, o usarlas para nuestro propio y exclusivo beneficio.



El respeto mutuo.

En el trabajo, como en cualquier otra actividad que implique nuestra vida, estamos rodeados de personas que, independientemente de la posición que ocupen y las calificaciones, habilidades, ubicación organizacional, sexo, raza, etc., son seres humanos con derechos y dignidades derivados de la imagen de Dios como nosotros y que, por lo tanto, merecen nuestra consideración, respeto y buen trato, así como nosotros merecemos el de ellos.

Ello nos va a llevar a la confianza mutua, a partir de la cual podemos construir relaciones de cooperación poderosas.



La abolición de la discriminación.

Al respecto, John Stott, en su libro: “La Fe Cristiana frente a los desafíos contemporáneos”, menciona que en las sociedades estructuradas según los principios del mundo, existen una serie de símbolos y relaciones de status que confieren dignidad a algunos y se la niegan a otros (ejecutivos—obreros, supervisores—empleados, gerentes—mandos medios, etc.), y que implican diferencias en las formas de control, en la remuneración, en las prerrogativas, en el trato de los errores y faltas, etc. Detrás de todas estas situaciones y símbolos, que no son exclusivos del área laboral, sino que se manifiestan en todas las actividades de la vida social, lo que se encuentra en realidad es la injusticia social, específicamente, la disparidad entre quienes tienen posesiones materiales y/o de información, y los que no.

Si bien es cierto que Dios no nos hace a todos iguales, y no nos otorga a todos los mismos dones, habilidades y capacidades, ello no implica que por esa razón, o alguna otra, nosotros podamos establecer diferenciaciones entre nosotros. De hecho la Palabra es clara en que a pesar de esas diferencias, Dios no hace con nosotros ningún tipo de acepción, o distinción, e incluso hay bendiciones que El distribuye por igual entre todos los seres humanos (hijos y pecadores, justos e injustos) como la luz del sol, la lluvia, el aire, etc. Si El no hace discriminación, menos podemos hacerla nosotros.

De ello deriva que los creyentes, como tales, debemos oponernos a todo tipo de discriminación, y ello implica las discriminaciones laborales que se dan en función de raza, sexo, educación, etc.,y que se traducen en privilegios especiales para unos contra otros, y que no se basan en el mérito y la productividad. De hecho, la única diferenciación que se debería producir es la relacionada con el salario, en función de las responsabilidades, capacidades y habilidades, sin que por ello se lleguen a diferencias injustas que acentúen la desigualdad social a niveles extremos. Esa diferenciación solo podría ser aceptable en la medida en que ninguna persona fuera pagada con menos de lo que requiere una subsistencia digna como ser humano.



Aumento de la participación.

Cualquiera que sea nuestra definición de la “imagen de Dios” en las personas, ciertamente esta imagen incluye la capacidad de elegir y decidir sobre los aspectos fundamentales de su propia vida. Ni Dios nos impone, menos lo deberíamos hacer nosotros con respecto a otras personas, y ello incluye todos aquellos asuntos que afectan fundamentalmente a las personas en sus trabajos. Ellos deberían tener la capacidad de participar en la discusión y toma de decisiones de todas aquellas situaciones trascendentales que les pueden afectar fundamentalmente.

La posibilidad de tomar decisiones es un derecho básico de los seres humanos y un componente esencial de su dignidad como seres humanos. Por lo tanto, en el trabajo, y por lo menos sobre aquellos aspectos respecto a los cuales la consideración de la opinión y la participación en la toma de decisiones de los trabajadores es posible, y no interfiere con el bien común ni con la eficiencia y productividad del trabajo, ellos deberían tener una participación significativa en la discusión y toma de decisiones.

Cada empresa, y cada empresario, con el fin de incrementar la dignidad de sus trabajadores, puede y debería hacerlo mayormente si es creyente, crear espacios de discusión, opinión y toma de decisiones que, gradualmente, vayan trasladando la responsabilidad a los trabajadores sobre aspectos que fundamentalmente les afectan y no interfieren con la buena marcha del negocio, tratando de ir generando una empresa en la que la cooperación no solo sea un ideal, sino una práctica constante.



Énfasis en la cooperación.

