Estudio Bíblico

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Módulo 102. Paternidad y amor de Dios.



EL CARÁCTER PATERNAL DE DIOS (1).


“… Dios es amor.” (1 Jn 4:8).

“El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, más se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. (1 Cor 13:4-7)


Dios es amor.

El amor, no es un sentimiento, es una decisión, un acto de nuestra voluntad que es la expresión de nuestra nueva naturaleza que recibimos cuando nacemos de nuevo (2 Cor 5:17). Pero el amor también es una Persona que está habitando en nosotros: nuestro Padre Celestial. Por eso es que a partir de nuestra conversión, después de que éramos unos egoístas de marca cuando estábamos en el mundo, una vez que le entregamos nuestra vida al Señor Jesucristo como nuestro Señor y Salvador, y somos adoptados en la familia de nuestro Padre y Dios como sus hijos, una de las primeras características notorias en nuestro nuevo caminar es el cambio que comenzamos a manifestar en nuestra conducta hacia otras personas, que comienza a impregnarse de amor.

En 1 Jn 4:8 la Palabra de Dios dice que El, que es una persona, es amor. Y como todos sabemos, toda persona posee un carácter específico que se manifiesta en una conducta también específica. Todo lo que Dios hace entonces, es el resultado de su carácter, y su carácter es el amor. En consecuencia, la descripción del amor que encontramos en 1 Cor 13:4-7 es también la descripción del carácter de nuestro Padre Celestial. Es la descripción del carácter paternal de Dios.

De tal manera que si queremos conocer el carácter de nuestro Padre solo tenemos que recurrir a ese pasaje precioso de la Escritura y escudriñar el significado de cada una de esas características para determinar como es, en realidad, el carácter de nuestro Padre, y al hacerlo, seguramente nos vamos a llevar muchas sorpresas. Como dice mi pastor: “la Biblia te da sorpresas, sorpresas te da la Biblia”.

Pero antes de entrar de lleno a ese pasaje, es importante hacer una acotación al margen: si la voluntad de Dios para nosotros es que seamos hechos conforme a la imagen de Jesucristro (Rom 8:29), es decir, que manifestemos el carácter de Cristo en nuestro diario caminar, y si Cristo y el Padre son uno, entonces el carácter de Cristo que vamos a manifestar es el mismo carácter de Dios que es el que describe este pasaje. En consecuencia, al escudriñar este pasaje no lo hagamos solo con la actitud emocionante que todo hijo asume cuando su padre terrenal le cuenta quién es él, sino también con la actitud anhelante de que esas mismas características sean formadas en nosotros. Que nuestra actitud sea como la de aquellos hijos pequeños que cuando están con su papá le han manifestado con una profunda sinceridad y admiración: “papi, cuando yo sea grande quiero ser como tú”, llenando el corazón de ese padre con un tremendo amor y orgullo. Llenemos el corazón de nuestro Padre maravilloso de ese mismo sentimiento y orgullo, pidiéndole que El forme en nosotros esas características de su carácter divino. Y finalmente, este pasaje es la visión de El tiene para nosotros. Es la descripción del hombre y/o mujer nuevos que somos y que a la vez El está perfeccionando en nosotros. Nuestro trabajo, nuestra responsabilidad y nuestra necesidad es manifestarlo en nuestro diario caminar. Teniendo esto en mente para no olvidarlo, entremos, pues, a escudriñar el carácter paternal de nuestro Amantísimo Padre, el más que suficiente para ti y para mí


El amor es sufrido,…todo lo sufre, todo lo soporta.

Por mis raíces familiares, yo fui educado en la tradición de un Dios insensible, un gran ojo que todo lo observaba listo para castigar mis faltas. Uno de los dichos favoritos de los adultos con los que crecí a mi alrededor y que con mayor frecuencia escuchaba aplicados a mí o a mis amigos de infancia era el de que “Dios te va a castigar por tal o cual cosa”. Más era la imagen de un capataz con un chicote que un Padre sensible al dolor y al sufrimiento.

