Estudio Bíblico

Inicio > Estudio

La condición esencial para tener un buen año.



Cada vez que comienza un nuevo año, muchas personas, si no todos, comenzamos a hacer nuestros propósitos para el año.

En el Cuerpo de Cristo tenemos la tendencia pensar de que Dios, al iniciar el año, comienza todo nuevo, pero Dios no es así. El no es un Dios de eventos sino de procesos. Lo que El comenzó el año anterior o los años anteriores, lo va a perfeccionar en este. Nuestra vida es un proceso que va en aumento de año en año.

Cada año Dios nos llama a mejorar e ir hacia adelante (Prov 4:18). Es la oportunidad que Dios nos da que nos vaya mejor: cada día, cada semana, cada mes, cada año, es el tiempo de la liberación, de la prosperidad, de la bendición, de la libertad, de que sus planes de bien y no de mal se cumplan en nuestras vidas (Jer 29.11).

No depende del año, no depende de Dios, depende de nuestras decisiones, de las decisiones que tomemos. Por supuesto Dios quiere que sea el mejor año de nuestra vida (Jn 10:10, Rom 12:2) pero que se concrete va a depender de nuestras decisiones.

El Sal 91 dice que el que habita al abrigo del Altísimo morará bajo la sombra del Omnipotente, diré yo esperanza mía y castillo mío, mi Dios en quién confiaré…. Este es un salmo de victoria, de bendición, de prosperidad, sanidad, restauración, todo. Pero tiene una condición: habitar al abrigo del Altísimo, y esa es nuestra decisión. Habitamos bajo Su abrigo o bajo otro abrigo.

El mejor plan que podemos tener para este año debería ser vivir bajo Su abrigo, no a Su lado, sino dentro de El. En Cristo es que somos más que vencedores, nada nos puede separar de su amor, todas las cosas obran para nuestro bien, somos nuevas criaturas, etc. Es en Cristo, no a su lado que tenemos todas esas bendiciones.

En Sal 91:2 dice “Diré yo a Jehová, esperanza mí y castillo mio”. Aquí se trata de en Quién confió a la hora de la verdad, en la práctica, en la realidad, cuando estoy atravesando por los momentos difíciles. No cuando estoy bien, sino cuando estoy en dificultades. Es allí cuando se manifiesta en Quién o qué estoy habitando. En esos momentos, ¿es Dios mi primer o mi último recurso? ¿Recurro primero a otras personas u otros recursos, o acudo a Dios en primer lugar y me mantengo firme en ello?

El Reino de Dios es algo que está disponible para mí siempre, con todas sus añadiduras, pero necesito vivir en el Reino, permanecer en el Reino, mantenerme en el Reino. Cada uno de nosotros tenemos una de dos posibilidades en cuanto al Reino de acuerdo a lo que nos enseña Jn 3: una, es verlo. Otra es entrar en el Reino. Para verlo es necesario nacer de nuevo (ser salvo), pero para entrar en el Reino necesitamos nacer del agua y del espíritu: ello implica, ser transformados por medio de la renovación de nuestro entendimiento (Rom 12:2), renovarnos en el espíritu de nuestra mente (Efe 4:22.23), dejando de pensar como piensa el mundo y pensar como piensa Dios.

El problema es que la gran mayoría de cristianos estamos engañados por la mentira religiosa del diablo, que si paso al frente, hago una oración del pecador y voy a la iglesia de vez en cuando ya está hecho todo, ya es suficiente. Pero eso no es así. Tal vez sea salvo, pero Jesús no vino solo para que fuera salvo, sino para que hoy, en la vida terrenal, tenga vida y vida en abundancia, tenga plenitud de vida, tenga justicia, paz y gozo (Rom 14:17), para que vivamos bien, para que nos vaya bien en todas las cosas. Dios quiere bendecirnos, prosperarnos, abundarnos, darnos plenitud de todo, pero necesitamos hacer algo: esforzarnos para arrebatar el Reino de los Cielos (Mat 11:12): ser valientes, esforzados, comprometidos. Y el Reino de los cielos se arrebata cambiando nuestra manera de pensar, sustituyendo nuestra manera de pensar antigua por la de la Palabra de Dios: leerla, comprenderla, practicarla, ponerla por obra. No una vez cada semana o una vez cada día, sino constantemente (Sal 1.1-3, 3 Jn 2, Jos 1:8).