En el mundo, y en las organizaciones estructuradas bajo sus principios, el enfrentamiento es la norma y la cooperación es la excepción. La tónica en las relaciones que se establecen bajo estos principios es, en lenguaje de S. R. Coovey, la de ganar yo-perder tú. Pero ello no tiene porque ser siempre así, ni tiene por qué perpetuarse, principalmente en organizaciones y/o comunidades donde la presencia de creyentes, de algún modo, ya no es invisible. Como creyentes consecuentes con las enseñanzas de Aquel en que creemos, ese principio mundano de ganar-perder, debe sustituirse por el correspondiente a la Regla de Oro, que sería, como mínimo, ganar-ganar (todos ganamos), o mejor aún, gana tú aunque en alguna medida yo tenga que sacrificarme y perder algo, pero lo voy a hacer voluntariamente, por amor, y no porque no me queda de otra.

Los creyentes, todos los días y en cualquier lugar donde nos encontremos desarrollando alguna actividad, y ello incluye el trabajo, debemos ser constructores de relaciones y estructuras de cooperación y no de opresión, en continuidad a la unción con la que nuestro Señor fue ungido (Luc 4:17-18) y que nos es impartida a todos nosotros como parte de su Cuerpo, que es la de liberar a los oprimidos.

Por supuesto que la cooperación no surge de la nada. Ella es el fruto de la decisión y la convicción que son resultado de una visión y un objetivo común. El principal requisito para alcanzarla es la existencia de “valores compartidos”, y esos valores ya nos fueron impartidos a todos por la ley de Dios escrita en nuestros corazones (el amor, el bien común, etc.).

Y en ese sentido, los creyentes deberíamos ser la primera comunidad en la cual se superen las divisiones de clase, de grupo y la mentalidad de “ellos y nosotros”. Somos establecidos por Dios como la luz que le dé dirección al mundo. Si nosotros no podemos superar nuestras diferencias, siendo parte de una misma familia, cuanto más difícil va a ser para el mundo lograrlo, por cuanto ellos no viven, ni pueden vivir, bajo principios que produzcan la unidad. Más bien viven bajo principios que producen la división. Por eso, una de las prioridades de oración de Jesús para sus discípulos era la unidad (Jn 17:20-23).

Como dice John Stott en su libro antes mencionado, si los seguidores de Jesucristo no somos capaces de desarrollar vínculos de respeto y confianza, atravesando las barreras sociales y denominacionales, no tenemos la autoridad moral para criticar al mundo de lo mal que está porque nosotros no le estamos brindando un ejemplo básico.



El trabajo en equipo.

La naturaleza social del trabajo, y la necesidad de establecer relaciones justas de cooperación entre todos los actores relacionados con el trabajo, hacen del trabajo en equipo un valor importante en la ética cristiana del trabajo. Y la construcción de equipos requiere la construcción de alianzas entre todos los participantes.

Cuando las relaciones de cooperación y las alianzas se construyen, se desarrollan y se mantienen estamos desarrollando simultáneamente la imagen de Dios en nosotros, por cuanto Dios es Trino en perfecta cooperación y alianza.

Por otro lado, ese tipo de relaciones multiplica poderosamente nuestras fortalezas y suple nuestras debilidades, haciendo del trabajo algo mucho más productivo y fructífero en relación con sus objetivos y métodos. Recordemos que:

“Otra vez os digo, que si dos de vosotros se pusieren de acuerdo en la tierra acerca de cualquiera cosa que pidieren, les será hecho por mi Padre que está en los cielos. Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos. Entonces se le acercó Pedro y le dijo: Señor, ¿cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mí? ¿Hasta siete? Jesús le dijo: No te digo hasta siete, sino aun hasta setenta veces siete.” (Mat 18:19-22).

“Mejores son dos que uno; porque tienen mejor paga de su trabajo. Porque si cayeren, el uno levantará a su compañero; pero ¡ay del solo! que cuando cayere, no habrá segundo que lo levante. También si dos durmieren juntos, se calentarán mutuamente; mas ¿cómo se calentará uno solo? Y si alguno prevaleciere contra uno, dos le resistirán; y cordón de tres dobleces no se rompe pronto.” (Ecle 4:9-12).

Como nos lo indica Mat 18:19-22, mantener la unidad requiere vivir en una actitud permanente de perdón respecto a cualquier cosa que nos pudiera producir algún daño de cualquier tipo. Las relaciones de cooperación, el amor y las alianzas solo pueden permanecer en una actitud permanente de perdón. De lo contrario, el rencor, el resentimiento, la falta de perdón, se convierten en amargura que no solo contamina nuestro propio corazón sino que también contamina a otros haciendo imposibles la unidad, la cooperación y las alianzas, y no solo ello, sino también la gracia de Dios y con ello las bendiciones para que todo nos salga bien.

“Seguid la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor. Mirad bien, no sea que alguno deje de alcanzar la gracia de Dios; que brotando alguna raíz de amargura, os estorbe, y por ella muchos sean contaminados;” (Heb 12:14-15).