Sin embargo, escudriñando las Escrituras y a la luz de las experiencias que he podido tener en mi relación con El , he podido tener la certeza bíblica y en mi corazón de que mi Padre sufrió en “carne propia o en carne viva” el dolor de ver sufrir a Jesús todo lo que tuvo que pasar en su martirio por nosotros el tiempo previó a su Crucifixión y durante ella en El Calvario. Jesús y el Padre sufrieron en unidad, porque Jesús y el Padre son uno, cada uno de los insultos, vituperios, burlas, humillaciones, heridas, etc., que Jesús sufrió desde la noche en que fue apresado hasta el momento en que entregó su vida en esa Cruz.

Y el sufrimiento del Padre ha de haber sido aún más intenso porque teniendo el poder para detenerlo, no lo hizo porque su amor fue y es de tal manera tan intenso por nosotros, que tal como Jesús sufrió y soportó su martirio por nosotros por el gozo puesto delante de El, el Padre también lo hizo aún con el corazón rasgado por el dolor.

“puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios. Considerad a aquel que sufrió tal contradicción de pecadores contra sí mismo, para que vuestro ánimo no se canse hasta desmayar. Porque aún no habéis resistido hasta la sangre, combatiendo contra el pecado;” (Heb 12:2-4).

“Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto; y como que escondimos de él el rostro, fue menospreciado, y no lo estimamos. Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido. Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados. Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros. Angustiado él, y afligido, no abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca. Por cárcel y por juicio fue quitado; y su generación, ¿quién la contará? Porque fue cortado de la tierra de los vivientes, y por la rebelión de mi pueblo fue herido. Y se dispuso con los impíos su sepultura, mas con los ricos fue en su muerte; aunque nunca hizo maldad, ni hubo engaño en su boca. Con todo eso, Jehová quiso quebrantarlo, sujetándole a padecimiento. Cuando haya puesto su vida en expiación por el pecado, verá linaje, vivirá por largos días, y la voluntad de Jehová será en su mano prosperada. Verá el fruto de la aflicción de su alma, y quedará satisfecho; por su conocimiento justificará mi siervo justo a muchos, y llevará las iniquidades de ellos. Por tanto, yo le daré parte con los grandes, y con los fuertes repartirá despojos; por cuanto derramó su vida hasta la muerte, y fue contado con los pecadores, habiendo él llevado el pecado de muchos, y orado por los transgresores.” (Isa 53:3-12).

Ambos, Jesús y el Padre, sobrellevaron este sufrimiento, que por lo masivo ha de haber sido intenso, no solo en lo físico sino en lo espiritual y emocional, por el gozo de lo que estaba delante de la Cruz: la salvación de cada uno de nosotros y la liberación de la esclavitud del pecado.

En relación a estos pasajes, un día que estaba hablando con el Señor vinieron a mi mente ambos, y en ese momento le pregunté que cual era el significado en términos entendibles para mí de ellos y por qué El, teniendo todo el poder para parar el sufrimiento de Jesús no lo había hecho y cuál había sido su sufrimiento al ver a Jesús en tal situación, y el Señor con todo su amor, suavidad y ternura susurro a mi corazón:

“Yo no soy un Dios insensible. Sufrí con Jesús su dolor en toda su intensidad porque El y Yo somos uno. La separación que al cargar todo el pecado del mundo sobre El se produjo entre nosotros dos fue un dolor supremo, que llegó a su climax cuando El me dijo: “Padre, ¿por qué me has desamparado”. En ese momento quise haber enviado a todo el ejército celestial a liberarlo del sufrimiento pero entonces vi tu rostro y el de todos tus hermanos delante de mí y por el gozo que ello me produjo viéndolos libres de la angustia del pecado y en mi Casa Celestial, que es lo mismo que estaba viendo Jesús en medio de su sufrimiento, decidí sobrellevar junto con El todo el dolor implicado en la crucifixión.”

De la misma manera que El sufrió el dolor de Jesús, de la misma manera sufre el dolor de cada uno de nosotros, con la diferencia que no podía hacer nada el

Dios no es ajeno ni insensible al dolor, y como Padre, El no es insensible al dolor de sus hijos, y más específicamente, El no es insensible a mi dolor. El sufre conmigo cada uno de mis dolores físicos y emocionales, y muchas veces no interviene a pesar de que quisiera y tiene el poder para hacerlo, porque El está viendo el fruto de mi victoria sobre ese dolor, esa angustia, esa aflicción y sobre esas circunstancias que lo están produciendo.