La Palabra es medicina para nuestros huesos, hermosea el rostro, es medicina, es vida. La Palabra es espada y escudo en contra de nuestros problemas, la Palabra es el arma que nos da la victoria en cualquier circunstancia adversa.

Si queremos cambios en nuestras vidas, y lo más seguro es que todos los queremos, necesitamos dejar de hacer lo mismo que hemos estado haciendo y comenzar a hacer algo nuevo, y ello comienza por nuestra relación con la Palabra de Dios, acercarnos más a ella, buscarla, amarla. El diablo nos puede robar la vida abundante que Dios quiere darnos (Jn 10.10) no porque sea poderoso sino porque creemos sus mentiras (Jn 8:44, 2 Cor 10:4-6, Efe 6:16). Y la única manera de saber que lo que creemos (que hemos aprendido del mundo, de otros y de nosotros mismos) es la Verdad, no una mentira del diablo que nos arruina la vida, es conocer la Verdad de Dios, toda la Palabra. De lo contrario, le facilitamos al diablo su trabajo de enredarnos en sus mentiras para robarnos lo que Dios quiere hacer en nuestras vidas.

Cuando revisamos lo que creemos a la luz de la Palabra de Dios nos vamos a encontrar con una gran cantidad de mentiras que hemos creído del diablo en lugar de creer en la Verdad de Dios por nuestra propia negligencia de no buscar la Palabra constantemente tal como nos lo enseña la misma Palabra. Para más el diablo, él conoce la Palabra. De hecho tentó a Jesús con ella, pero Jesús, sabedor de la Palabra, le refutó con ella, hasta que el diablo huyó. Jesús no ató al diablo, no lo hecho fuera, lo combatió con la espada del Espíritu que es la Palabra, y después de ello, nunca más el diablo se le acercó a Jesús.

Una de las claves que hace la diferencia entre vivir en la vida abundante o debajo de ella, está en 2 Cor 10:4-6: descubrir y destruir las mentiras que el diablo ha establecido en nuestra mente y corazón, y llevar todos nuestros pensamientos cautivos a la obediencia a Cristo, a que sean similares a lo que dice la Palabra de Dios. Ello es importante porque vamos a recibir el fruto de nuestros pensamientos, para a vivir lo que pensamos (Prov 23:7).

Necesitamos “agarrarnos” de la verdad de Dios, de la Palabra, para que este año sea el mejor de nuestras vidas. Necesitamos hacernos el propósito de buscar la Palabra como nunca la hemos buscado para tener un año como nunca hemos tenido. Y ello implica leerla, oírla, entenderla, meditar en ella, aplicarla, vivirla, como nunca antes lo hemos hecho, y entonces tendremos resultados que nunca hemos tenido. Los mejores resultados de nuestra vida. Y es mejor que lo hagamos ahora, porque las cosas en el mundo, en los años futuros, no van a mejorar, van a empeorar, pero para usted y para mi no tiene porque empeorar si habitamos bajo la sombra del Omnipotente, en El estaremos seguros aunque el mundo se caiga, hayan terremotos financieros, políticos, físicos, etc. En El estaremos seguros y nada nos hará daño. Pero necesitamos vivir allí, necesitamos “meternos” allí. Ahora es el tiempo de comenzar a hacerlo para que cuando las cosas se pongan peor, que se van a poner en la medida en que nos acerquemos a los últimos tiempos, estemos firmes y permanezcamos firmes, y estemos bien.

Si hacemos eso, si habitamos al abrigo del Altísimo, este año vamos a prosperar como nunca habíamos prosperado, vamos a estar bien como nunca habíamos estado, vamos a tener gozo como nunca habíamos tenido, vamos a ser sanos como nunca lo habíamos sido, vamos a estar en victoria como nunca lo habíamos estado, vamos a experimentar la victoria sobre el pecado como nunca la habíamos experimentado, y vamos a experimentar cambios en nuestra vida y carácter, como nunca los habíamos experimentado. Pero la condición es que habitemos al abrigo del Altísimo, no a la par de El, no con El, sino bajo El, dentro de El, cobijado solamente en El, parado sobra la Roca que es Cristo, la Palabra viviente, el Verbo viviente, la Verdad viviente, que no cambia y permanece para siempre.
















12 Ene 2012
Referencia: Bendición.