Estudio Bíblico

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Que quiere Dios que haga por mi país.




Cada mes de septiembre, desde los primeros días, comienzan las celebraciones de la independencia en nuestro país, que constituyen una “explosión” de civismo, pero una vez pasada la fecha, todo vuelve a la normalidad y nos olvidamos, poco a poco, de esos sentimientos y ese “amor” por la patria.
Pero el plan de Dios para nosotros, con respecto a nuestra nación, es un plan diferente. Dios no espera que solo nos acordemos de nuestro país cuando se dan las celebraciones de la independencia, o alguna otra efemérides nacional. No, El tiene un plan totalmente diferente para nosotros, que abarca todo el tiempo, todos los lugares y a todas las personas.

Hch 17:26 nos enseña claramente que todos nosotros fuimos creados por Dios para nacer en un tiempo y en un lugar determinado, eso es, en una nación específica, cuya ubicación, tamaño, fronteras, etc., El determinó de antemano.
Pero esa elección de Dios no fue un capricho, El tenía un propósito en mente como nos enseña también Efe 2.10: que somos hechura de El, creados en Cristo Jesús para buenas obras que El preparó de antemano.
Y algo más, como dice el Sal 139:13-16, también a nosotros nos preparó y equipo para que pudiéramos hacer esas obras determinadas por El para un tiempo y un lugar específicos.

Efe 1:22-23 nos enseña que El es la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo, y que esa plenitud está en nosotros, la Iglesia. Ello quiere decir que en primer lugar, Dios nos creo para que nosotros, en medio de nuestra nación y comunidad lo manifestáramos a El, tal como también nos enseña Mat 5:14-16, que somos la luz del mundo para enseñársela al mundo (El es la Luz que nosotros reflejamos al mundo). Entonces, nuestra primera responsabilidad permanente para con Dios y la nación en la cual El nos puso es manifestarlo a El en todos los hechos de nuestra vida (familia, trabajo, relaciones, participación social, etc.). Y ello es necesario que sea así, porque una nación no se construye a partir del espacio físico común que ocupamos, o los recursos materiales disponibles, sino a partir de las relaciones que establecemos y las actividades que realizamos todos los que ocupamos ese espacio físico y nos beneficiamos de las cosas que en él existen. Entonces una primera pregunta que cabe hacernos, si amamos este pedazo de tierra hermoso que Dios ha hecho para nosotros, es: ¿estamos manifestándolo a El en todas nuestras relaciones (Fil 2:1-8) y actividades (Col 3:22-24).

Por otro lado, 2 Cor 5:17-18 nos enseña que todos los que hemos nacido de nuevo, no solo somos nuevas criaturas, sino que además nos fue dada una tarea: el ministerio de la reconciliación, para que reconciliemos a todas las personas y todas las cosas con Dios, que para ello murió Cristo (Jn 3:16). La Palabra nos enseña en Col 1:15-20 que Jesús es el primogénito de todas las cosas, para que en todo (personas, relaciones, actividades) El sea la cabeza y tenga la preeminencia. Somos el Cuerpo de Cristo para establecer esa preminencia y expander el Señorío de Cristo en todas nuestras relaciones y actividades, y por la suma de lo que todos vamos haciendo y construyendo diariamente, el Reino de los Cielos se expanda sobre la nación cada vez más. A eso se refería también Jesús cuando nos dio el mandamiento de la Gran Comisión (Mat 28:18-20) de ir y hacer discípulos a LAS NACIONES (no solo a las personas en ellas sino a las naciones, que incluye las personas, las relaciones, las actividades, etc.). Eso también es buscar el Reino de Dios y su justicia (Mat 6:33) que es una comisión que el Señor nos encargó también.

Entonces, una segunda pregunta que cabe hacernos en este momento es: ¿a través de todo lo que hacemos y de las relaciones que establecemos a nuestro alrededor, estamos contribuyendo con Cristo a que El sea el Señor de todo o lo estamos estorbando? ¿las personas, a través de nuestro testimonio de vida –no lo que hablamos, sino lo que realmente hacemos- están teniendo un testimonio del amor de Dios hacia ellas o no?

Rom 8:19-21 nos enseña que eso precisamente es lo que están esperando ver las personas, y no solo las personas, sino toda la creación. La creación misma está esperando la manifestación de LOS HIJOS (no del Hijo) de Dios para ser liberada de la corrupción a la que fue sometida por el pecado (Gen 3:5-19). ¿Estamos contribuyendo efectivamente –no de palabra, sino en hechos- a la liberación de las personas, nuestras relaciones, nuestras actividades y nuestra nación de las cadenas del pecado o más bien estamos reproduciendo la injusticia en ellas?