Por ello, en las situaciones de aflicción, dolor y sufrimiento que pasen por mi vida puedo estar seguro que mi Padre las está pasando conmigo, y no solo las está pasando, está acompañándome a través de ellas de la misma manera que si yo sé que una de mis hijas está pasando una de esas situaciones la voy a acompañar en su dolor; y de la misma manera que yo voy a tratar de darle consuelo a mi hija, Dios lo va a hacer conmigo, con la diferencia que El va a saber exactamente el tipo, cantidad y clase de consuelo que yo necesito y, posteriormente, con la consolación con la que fui consolado por El en mis momentos de aflicción, dolor y sufrimiento, voy a consolar a otros que se encuentren pasando por la misma situación (2 Cor 7:13).

“Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado. Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro.” (Heb 4:15-16).

Bendito el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que según su grande misericordia nos hizo renacer para una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los muertos, para una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible, reservada en los cielos para vosotros, que sois guardados por el poder de Dios mediante la fe, para alcanzar la salvación que está preparada para ser manifestada en el tiempo postrero. En lo cual vosotros os alegráis, aunque ahora por un poco de tiempo, si es necesario, tengáis que ser afligidos en diversas pruebas, para que sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual aunque perecedero se prueba con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo, a quien amáis sin haberle visto, en quien creyendo, aunque ahora no lo veáis, os alegráis con gozo inefable y glorioso; obteniendo el fin de vuestra fe, que es la salvación de vuestras almas. (1 Ped 1:3-9).

“Herrmanos míos, tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas, sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia. Mas tenga la paciencia su obra completa, para que seáis perfectos y cabales, sin que os falte cosa alguna.” (Sant 1:2-4).

Al vendernos la idea de que el corazón de Dios es un corazón insensible, o frío o lejano, el diablo también, en paralelo, nos vende la idea de que ninguna de mis acciones puede hacer daño al corazón de Dios, sino en todo caso, solo me va a dañar a mi mismo. Pero ahora que sé que el corazón de Dios es un corazón sensible, también cobro la conciencia de que mis acciones, si bien no van a hacer disminuir el amor que Dios me tiene, si pueden lastimar Su amante corazón, al igual que el corazón de un padre terrenal, si bien no por ello deja de amar a sus hijos, si puede ser lastimado por las acciones de ellos tales como desobediencia, pecado, indiferencia, palabras duras y/o hirientes, peleas entre hermanos, envidia, codicia, ira, resentimiento, etc. Esas mismas cosas en nosotros son causas de heridas en el corazón de mi Abba Padre. En consecuencia, por el amor que El me tiene y por el amor que yo le tengo, lo menos que puedo hacer es esforzarme porque esas cosas no estén presentes en mi vida y de esa forma evitar que Su corazón sea lastimado. Eso es lo que significa en realidad caminar en santidad y en integridad: evitar, por amor, lastimar el corazón de mi amante Padre.

Necesito ser conciente de que de la misma manera que lastimo continuamente el corazón de Dios por mi pecado, aún cuando muchas veces puede ser inconsciente, por omisión más que por intención, no por ello deja de ser pecado, y que a pesar de eso El no deja de amarme, cuando otras personas lastimen mi corazón ello no debe ni puede ser causa suficiente para dejar de amarlas. Más bien, por eso mismo, debo ser rápido en perdonar de la misma manera en que yo soy perdonado por mi Padre Celestial. La misma consolación y bendición con que soy consolado y bendecido me habilita para distribuirla a otros cuando ellos la necesitan en su relación conmigo.

El sufre conmigo mi dolor, mi angustia, mi pérdida, el rechazo que me hacen, la injusticia que cometen conmigo, pero también sufre todo eso, y por partida doble, cuando soy yo el que se los causa a los demás. En este caso sufre por mí y sufre por el otro.


25 Ene 2012