Trabajo diligente.

Diligencia es el cuidado y loa prontitud, agilidad y prisa en la ejecución de una determinada tarea. Implica ser cuidadoso, exacto, activo, pronto, ligero, rápido en el obrar del cual somos responsables y que hemos asumido o nos ha sido delegado.

“Los pensamientos del diligente ciertamente tienden a la abundancia; mas todo el que se apresura alocadamente, de cierto va a la pobreza.” (Prov 21:5).

“Sé diligente en conocer el estado de tus ovejas, y mira con cuidado por tus rebaños; porque las riquezas no duran para siempre; ¿Y será la corona para perpetuas generaciones?” (Prov 27:23-24).

La importancia de nuestro trabajo para Dios, para nuestro prójimo y para nosotros mismos nos ha de llevar a considerarlo de tal manera que en su ejecución seamos cuidadosos, exactos, productivos, responsables y lo más veloces posibles para desarrollarlo. La diligencia, en consecuencia, tiene que ver con la productividad y la multiplicación de los frutos derivados de nuestro trabajo.

La diligencia es una característica que debe manifestar el trabajo de los creyentes, principalmente porque trabajamos para el Señor que es diligente, cuidadoso y responsable con Su trabajo, y quién nos ha hecho conforme a su imagen.

La diligencia implica el orden, la planificación, la supervisión y la evaluación constante de nuestras tareas, para lograr altos niveles de excelencia en ellas, tal como el Señor nos lo enseñó en el libro de Génesis capítulo 1.

El Señor, antes de llenar la tierra la ordenó por medio del Espíritu Santo que “se movía sobre la faz de las aguas” (Gen 1:2). El proceso que Dios siguió en la Creación es similar al que ha seguido en todo lo que hace, por ejemplo, la salvación, los últimos tiempos, etc.. Ha sido el resultado de una planificación cuidadosa, prueba de lo cual son las profecías al respecto que se han cumplido una a una tal y como fue planificado por el Señor. En el mismo capítulo 1 de Génesis el Señor nos enseña que al final de cada día El evaluaba los resultados de su trabajo, y se sentía satisfecho de ellos por cuanto habían sido bien hechos, y finalmente el hizo una evaluación del resultado total al final del sexto día, y después de sentirse satisfecho con el resultado, descansó. Igual necesitamos hacer nosotros: evaluar todos los días nuestras actividades para corregir lo que esté mal ese mismo día, y seguir adelante para que el resultado final sea altamente satisfactorio.



El trabajo no es una mercancía.

En el mundo contemporáneo, el trabajo es rebajado en su dignidad y valor real, al considerarlo como una mercancía que se valora de acuerdo a la ley de la oferta y la demanda, donde la oferta, por el desarrollo tecnológico siempre es decreciente, y la demanda, por el desarrollo poblacional, siempre es creciente, derivando en que cada vez los precios de los artículos son más altos y los salarios más bajos, sumiendo cada vez más y más personas en la pobreza, que significa que no están recibiendo los recursos económicos mínimos para vivir en condiciones mínimamente humanas.

Ello constituye una trampa del diablo establecida con el objeto de robar, matar y destruir miles de personas mediante la pobreza, derivada de la falta de salarios justos y de fuentes de empleo crecientes, de calidad y permanentes.

En el mundo moderno el trabajo no es valorado como lo valora la Biblia: un medio de garantizar el sustento en condiciones humanas de todas las personas y de desarrollar lo mejor de ellas en función del bien común y del servicio a Dios. Como creyentes, máxime si somos empresarios o directivos empresariales y creyentes, no podemos ver el trabajo como una mercancía. Necesitamos verlo como lo ve Dios, redefiniendo la parte salarial para que esté en función de las necesidades de las personas de llevar una vida digna, con las condiciones mínimas de bienestar humano que les permitan desarrollarse a él y a su familia, aún cuando la lógica humana nos aconseje no hacerlo porque de esa manera nuestras utilidades pueden verse afectadas.

Nos guste o no, la Biblia en este sentido es sumamente clara además de sumamente pertinente para los tiempos modernos en los cuales los pobres cada vez son más pobres y más en número, en tanto que los muy ricos cada vez son más ricos y menos en número. Si para un corazón humano resulta sumamente doloroso comparar los miles de millones de dólares acumulados por una sola persona de la lista de los más ricos del mundo con los cientos y miles de millares de personas que no cuentan con los mínimos recursos para alimentarse y alimentar a sus familias y como consecuencia de ello miles mueren de hambre. Si eso siente un corazón humano, por un momento tratemos de imaginar lo que siente el corazón de nuestro Padre ante esa misma situación, y peor aún, ante la indiferencia de una gran mayoría de sus hijos e hijas que cierran sus ojos ante esa realidad y no hacen nada para revertirla, dándola como un hecho incambiable porque “siempre tendremos pobres con nosotros”, y peor aún, cuando participan de esas injusticias directamente como empresarios.