En términos prácticos, ello tiene, entre muchas otras, las siguientes implicaciones:

¿Estamos siendo agentes de unidad o de división? Nuestro país, desde tiempos anteriores a la conquista de los españoles, estaba dividida en cuatro naciones indígenas, en constante conflicto entre ellas, al punto que la conquista fue facilitada porque una de esas naciones se alió, en contra de las demás, con ellos. Posteriormente, los españoles, para consolidar la conquista, dividieron estas naciones en partes, asignándoles un territorio y un “traje indígena” que contribuyó aún más a la división, y cada grupo fue desarrollando su propio dialecto, al punto que ahora somos una nación multiétnica (4 etnias: indígena, garífuna, xinca y ladinos) y pluricultural (23 lenguas y más de 200 dialectos) y cuando vemos eso en términos prácticos, es una tremenda división, como la que se originó en Babel. ¿Adonde iremos 14 millones de guatemaltecos si no estamos de acuerdo (Amós 3:3)? Ello demanda de todos nosotros una actitud de unidad en lugar de división, principalmente ahora que esa división fue institucionalizada aún en una bandera que manifiesta claramente que la nación está dividida, no unida. La división es una treta satánica para robar, matar y destruír, y eso es precisamente lo que ha hecho en el país. ¿Estamos nosotros contribuyendo a la división, y por ende a la operación diabólica en contra de la nación, o estamos contribuyendo a la unidad en nuestras familias, iglesias, Cuerpo de Cristo, trabajo, comunidad?

Otra implicación es la siguiente. Dios es un Dios de orden y la bendición siempre se derrama en donde el orden divino impera (1 Cor 14:33). Dios primero ordena y después bendice, como cuando nosotros fuimos salvos: primero puso en orden la casa y después comenzó a derramar bendición. Por el contrario, el diablo, en última instancia, es el productor del caos y el desorden, para facilitarse la tarea de robar, matar y destruír (Jn 10:10). Nosotros en nuestra vida personal, en nuestras cosas y en nuestras relaciones, estamos estableciendo el orden, o aún impera el desorden. Para atraer la bendición para nosotros y los que nos rodean, y para nuestra nación, primero necesitamos establecer el orden de Dios, y el orden en general, en todas las cosas, para evitar que el diablo y sus demonios encuentren un terreno apropiado para su acción.

Lo mismo que hemos dicho acerca del desorden podríamos decir acerca de la suciedad (vrs la limpieza), la impuntualidad, la irresponsabilidad –dejadez, negligencia, tardanza, etc.-- en el cumplimiento de nuestras actividades y relaciones. El mandato que Dios le dio a Adán, y que a pesar de la caída sigue estando vigente para todos, y más aún, para nosotros los creyentes en Cristo, fue la de cuidar y cultivar Su creación, y ello implica, entre otras cosas todos esos aspectos del orden, la limpieza, la puntualidad, la responsabilidad, etc. ¿Nosotros, los que decimos que seguimos a Jesús, estamos cumpliendo con ello?

Otro aspecto importante del propósito de Dios para con nosotros en medio de nuestra nación, es el de animar, exhortar, edificar, ser “profetas” de El, estableciendo Su Palabra sobre la nación, para que ella cree lo que El dice (2 Cor 10:4-6) y sean destruidas las obras del diablo (Jer 1.10). Debemos recordar que el poder de la vida y la muerte está en la lengua, en la boca, en nuestras palabras (Prov 18:21). Ello quiere decir que en nosotros está el poder de impartir vida o muerte en la nación. Impartimos vida cuando hablamos bien (bendecimos), impartimos muerte –en sus diversas manifestaciones, no solo la física—cuando hablamos mal (maldecir). Y en el país es muy común la maledicencia, el chisme, la murmuración, el menosprecio, la descalificación, la deshonra, contra todos y de todo en general, desde el que ocupa la posición de autoridad más alta, hasta el que ocupa la más baja. Nosotros, los que decimos que seguimos a Jesús, estamos hablando bien, profetizando, honrando a los demás o no? Algunos podrán aducir que no hay cosas buenas que decir de los demás, pero Jesús nos da el ejemplo cuando a pesar de nuestras imperfecciones, errores, pecados, etc., El nos llama “santos”, “justos”, “más que vencedores”, “reyes y sacerdotes”, etc. Una contribución permanente a la edificación de la nación sería dejar de hablar mal en contra de ella: que es la nación más pobre, más violenta, con más analfabetismo, con más deterioro ambiental, con más……..etc., y comenzar a “profetizar” la nación que Dios y nosotros queremos (Ezeq 37).

Hoy, a nivel del país, se están generando algunas iniciativas importantes en esta dirección, tal como “Yo a+” (yo asumo) o “Mucha, hablemos bien de Guate”, que sería bueno que acuerpáramos, pero también que comencemos a poner en práctica lo que nos enseña la Palabra de Dios en cuanto a nuestras personas (obediencia), nuestras relaciones y nuestras actividades, haciéndolo todo para que el Nombre del Señor sea exaltado por todos aquellos que vean nuestras buenas obras. Y todo ello, permanentemente. Esa es una buena forma de construir patria, de hacer nación.

Dios quiere ¿y nosotros?









07 Sep 2010
Referencia: Nacionalidad.