Estudio Bíblico

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Arrebatando el Reino de Dios (2).



Introducción.

La Palabra, en Mat 6:10 nos enseña que oremos: "venga tu reino, hágase tu voluntad en el cielo como en la tierra". Esa es una oración para hoy, para todos los días.
El Reino de Dios es el “lugar” de provisión para toda necesidad: sanidad, restauración, libertad, bienestar, confort, paz, gozo, provisión material, etc.}
Es el lugar de la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta (Rom 12:2), el lugar donde se cumplen los planes de bien y no de mal que Dios, nuestro Padre, tiene para nosotros, para darnos un futuro y una esperanza (Jer 29:11).
Es el lugar donde nuestra vida va en aumento, hasta que sea perfecta (Prov 4:18, Fil 1:6).
Es el lugar donde nada nos faltará porque el Señor será nuestro Pastor (Sal 23).

El Reino de Dios es también el “lugar” donde vivimos bajo el Señorío de Cristo, obedeciendo Su Palabra y Sus principios y aplicándolos en nuestra vida, en la mayor medida de lo posible.
En la medida en que más apliquemos Su Palabra, más viviremos en Su Reino y bajo sus bendiciones (3 Jn 2, Sal 12-3, Jos 1:8, Deut 28.1-14).
En esa misma medida, nosotros seremos unas “ovejas” dóciles del Señor, y El será nuestro Pastor y nosotros oiremos Su voz y El tomará a Su cargo nuestras necesidades.

La Palabra tambien nos enseña que busquemos el Reino de Dios y Su justicia y todas las cosas nos van a ser dadas por añadidura (Mat 6:33).
Es decir, que busquemos Su gobierno sobre nosotros y entonces tendremos justicia, paz, y gozo (Rom 14:17).

En Mat 11:12 la Palabra dice que el reino de los cielos sufre violencia (oposición de los seres espirituales de maldad, los demonios) y solo los violentos (esforzados, decididos, comprometidos, luchadores) lo arrebatan.
Tenemos un enemigo que nos quiere robar, matar y destruir (Jn 10:10). Aunque no nos percatemos de ello, aunque no lo consideremos así, aunque no le hagamos “olas”, somos sus enemigos y el si esta en batalla en contra nuestra.
Anda como león rugiente buscando a quien devorar (1 Ped 5:8).
Sus armas son los dardos de fuego (Efe 6:16: pensamientos, mentiras, argumentos) que son contrarios a la obediencia a la Palabra de Dios (2 Cor 10:4-6): pensamientos nacidos de la altivez, el orgullo, la necedad, la rebelión (Prov 16:25: caminos que nos parecen derechos en nuestra propio opinión pero que su fin es muerte, maldición, no bendición).
Lo que el diablo pretende con sus dardos de fuego es “sacarnos” de la cobertura del Reino porque sabe que si sabemos hacer lo bueno (la Palabra) y no lo hacemos, ello nos es contado como pecado (Sant 4.17) y por ende no nos llegan las bendiciones de Dios en plenitud pues el pecado hace una separación entre nosotros y El (Isa 59:2). Por otro lado, el desobedecer a Dios es una forma de soberbia, y la Palabra también nos enseña en Sant 4:6 que Dios resiste a los soberbios pero da mayor gracia a los humildes.



¿Como arrebatamos el Reino de los Cielos?

En primer lugar, viviendo bajo Su Amor. El es Amor, entonces, viviendo bajo El. Recibiendo en nuestro corazón a Jesús como nuestro Señor (Jn 1:12, Jn 15:10, Rom 10:8-10). En Mat 11:28-30 la Palabra nos enseña que necesitamos venir a El todos los que estamos trabajados y cansados (desesperados, frustrados, sin esperanza, no salvos) para obtener descanso. Esto es equivalente a rendirnos delante de El, a entregarle nuestras vidas, nuestros afanes, nuestras situaciones, y solo entonces hallaremos descanso.

En segundo lugar, la Palabra nos enseña que necesitamos someternos a El (Sant 4:7), y resistir al diablo, y huirá de nosotros. Cuando nos acercamos a El, El se acercará a nosotros y derrotará al diablo y nuestros angustiadores por nosotros (Sal 23) porque mayor es El que ellos (1 Jn 4:4). Jesús claramente enseñó en Luc 6:46: “¿Por qué me dicen Señor y no hacen lo que les digo”. Ello implica no solo la necesidad de venir a El, sino de someternos a El, a la obediencia a El, que es la manifestación no solo de que somos salvos sino de que lo amamos (Jn 14:21, Jn 14:23). A eso se refiere también el pasaje de Mat 11:28-30 cuando nos enseña que llevemos Su yugo (gobierno, obediencia) sobre nosotros.