“¡Vamos ahora, ricos! Llorad y aullad por las miserias que os vendrán. Vuestras riquezas están podridas, y vuestras ropas están comidas de polilla. Vuestro oro y plata están enmohecidos; y su moho testificará contra vosotros, y devorará del todo vuestras carnes como fuego. Habéis acumulado tesoros para los días postreros. He aquí, clama el jornal de los obreros que han cosechado vuestras tierras, el cual por engaño no les ha sido pagado por vosotros; y los clamores de los que habían segado han entrado en los oídos del Señor de los ejércitos. Habéis vivido en deleites sobre la tierra, y sido disolutos; habéis engordado vuestros corazones como en día de matanza. Habéis condenado y dado muerte al justo, y él no os hace resistencia.” (Sant 5:1-6).

“Porque no digo esto para que haya para otros holgura, y para vosotros estrechez, sino para que en este tiempo, con igualdad, la abundancia vuestra supla la escasez de ellos, para que también la abundancia de ellos supla la necesidad vuestra, para que haya igualdad, como está escrito: El que recogió mucho, no tuvo más, y el que poco, no tuvo menos.” (2 Cor 8.13-15).

Es necesario tener esto presente siempre por cuanto la Palabra no solo es clara en ello, sino también dice algo más que debe hacernos meditar en nuestros corazones al respecto, y buscar la dirección de Dios:

“No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad.” (Mat 7:21-23).

Con ello no queremos decir que hoy mismo usted deba cambiar la situación de su empresa, si es un empresario, o que hoy mismo usted vaya con su jefe o con el propietario de la empresa donde trabaja, mayormente si es cristiano, a decirle que debe cambiar esta situación. Ello va a depender de diversas circunstancias y también debe ser, en todo caso, parte de un proceso planificado, gradual, y que vaya de la mano con la calificación de los recursos humanos de la empresa para que todo incremento salarial sea también reflejado, como contrapartida, en un aumento de la productividad y responsabilidad laboral de los trabajadores.

Pero como Cuerpo de Cristo, como ministros y como creyentes, no podemos dejar de señalar esa situación, porque compromete profundamente la esencia del mensaje de Cristo, tanto como se vió comprometida la vida espiritual del joven rico cuando no quiso vender todo lo que tenía para compartirlo con los pobres y seguir a Jesús (Luc 18:18-30).



Una observación final.

Como creyentes y empresarios, no podemos dejar de considerar todos los aspectos mencionados en la ética del trabajo. Podemos negarnos a implementarlos, pero ello no va a hacer que se anulen de la Biblia esos pasajes y esas responsabilidades. De hecho, estas cosas nos confrontan en un sentido mucho más profundo que implementarlas o no implementarlas. Lo que hagamos con ellas va a depender de la perspectiva que tenemos para nuestras vidas y de lo que hacemos. Si el negocio es para nuestro beneficio, entonces, obviamente, como el joven rico, nos vamos a negar a su implementación. Pero si vemos el negocio como lo que realmente es, un ministerio de parte de Dios, una administración de una parte de Su Creación, que hacemos en Su Nombre, y que el negocio debe operar en función del establecimiento del Reino en la tierra, entonces buscaremos formas positivas de implementar gradualmente y dirigidos por el Espíritu Santo, medidas tendientes a lograr el cumplimiento de ellas en nuestro ámbito de negocios sin ponerlos en peligro de desaparición o quiebra.

Y como trabajadores, también debemos tener claro que el hecho de que en nuestros trabajos pueden o no existir buenas condiciones laborales, pueden estar implementados o no estos principios, pero en cualquiera de los casos, nuestra actitud hacia el trabajo debe ser la misma: eficiencia, productividad, responsabilidad, etc. El hecho de que las condicionales laborales no sean los óptimas no nos da el derecho de no hacer nuestro trabajo como para el Señor, ni de rebelarnos en contra de nuestros jefes o los propietarios del negocio. En última instancia, ellos serán los responsables de las condiciones laborales delante de Dios, pero nosotros seremos responsables, con buenas o malas condiciones laborales, de la calidad de nuestro trabajo.





25 Ene 2012