Estudio Bíblico

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Módulo 115. Vida laboral.



El mandato cultural (el trabajo) hoy.



El cuidado y cultivo de la tierra, y la producción de los resultados esperados por Dios respecto a ello, es lo que en términos teológicos se llama el “mandato cultural”, y la visión de Dios respecto a este mandato, hoy que ya Cristo despojó al diablo (Col 2:15) de la autoridad que éste pudo haber tenido en una período de la historia humana (de la caída a la Cruz) sobre la tierra, está contenida en los siguientes pasajes:

“Vosotros, pues, oraréis así: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra.” (Mat 6:9-10).

El propósito de Dios es establecer Su Reino sobre todo lo creado, lo que está en el cielo y en la tierra. En cuanto a las cosas celestiales, el Reino de Dios ya ha sido establecido plenamente, como nos lo enseñó Jesús en el Padre Nuestro. La voluntad de Dios ya es hecha en el cielo en plenitud. El proceso siguiente es establecerlo en la tierra, para lo cual el Señor Jesucristo, no solo nos enseño a orar porque ello sucediera, sino que el mismo, en la Cruz del Calvario despojó al diablo de todo derecho sobre la tierra, abriendo el camino para el establecimiento del Reino en ella (Col 2.15) y nos delegó a nosotros, la iglesia, para que lo concretáramos en el mayor grado posible, dándonos Su Autoridad (Mat 28.19), proceso que será concluido con la Segunda Venida de Cristo. En el tiempo de la Iglesia, esta debe procurar, por todos los medios a su alcance, la extensión del Reino sobre la mayor cantidad de personas, organizaciones sociales, actividades humanas y el mundo natural, como un anticipo al Glorioso Reinado en Plenitud de nuestro Señor Jesucristo sobre toda la Creación.

“dándonos a conocer el misterio de su voluntad, según su beneplácito, el cual se había propuesto en sí mismo, de reunir todas las cosas en Cristo, en la dispensación del cumplimiento de los tiempos, así las que están en los cielos, como las que están en la tierra.” (Efe 1:9-10).

“Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse. Porque el anhelo ardiente de la creación es el aguardar la manifestación de los hijos de Dios. Porque la creación fue sujetada a vanidad, no por su propia voluntad, sino por causa del que la sujetó en esperanza; porque también la creación misma será libertada de la esclavitud de corrupción, a la libertad gloriosa de los hijos de Dios. Porque sabemos que toda la creación gime a una, y a una está con dolores de parto hasta ahora; y no sólo ella, sino que también nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, nosotros también gemimos dentro de nosotros mismos, esperando la adopción, la redención de nuestro cuerpo.” (Rom 8:18-23).

Somos llamados por Dios a ser sus ministros de la reconciliación, no solo de los seres humanos con Dios, sino de todas las cosas que existen con Su Creador

“De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas. Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación; que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación. Así que, somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios.” (2 Cor 5:17-20).

El mandato de Dios para nosotros respecto a la reconciliación de todas las cosas con Dios es la Gran Comisión que nos ordena discipular a las naciones (personas, organizaciones sociales, gobierno, empresas y territorio –recursos naturales—), y lo que nos da la autoridad para hacerlo es la autoridad que Jesús recibió del Padre para ello y que delega en nosotros, y el poder para lograrlo es que El Señor mismo está con nosotros todos los días, hasta el fin de todas las cosas.

“Y Jesús se acercó y les habló diciendo: Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén.” (Mat 28:18-20).

Por lo tanto, nuestro trabajo hoy está orientado a regresar a la Creación a su situación anterior, antes del pecado y cuyas características se encuentran descritas en Gen 1.28 y Gen 2:15, ya mencionados anteriormente y que consisten en: ordenar la Creación, cuidarla (darle mantenimiento) y labrarla (hacerla productiva, multiplicarla, llenar las necesidades, ponerla bajo sujeción y señorear sobre ella, administrándola, dándole dirección, etc.) para la gloria de Dios y para el bien de todos los seres humanos que habitan sobre la faz de la tierra, supliendo todas las necesidades de todos en todo tiempo.