En tercer lugar, para permanecer en ello necesitamos ser mansos y humildes de corazón. La mansedumbre se refiere a poner nuestras pasiones, impulsos, etc., bajo el dominio de la Palabra y del Espíritu, ejercer la disciplina sobre ellos, para que no nos dirijan. En tanto que la humildad se refiere a no tener un más alto concepto de sí mismo, a someternos absolutamente bajo la dirección de Otro (Cristo) entendiendo que sin El no somos nada, no podemos nada ni tenemos nada, que realmente tenga valor eterno, peso de gloria (Jn 15:4-5). En la medida en que vamos desarrollando la mansedumbre y la humildad, hallaremos que el yugo del Señor es fácil y ligera la carga, además de que el resultado de ello es justicia, paz y gozo en el Espíritu (Rom 14:17), y por lo tanto, como consecuencia, hallaremos descanso para nuestras almas, no solo por esa justicia, paz y gozo, sino por la confianza de que El es nuestro Pastor y nada nos faltará, que nos conduce por sendas de justicia por amor de Su Nombre (Sal 23) y como consecuencia, todo lo que nos haga falta El nos lo suplirá conforme a Sus riquezas en gloria (Fil 4:19).



Arrebatar el Reino requiere dejar el pasado atrás.

Fil 3:13 nos enseña que necesitamos dejar atrás lo que traemos del pasado, la vieja manera de vivir que aprendimos cuando teníamos la vieja naturaleza –ya sepultada-- pero cuya programación, la carne, quedó grabada en nuestra conducta. Es la manera de vivir según el mundo (Rom 12:2, 2 Cor 10:4-6, Efe 4:22-24). Se refiere básicamente a pensar, sentir, hacer, decir, decidir, etc., las cosas a “nuestra” manera (Prov 16:25) y comenzar a hacerlas bajo la dirección de la Palabra y del Espíritu. Dejar atrás las obras de la carne, que por supuesto son todos los pecados que conocemos “normalmente” pero también la falta de perdón, el desánimo, la ira, la incredulidad, la duda, el doble ánimo, etc.

Las cosas que traemos arrastradas del pasado, de la pasada manera de vivir, que están viciadas conforme a los deseos engañosos de la carne (Efe 4:22) nos evitan entrar en el disfrute de la plenitud de vida que tenemos en Cristo Jesús, son ataduras que nos mantienen encadenados, sin dejarnos avanzar a la nueva vida que tenemos en Cristo. Generalmente no son los pecados “grandes”, “evidentes”, “gruesos”, sino los que consideramos más “pequeños”, menos “peligrosos”. Recordemos que esos pecados, a la larga, arruinan nuestras vidas: “las zorras pequeñas son las que arruinan las vides” (Cant 2:15) y que “una mosca muerta hecha a perder el perfume” (Luc 10:1), esas “pequeñas locuras” que dañan tremendamente a la larga, porque sin darnos cuenta van erosionando nuestro carácter, robándonos el tiempo, los recursos, la atención, etc., que necesitamos para vivir bajo el Reino.



Identificando nuestros enemigos y nuestras armas.

Efe 6:11-17 claramente nos enseña que las personas no son nuestro problema, sino que lo es nuestra carne y los demonios que la conocen y tratan de activarla mediante los “dardos de fuego del maligno” (pensamientos, deseos, pasiones, etc.), y que necesitamos estar firmes contra esos dos tipos de enemigos. ¿Cómo? Vistiéndonos de toda la armadura de Dios.

La armadura de Dios es, en suma, una sola: la Palabra de Dios aplicada a nuestras vidas de diferentes maneras, y que opera tanto en la parte defensiva como en la parte ofensiva: la Verdad, la Justicia, el Evangelio de la Paz, la Fe, la Salvación, el Espíritu, todo ello está íntimamente relacionado y fundado en la Palabra de Dios, que es el Verbo de Dios, que es el fundamento de la vida del hijo e hija de Dios.

Por ello necesitamos escuchar, leer, meditar, entender, reflexionar, considerar, estudiar, escudriñar, amar, desear, anhelar, atesorar, guardar y aplicar la Palabra de Dios todo el tiempo (Sal 1:1-3, Jos 1:8, 3 Jn 2, Sal 119). Es el arma básica. Sin ella, muy posiblemente vamos a estar a merced de los ataques del enemigo, y solo la misericordia de Dios impedirá que el enemigo nos aniquile. Más con ella en nuestro corazón y en nuestra boca (Rom 10:8-10, Rom 10:17) somos más que vencedores (Rom 8:37) y venceremos a nuestros enemigos por la Sangre del Cordero y la Palabra (Apo 12:11, Mat 4:4, Mat 4:7, Mat 4:10).

Por ello es tanta oposición, dificultad, obstáculos, etc., que se tratan de interponer entre el creyente y la Palabra, de lo cual da testimonio la Escritura a través de Jesús mismo, cuando nos enseña acerca de la Parábola del Sembrador (Mat 13:1-9, Mat 13:18-23) en la cual habla de cuatro tipos de terreno, siendo tres de ellos (la mayoría) donde la Palabra se hace infructuosa, en tanto que solo hay un terreno donde la Palabra es efectiva. Ello es suficiente para estimularnos a poner no solo esfuerzo, sino convicción, disciplina, perseverancia, paciencia, etc., en el conocimiento de la Palabra. Es a través de ello (arrebatándola a pesar de todos los obstáculos que el enemigo quiera ponernos enfrente) como vamos a vivir en el Reino, cosechando todas las bendiciones que ello implica.

18 Ene 2012
Referencia: Estilo de vida.