En la medida en que el Reino de Dios se vaya extendiendo sobre la tierra, en todos los aspectos (personas, organizaciones, actividades y naturaleza), en esa misma medida los resultados esperados por Dios respecto al cultivo y labranza de la tierra se van a ir produciendo.

Este llamado, esta visión y misión no son nuevas. La historia de la Iglesia durante los primeros diecinueve siglos del cristianismo es la historia de la extensión paulatina del Reino sobre todas esas cosas. Sin embargo, por situaciones que no es el caso mencionarlas en este estudio porque los tratados de Historia Eclesiástica hacen alusión a esas causas con mucho detalle, hace más o menos un siglo, la Iglesia se retrajo de esas actividades, se replegò hacia adentro de sí misma convirtiéndose en una serie de órganos en cierto sentido egocéntricos (centrados en sí mismas, en sus necesidades, en su superviviencia, en su fortalecimiento, en su desarrollo, en sus ambiciones y aspiraciones) en lugar de concentrarse en los demás, en el mundo desordenado y perdido, desconectándose de su responsabilidad social. Pero este es el tiempo que Dios está llamándola nuevamente a asumir su rol de “luz”, “sal”, “levadura” y “atalaya” en el mundo, en la restauración de todas las cosas (Hch 3:21) previa a la gloriosa segunda venida de nuestro Señor Jesucristo.

Estamos claros, que la Creación perfecta, y por lo tanto, la plenitud y perfección del trabajo humano, solo existirá cuando el Señor instaure el Reino Milenial después de Su Segunda Venida y cuando entremos de lleno en la eternidad, cuando el Señor hará cielos nuevos y tierra nueva. Esto es equivalente a nuestra santidad y santificación: así como nosotros, aunque ya somos santos, no vamos a poder alcanzar la perfecta santificación sino hasta que estemos delante del Señor pero no por ello dejamos de ir en pos de una cada vez mayor santidad, tampoco por el hecho de que la Creación entera no vaya a ser perfecta sino hasta la Segunda Venida de Cristo no por ello nosotros debemos dejar de cumplir nuestra responsabilidad de trabajar con El para que desde ya la Creación comience a ser redimida y a volver al estado en el que el Señor la creó en el inicio de los tiempos.

El día de hoy Dios está buscando hombres y mujeres que estén dispuestos a desarrollar su trabajo y su relación con El de una manera excelente y para cumplir Sus propósitos y para Su gloria, tanto en lo que se refiere a la adoración (Jn 4:23) como al ministerio en general (trabajo o eclesiástico). Hombres y mujeres que se conviertan en faros de luz, restauradores de relaciones bíblicamente justas (Mat 7:12) en todos los ámbitos de su actividad, no predicadores, sino ejemplos, testimonios vivientes y andantes de los frutos del Espíritu derivados del Señorío de Cristo sobre sus vidas, hombres y mujeres con el carácter de los bienaventurados (Mat 5:1-12), que se constituyan en la fuerza moral que transforme la vida y las estructuras sociales inmorales que caracterizan al mundo de hoy, y demuestren que el Evangelio, como la Palabra de Dios que vive y permanece para siempre, sigue siendo relevante en todos los ámbitos de la vida humana, y tiene las respuestas a todos los problemas de este mundo.

“Y les decía: La mies a la verdad es mucha, mas los obreros pocos; por tanto, rogad al Señor de la mies que envíe obreros a su mies.” (Luc 10:2).

Pablo, por el Espíritu Santo, entendió bien este propósito, por ello escribe:

“Ahora bien, se requiere de los administradores, que cada uno sea hallado fiel. Yo en muy poco tengo el ser juzgado por vosotros, o por tribunal humano; y ni aun yo me juzgo a mí mismo. Porque aunque de nada tengo mala conciencia, no por eso soy justificado; pero el que me juzga es el Señor.” (1 Cor 4:2-4).

“Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres; sabiendo que del Señor recibiréis la recompensa de la herencia, porque a Cristo el Señor servís.” (Col 3:23-24).

“Si, pues, coméis o bebéis, o hacéis otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios.” (1 Cor 10:31).




25 Ene 2012